Domingo de Pascua: La Resurrección del
Señor, Ciclo B
Exulten porque el Señor ha resucitado
En el pregón de la Vigilia
Pascual resuena como una auténtica explosión de alegría y júbilo su primera
palabra: “Exulten”. Con ella el pregonero de las fiestas de Pascua marca la
actitud fundamental que debe llenar el corazón de los fieles en el Pueblo de Dios.
Es una palabra que procede del latín, traduce el “exsultet”
del canto gregoriano y apenas se conoce fuera del ámbito litúrgico. Por medio
de ella se convoca al universo entero, celeste y terrestre, a hacer fiesta por
el Resucitado, en esa noche en que Jesús ha vencido la muerte, el pecado y la
culpa de la humanidad. Exultar es mostrar alegría y gozo de manera desbordante.
Exultar es el grado supremo de la alegría. Es la alegría espiritual que nace
del fondo del alma y suscita emociones sin cálculo. Es casi imposible cantar
este pregón con fe en una celebración sin que se produzca un escalofrío
vibrante de gozo, también físico. A esta alegría es a la que se invita a toda
la Iglesia y al mundo por asistir a la proclamación de la gran buena noticia
por antonomasia para la humanidad: Cristo ha resucitado.
Hasta la resurrección de
Cristo nadie había podido oír ni pronunciar nunca esta singularísima, excelente
y genuina Buena Noticia. Por eso Pablo la destaca con su artículo determinado
“El Evangelio”. No es comparable a cualquier otra Buena Noticia. Es tan
especial que a ella se reserva la categoría de Evangelio. El Nuevo
Testamento la transmite recogiendo el testimonio de la predicación cristiana
primitiva: Cristo ha resucitado. Y ésta es la gran noticia del
domingo de Pascua como mensaje de alegría que resuena por toda la tierra y hace
exultar a la humanidad. Hace veinte siglos que sucedió, pero constituye una
novedad permanente en la historia de la humanidad. Precisamente por ello la
tradición primigenia del mensaje pascual, recogida por Pablo en 1Cor 15,3-4,
transmite el acontecimiento de la resurrección de Cristo con la morfología del
pretérito perfecto. De este modo el texto bíblico pone de relieve no sólo que
se trata de un hecho ya ocurrido, sino de un acontecimiento ya acaecido cuya
repercusión en el presente está vigente y se deja notar permanentemente. La
resurrección no es ya sólo un hecho puntual del pasado sino más bien una
realidad de consecuencias extraordinarias para la vida humana, pues, a partir
de Cristo resucitado y vencedor de la muerte, la existencia humana se abre a
una esperanza inédita. El horizonte al que podemos mirar los seres humanos va
más allá de la muerte porque, igual que Jesús ha sido resucitado de la muerte,
todos con él recibirán la vida en virtud de su Espíritu. La resurrección de
Cristo es, por tanto, el comienzo de la nueva humanidad. Hoy es el primer día
de la nueva creación. Éste es el motivo de la exultación universal.
Los evangelios transmiten dos
datos diferentes acerca del Resucitado: el sepulcro abierto sin el cuerpo de
Jesús y las apariciones del resucitado a las mujeres y a los discípulos. Los
relatos evangélicos del sepulcro de Jesús, abierto y vacío, no son pruebas de
la resurrección sino signos que ayudan a las mujeres, a los discípulos y a los
creyentes de toda la historia, a entender ese mensaje de alegría y de
esperanza: Cristo ha resucitado. Dios ha sellado la vida del
crucificado con una victoria decisiva. Las señales corporales de Jesús, las
marcas de su crucifixión en las manos y el costado muestran que el resucitado
no es otro que el crucificado.
La
narración marcana del sepulcro abierto y sin el
cuerpo de Jesús (Mc 16,1-8) permite destacar varios elementos singulares del
relato. Las mujeres encontraron removida la piedra ya había sido removida, con
lo cual se indica que el acontecimiento de la resurrección es una obra divina.
