CICLO A

TIEMPO ORDINARIO

IX DOMINGO

¿Cómo puede el hombre llegar a ser justo a los ojos de Dios?

En el Aleluya, que se canta hoy antes de la proclamación  del Evangelio, se recita un texto de San Juan (15,5): “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos. El que permanece en mí y yo en él ése da fruto abundante”. El sarmiento recibe de la vid la savia, la vida. Por la fe y el bautismo, que es el sacramento de la fe, el cristiano está injertado a  Cristo del que recibimos la gracia de Dios, la vida inmortal de Dios. Somos uno en Cristo (Ga 3, 28): “No sólo una cosa, sino uno, un único, un único sujeto nuevo”, comenta Benedicto XVI. Somos hijos de Dios en el Hijo único de Dios.

Estamos llamados a vivir en comunión con Cristo (1 Co 1,9). Somos en Cristo. En Él nos gloriamos: “el que se gloríe que se gloríe en el Señor”. Él es nuestra justicia (1 Co 1, 30-31). Sin Cristo no podemos hacer nada (Jn 15, 5). Ser justo ante Dios quiere decir estar con Cristo y en Cristo. Somos justos cuando vivimos en comunión con Cristo.

“El hombre es justificado por la fe, sin las obras de la Ley…Por la fe en Jesucristo viene la justicia de Dios a  todos los que creen…sin distinción alguna”. Somos justificados gratuitamente por su gracia  (segunda lectura). San Francisco de Sales escribía: “La rama unida y articulada al tronco da fruto no por su propia virtud, sino en virtud de la cepa: nosotros estamos unidos por la caridad a nuestro Redentor, como los miembros a la cabeza; por eso las buenas obras, tomando de él su valor, merecen la vida eterna”. Decía Benedicto XVI: “La fe es mirar a Cristo, encomendarse a Cristo, unirse a Cristo, conformarse a Cristo, a su vida. Y la forma, la vida de Cristo es el amor; por tanto, creer es conformarse a Cristo y entrar en su amor”.

El Papa Benedicto XVI en una de sus catequesis se refirió una carta de Juan el Profeta, que vivió en el desierto de Gaza en el siglo V: “un creyente hace esta pregunta: ¿Cómo es posible conjugar la libertad del hombre y el no poder hacer nada sin Dios? Y el monje responde: Si el hombre inclina su corazón hacia el bien y pide ayuda de Dios, recibe la fuerza necesaria para llevar a cabo su obra. Por eso la libertad humana y el poder de Dios van juntos”. La primera lectura nos presenta la realidad de nuestra libertad: “Pongo delante de vosotros maldición y bendición. Bendición si escucháis los preceptos del Señor. Maldición si no escucháis los preceptos del Señor y os desviáis del camino que hoy os marco. Meteos mis palabras en el corazón y en el alma”.

 

Así hemos de entender lo que nos dice Jesús en el Evangelio de hoy: “No todo el que me dice Señor, Señor entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre”. Hay que escuchar las palabras de Cristo y ponerlas en práctica. En la oración de poscomunión le pedimos a Dios que merezcamos entrar en el reino de los cielos confesando su nombre “no sólo de palabra y con los labios, sino con las obras y el corazón”.

 

MARIANO ESTEBAN CARO