2ª semana de Pascua. Jueves: Jn 3, 31-36

A veces el evangelista san Juan, como vimos ayer y como hoy leemos, hace unas reflexiones, que son como el resumen de lo que Jesús o algún otro personaje ha dicho. No es que esté inventando fórmulas o mensajes, sino que son reflexiones de la primitiva comunidad a la luz de la resurrección de Jesús, inspiradas sobre mensajes que el mismo Jesús enseñó quizá de forma más primitiva o sencilla.

Hoy nos dice que hay dos maneras muy diversas de ver las cosas de Dios, y en general todo lo que se refiere a la religión, que son verlo desde “abajo” o desde “arriba”. Es decir, que ponerse a pensar en lo que es Dios y la religión con mentalidad mundana o terrena es muy diferente a verlo con mentalidad celeste. Nosotros nunca llegaremos, mientras estamos en este mundo, a ver los mensajes de Dios con mirada totalmente celeste. Ni siquiera fue posible para los enviados por Dios en el Ant. Testamento, como Moisés o Juan Bautista, porque no podían tener una visión inmediata de Dios. Sólo Jesús, por ser Hijo, puede conocer plenamente al Padre. Sólo Jesús puede dar pleno testimonio de la experiencia de Dios. Él da testimonio de lo que “ha visto y oído”.

Sin embargo la mayoría de su pueblo rechaza a Jesús. Los judíos habían dado todo el valor a los enviados por Dios en el A.T., en particular a Moisés, y ahora ese valor se convierte en obstáculo para poder aceptar al Mesías, como Hijo de Dios. Hoy también el ambiente mundano no acepta el testimonio que viene de Jesús. Hoy nos dice el evangelio que el que acepta su testimonio certifica la veracidad de Dios. Dios no es una realidad que se impone por la fuerza. Tiene necesidad de nosotros para probar su existencia y su amor. Tiene necesidad de nuestras palabras, pero mucho más de nuestra vida. Por eso es momento de pensar en nuestra fe y de pedirle a Dios que crezca más y más. La fe crece con el conocimiento de Cristo; pero sobre todo si nuestra vida va uniéndose a la suya. De una persona así sí que se puede decir que “el que cree tiene ya la vida eterna”.

En las palabras del evangelio de hoy tenemos como un resumen de lo principal del evangelio con dos temas principales:

1-          Jesús ha venido del cielo. Es el enviado de Dios, que nos trae sus palabras, que son la verdadera sabiduría y las que dan sentido a la vida. Son la mejor prueba del amor que Dios tiene a su Hijo y nos tiene a nosotros.

2-          El que acoge a Jesús y su palabra es el que acierta: tendrá la vida eterna que Dios le está ofreciendo a través de su Hijo. El que no le quiera aceptar, él mismo se excluye de la vida.

Es muy difícil juzgar y decir quién cree y quien no cree, sobre todo si no cree voluntariamente o conscientemente; pero el evangelio de hoy nos dice que “el que rehúsa creer no verá la vida”. Seguramente nosotros hemos aceptado a Jesús como el enviado plenamente por Dios y queremos seguirle asimilando en nuestra vida los mensajes del evangelio. Nos alegramos por ello; pero debemos seguir en el compromiso. Por eso debemos seguir uniéndonos más con Jesús. Ocasiones tenemos de crecer en esta fe, sobre todo cuando estamos ante Jesús en la Eucaristía.

Más que todas las cosas terrenas nos debe interesar conseguir la “vida eterna”. Jesús decía una vez, en un momento de oración, que “la vida eterna es que te conozcan a Ti, Padre, y a tu enviado”. Por eso nos interesa conocer bien a Jesús, porque Jesús es el camino hacia el Padre, es la auténtica imagen del Dios vivo y vivificador. Y desgraciadamente hay muchas ideas que desvirtúan la realidad de Jesús. Como también hay muchas ideas arbitrarias sobre Dios, ideas muchas veces de autoritarismo y de relativismo. Pidamos que sepamos aceptar el testimonio de Jesús con sus palabras y con su vida. Él da la experiencia íntima y personal de Dios a quien se entrega humildemente en sus manos y en su corazón.