Las mujeres no encuentran el cuerpo del Señor Jesús. En la búsqueda de Jesús,
que había sido crucificado y sepultado, las mujeres se encuentran la sorpresa
de que no está donde lo buscaban, pero reciben el anuncio pascual del joven
mensajero de Dios allí presente. El mensaje que ellas reciben es el anuncio
genuino de la Pascua cristiana y va precedido de una clarificación de la identidad
del Señor. El Resucitado es Jesús Nazareno el que fue crucificado. Ése es el
que resucitó. Parece que las discípulas, que habían perseverado hasta el final,
más allá de la muerte de Cristo, y firmes en su amor inquebrantable al Señor, a
pesar de su fidelidad no habían entendido todavía quién era Jesús ni la vida
que él transmitía. El resucitado marca una discontinuidad con la historia del
común de los mortales, ya que la novedad de vida que él tiene y que comunica a
los humanos ya no está sometida a la muerte y es eterna. Así se pone de relieve
que el espíritu de amor y de entrega que vivió Jesús en su vida mortal, su
mensaje de verdad y de justicia, de perdón y de paz no podía quedar retenido en
la tumba de la muerte. Por eso Dios lo resucitó de entre los muertos y a través
de él sigue generando y comunicando vida, alegría, paz y fraternidad entre los
hombres.
Por
eso la misión de las mujeres y de la Iglesia es ponerse en marcha, la
primerísima “Iglesia en salida”, como dice el papa Francisco, para anunciar a
los discípulos y a Pedro qué hay que hacer para encontrarse con el resucitado,
indicándoles que hay que ir a Galilea para verlo pues así lo había dicho. Para
encontrarse con el Resucitado no es necesaria ni siquiera una aparición
prodigiosa. Lo que hemos de hacer todos para encontrarnos con el Resucitado es
ir a la Galilea del Evangelio para recordar las palabras y obras Jesús. Al
hacer memoria del plan de Dios sobre el Hijo del Hombre y de su entrega por
amor en manos de los pecadores, pero a favor de ellos, recordando su
crucifixión como Hijo de Dios y la resurrección como culmen del proceso de la
manifestación de Dios en Cristo, ya se siente la fuerza y la presencia del
Resucitado, que impulsa a comunicar la noticia pascual, que cambia de rumbo la
existencia humana.
La
misión actual de la Iglesia consiste en avivar la fuerza de la Palabra de
Jesús, cuyo recuerdo la actualiza y cuya proclamación la celebra como palabra
regeneradora de una nueva humanidad, para vivir en el amor fraterno y en la
gran alegría de que el amor de Dios ha triunfado sobre la injusticia, sobre el
pecado y sobre la muerte en este mundo. Injertados en Cristo Jesús por el
bautismo, los creyentes experimentamos que con él y por él hemos dado muerte a
todo pecado y podemos vivir en la permanente alegría de la gracia con la
capacidad irrevocable de no pecar. Pero no podemos bajar nunca los brazos en la
lucha contra el mal mientras estamos en este mundo. Que tengamos la capacidad
para hacerlo no significa ni garantiza que siempre lo hagamos. Sin embargo,
estando unidos a Cristo crucificado y resucitado, en nosotros se ha generado
una personalidad nueva para caminar en la novedad de vida en el Espíritu.
También
es misión primordial de la Iglesia recordar y anunciar la presencia del
Espíritu en toda persona que haciendo el bien y estando cerca de los que sufren
la miseria, la injusticia, la opresión y la violencia, dan testimonio de la
fraternidad universal de la familia humana, encaminada irreversiblemente hacia
el Padre por el crucificado y resucitado.
Desde
Bolivia, con los niños y el personal de Oikía,
nuestra casa de acogida a los niños de la calle, exultantes por el Resucitado,
¡Feliz Pascua de Resurrección!
José
Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura