Domingo de la Misericordia
Aceptar nuestra debilidad, nuestra fragilidad y con ello
la necesidad que padecemos a diario, es ya un logro en nuestra andadura
existencial. Vivimos prácticamente en la frontera de la esperanza. Mucha gente
se ubica en el límite último de la existencia donde sobrevivir es ya un
milagro. El milagro de la fortaleza interior. Hay miradas que se entrecruzan
entre quienes cocieron su carne al polvo sangrante de la miseria humana y quienes pasan muy orondos
por esta orilla de postración.
El Dios cristiano, el Dios que Jesucristo ha venido a
revelarnos, mostrándolo en su propio rostro, es un Dios triturado, amasado, desposado
con la humanidad doliente. Su opción está ahí no como mera presencia, sino como
quien asume su destino desde esta realidad escueta, dura, palpitante. La
Iglesia nos habla de la “opción por los pobres”. Pero si este mandato no se
asume desde dentro, desde el pobre mismo en su relegación última, sería una
mera teoría. Jesús lo enseñó así.
Para entender su cercanía, su compasión hablamos del
Dios misericordioso. Su nombre es Misericordia, su manera de Ser es
Misericordia, su estilo de vida es Misericordia. ¿Y qué se expresa con esta
palabra? Que Él nos da su corazón. Que su proyecto es la reivindicación total
del ser humano en su dignidad, en sus derechos, en sus responsabilidades.
Misericordia es asumir el Todo del ser humano, el Todo de la humanidad toda
para elevarla a su principio originario de igualdad y protagonismo histórico.
El Cristo resucitado no pierde las características del
Cristo crucificado. Cuando el bueno de Tomás se niega a aceptar su
resurrección, Jesús no le da otra prueba que sus llagas vestidas de luz. Es la
humanidad renovada. Y bendita fe de Tomás que nos hace encontradizos con el
Dios humano, con el Dios que sigue crucificado en el vértice de la historia. Es
decir, en cada pobre, en cada ser humano dolorido, sufriente. Sus llagas
transforman y hacen posible nuestra esperanza.
Cochabamba 08.04.18
jesús e. osorno g. mxy
jesus.osornog.@gmail.com