JUEVES SANTO

Con la Misa vespertina de hoy damos inicio al Triduo Pascual. Hasta esta hora, el Jueves pertenece a la Cuaresma. Con la Eucaristía de esta tarde entramos ya en la Pascua. Como la última Cena fue un ‘anticipo’ de lo que luego iba a pasar en la cruz, anticipando la entrega del Cuerpo y Sangre de Cristo en el sacramento del pan y del vino, así la Eucaristía de hoy es un anticipo de la Pascua de Cristo, de su Muerte y Resurrección: la Vigilia Pascual, Cristo.

Con la institución de la Eucaristía, Jesús comunica a los Apóstoles la participación ministerial en su sacerdocio, el sacerdocio de la Alianza nueva y eterna, en virtud de la cual él, y sólo él, es siempre artífice y ministro de la Eucaristía. La Eucaristía, el supremo sacramento de la Iglesia, está unida al sacerdocio ministerial, que nació también en el Cenáculo, como don del gran amor de Jesús, que “sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo” (Jn 13, 1).

Hoy celebramos la Última Cena, en la que Jesús instituyó la Eucaristía y el Sacerdocio y el mandamiento nuevo del amor y del servicio. ¡Este es el memorial vivo que contemplamos hoy, Jueves Santo! (Cfr. Juan Pablo II, Misa “in cena domini” (20 de abril de 2000):

        1º.) La institución de la Sagrada Eucaristía: Cada vez que por orden del Señor, nos reunimos a celebrar la Cena del Señor, se transforma el pan en su propio Cuerpo y el vino en su propia Sangre: así, Jesús se nos da como alimento en la Sagrada Comunión. “La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu Santo”. Por tanto, la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.

En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre. Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?

En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos. Si ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un amor sin límites.

2º.) El sacerdocio ministerial: Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: “Tomad, comed… Bebed de ella todos…” (Mt 26, 26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Así, el sacerdote, con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice: “Esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes… Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada por ustedes”. El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio: Por esto, el sacerdote ordenado es quien “realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo”. En efecto, el ministro consagrado posee, en verdad, el papel del mismo Sacerdote, Cristo Jesús. El sacerdote es asimilado al Sumo Sacerdote Jesús, por la consagración sacerdotal: goza de la facultad de actuar por el poder y en la persona de Cristo mismo, a quien representa (Cfr. Virtute ac persona ipsius Christi; PÍO XII, enc Mediator Dei). Por tanto, “Cristo es la fuente de todo sacerdocio, y por eso, el sacerdote, actúa en representación suya” (S. TOMÁS DE A., STh 3, n, 4)).

Por esto enseña san Ignacio de Antioquia: “Que todos reverencien a los diáconos como a Jesucristo, como también al obispo, que es imagen del Padre, y a los presbíteros como al senado de Dios y como a la asamblea de los Apóstoles: sin ellos no se puede hablar de Iglesia (S. IGNACIO DE ANTIOQUÍA, Trall. 3, 1).

Grandeza obliga: san Gregorio Nacianceno, siendo joven sacerdote, exclama: “Es preciso comenzar por purificarse antes de purificar a los otros; es preciso ser instruido para poder instruir, es preciso ser luz para iluminar, acercarse a Dios para acercarle a los demás, ser santificado para santificar, conducir de la mano y aconsejar con inteligencia (or. 2, 71). Sé de quién somos ministros, dónde nos encontramos y a dónde nos dirigimos. Conozco la altura de Dios y la flaqueza del hombre, pero también su fuerza (ibíd. 74). Entonces, ¿quién es el sacerdote? Es el defensor de la verdad, se sitúa junto a los ángeles, glorifica con los arcángeles, hace subir sobre el altar de lo alto las víctimas de los sacrificios, comparte el sacerdocio de Cristo, restaura la criatura, restablece [en ella] la imagen [de Dios], la recrea para el mundo de lo alto, y, para decir lo más grande que hay en Él, es divinizado y diviniza (ibíd. 73).

3º.) El amor y el servicio. Jesús lava los pies a sus discípulos, es conmovedor… Y nos pregunta: “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes?…si yo, el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies unos a otros: les he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con ustedes, ustedes también lo hagan” (Jn 13,12-15). Es el ejemplo del Señor: Él es el más importante y lava los pies, y lavar los pies es: “yo estoy a tu servicio”. Y también nosotros, entre nosotros: Lavarnos los pies: servirnos unos a otros: esto es lo que Jesús nos enseña: como sacerdote debo estar a su servicio… Pero también ustedes, ayúdenme: ayúdenme siempre. Ayudémonos los unos a los otros. Y así, ayudándonos, nos haremos el bien. Ahora haremos esta ceremonia de lavarnos los pies y pensemos: que cada uno de nosotros piense: “¿Estoy verdaderamente dispuesta o dispuesto a servir, a ayudar al otro?”. Y pensemos que este signo es una caricia de Jesús, que Él hace, porque Jesús ha venido precisamente para esto, para servir, para ayudarnos” (santo padre Francisco, centro penitenciario para menores ‘casal del marmo’, roma jueves santo 28 de marzo de 2013).