25 de Marzo. Anunciación del Señor: Lc 1, 26-38

Hoy, 25 de Marzo, celebramos la fiesta de la Anunciación del Señor. Tiene relación con Navidad al celebrarlo nueve meses antes. Esta fiesta se ha llamado de diversas maneras: fiesta de la Encarnación, inicio de la Redención, anunciación de la Stma. Virgen. Desde el año 1970 se titula: Anunciación del Señor.

Hoy celebramos el mayor prodigio de todos los tiempos, en que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Y para ello Dios quiere la colaboración de la persona humana. Hoy en el evangelio se nos narra ese momento en que Dios propone, respeta la libertad de María y espera su respuesta, que es libre, entregada y llena de amor.

La escena ocurre en Nazaret, poblado pequeño y pobre. Es tan poca cosa en lo humano que ni en todo el Ant. Testamento es nombrado. Aquí se puede aplicar lo que más tarde diría san Pablo que Dios para hacerse hombre “se anonadó tomando la condición de esclavo”. A esta aldea viene el ángel Gabriel con una gran embajada de parte de Dios. Y viene a una muchacha, llamada María, que en realidad no se distingue humanamente de las otras muchachas, a no ser por su mayor piedad. Es virgen, aunque ya está “desposada”, que aquí quiere decir algo así como “apalabrada”, con José. Este es un hombre sencillo trabajador, aunque descendiera del rey David.

El ángel la saluda. Es como el “buenos días”. Este saludo traducido literalmente del original es: “Alégrate, objeto del favor divino, el Señor es contigo”. Indican unas palabras de respeto y amor de parte de Dios. Lo primero que destacamos es el saludo de alegría. Podemos tener diversas sensaciones: de paz o de nerviosismo, de situaciones tranquilas en lo material o de angustias materiales; pero lo cierto es que Dios quiere siempre la alegría para nosotros, aunque no lo veamos a veces. En la misa se nos dice: “El Señor está contigo”. Sepamos aceptarlo, como venido de Dios y lo hagamos realidad viviendo en unión con Dios, como lo hacía la Virgen María.

Los mensajes de Dios no son fáciles de comprender. Así le pasó a María. Y hasta preguntó, porque la fe debe sustentarse con la razón, aunque nunca podamos comprender todo. Para María parece ser que era esencial la entrega que había hecho a Dios de su amor, de una manera total y exclusiva. Así parece por la expresión: “No conozco varón”. Cuando hay sinceridad, pero sobre todo entrega en Dios, vienen las soluciones. El ángel le dice cuál es el plan de Dios: ella podrá ser virgen y madre. Y Dios le da la paz: “no temas”. Y para más ratificar esa paz, el ángel le dice que su prima Isabel, a pesar de las dificultades, también va a ser madre muy pronto. No fue fácil la fe de María en ese momento y en muchos momentos de su vida. Cada suceso era como una prueba, de la que salía airosa por su entrega total a Dios.

Quien tiene gran fe no necesita muchos argumentos. Basta acoger con plena confianza la palabra de Dios. Cuando hay entrega, que es fruto del amor, para Dios ya no hay imposibles y se realizan maravillas. Aquel fue el diálogo grandioso de Dios con la humanidad por medio del “sí”. Dios dice su “sí” salvador y María, que representa a la humanidad, responde con su “sí” de acogida. No fue un acto aislado en la manera de ser de María. El “hágase en mi según tu palabra” es como una actitud constante de disponibilidad a la voluntad de Dios: actitud que durará toda su vida, culminando al pie de la cruz. Esta es la actitud que hoy nos enseña la Virgen María para que Dios se encarne también en nuestro corazón.

Dios quiere hacer cosas grandes en nosotros, pero quiere la colaboración humana. Nos pide una respuesta libre, amorosa, consciente y generosa. No nos pide lo que no podamos darle, sino que nos da lo que nos pide. Por eso debemos vivir el “hágase” de cada día con sencillez de corazón, pero con voluntad decidida y generosa a las diferentes llamadas del Señor. A veces pueden ser “puntuales” en la vida, otras son llamadas de cada momento para ser mejores discípulos suyos.