CICLO  A

 

TIEMPO ORDINARIO

 

XVIII  DOMINGO

 

 

En algunas ocasiones nos sentimos dejados de la mano de Dios. Cuando el mal y las dificultades arrecian en nuestra vida, pensamos que Dios nos ha abandonado. Que nos ha olvidado. Que no contamos para Él. La segunda lectura enumera alguna de estas situaciones: la tristeza, la angustia, vernos perseguidos, acosados, experimentar las necesidades, los mil peligros que nos acechan, la guerra, la enfermedad, la muerte.

 

Cuando nos sentimos encerrados en estas necesidades y nos tienta el pensamiento de que Dios nos ha abandonado, nos está faltando la fe. En el fondo dudamos del amor fiel de Dios. Debemos tener muy presentes las palabras con las que termina la segunda lectura, especialmente cuando nos rodean los problemas y los peligros: “nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo”.

 

Dios es amor. Amor esencial. No es sólo que nos tenga amor. En sí mismo es amor. Es eterna comunión de amor interpersonal: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Y quiere hacernos partícipes de este amor infinito y eterno. Por eso, nos hace sus hijos. Somos hijos en el Hijo eterno, Cristo Jesús. Y así, nada ni nadie podrá apartarnos del amor de Dios. No se trata de una adopción exterior. Dios no nos hace hijos suyos jurídicamente, sino divinamente.

 

Dios, eternamente fiel, no nos abandona nunca. Tiene sellada con nosotros una “alianza perpetua” (primera lectura). No es Él quien nos envía los males. Dios es amigo de la vida, no de la muerte. Es el ser humano, hecho de barro, el que se va desmoronando. Pero Dios, por medio de Cristo, siempre está junto a nosotros: en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, en las angustias de la muerte. “Vio Jesús al gentío, le dio lástima y curó a los enfermos” (Evangelio).

 

A cristo ahora le sigue dando lástima el pobre ser humano. Dios no puede padecer, pero puede compadecer: sufre con nosotros, en nosotros y por nosotros. Al multiplicar los panes para aquella multitud, el Señor nos da aquí un ejemplo elocuente de su compasión. Los milagros nacen del corazón de Cristo, que  muestra su compasión “como médico de los cuerpos y de las almas” (San Ignacio de Antioquía).

 

En todas estas dificultades y problemas “vencemos fácilmente por Aquel que nos ha amado” (segunda lectura). Cristo ha pasado por todas las penalidades de la vida humana. Incluso la muerte y una muerte de cruz. Pero ha resucitado. Ha vencido al mal y a la muerte, porque se puso en las manos de Dios. Y éste es el camino para nosotros: Dios no nos abandona si nosotros no le abandonamos. Si a su amor respondemos con amor fiel: a Él sobre todas las cosas y al prójimo como a nosotros mismos. Cristo es el camino, la verdad y la vida.

 

Mariano Esteban Caro