CICLO  A

TIEMPO ORDINARIO

DOMINGO XIX

 

Dios nos llama atrayéndonos. Ni a la fuerza, ni imponiéndose, ni con el miedo. El Señor no estaba

-no está- en el huracán, ni el terremoto, ni en el fuego (primera lectura).

Dios nos atrae porque es para nosotros Padre misericordioso, que con su gracia, cada día aumenta en nuestros corazones el espíritu filial (oración colecta). Dios es amor infinito. Nos hizo libres y nos quiere libres. Nos atrae sin forzarnos, suavemente, como un susurro. Como atrae el amor. “Jesús no impone nunca, Jesús es humilde, Jesús invita. Si quieres, ven. La humildad de Jesús es así. Él invita siempre, no impone” (Papa Francisco).

Al Dios-Amor le escuchamos y le respondemos en el silencio de nuestra conciencia, iluminados por el Espíritu Santo (segunda lectura). “La conciencia es el espacio interior de la escucha de la verdad, del bien, de la escucha de Dios; es el lugar interior de mi relación con Él, que habla a mi corazón y me ayuda a discernir, a comprender el camino que debo recorrer, y una vez tomada la decisión, a seguir adelante, a permanecer fiel” (Papa Francisco). La conciencia siempre nos señala el bien que hay que hacer y el mal que hay que evitar.

El Espíritu de la verdad, que nos guiará hacia la verdad plena (Jn 16, 13). “Toda verdad, la diga quien la diga, viene del Espíritu Santo” (San Ambrosio). Igual que Dios, la verdad se propone, nunca se impone. Sólo en virtud de sí misma se impone la verdad. Por su propia naturaleza la conciencia implica una relación con la verdad y está siempre ordenada a la verdad. Por el Espíritu, que en la Santa Trinidad es la Persona-Don, la Persona-Amor, “Dios uno y trino se abre al hombre, al espíritu humano. El soplo oculto del Espíritu divino hace que el espíritu humano se abra, a su vez, a la acción de Dios” (Juan Pablo II).

Los  cristianos, antes que nada, debemos  ser sinceros en la verdad, la justicia, el respeto. Hombres y mujeres de bien. La vida  cristiana no es una forma de ser hipócritas. Tenemos que ser humanos. Defendiendo los valores humanos. Hombres y mujeres de conciencia, viviendo con Cristo y como Cristo.

Cristo no es un fantasma. Ni nos tiene abandonados. El hombre Cristo Jesús, resucitado y glorioso, está siempre a nuestro lado. Quiere que recorramos todos los caminos de nuestra vida con Él y como Él. Ser cristiano no es jugar a los fantasmas ni a los espectáculos. Es vivir sin miedo, confiados en Él, creyendo en Él, creyéndole a Él. “Sí, es verdad, el Señor está junto al Padre, pero precisamente por eso no está lejos, sino que ve a cada uno, porque quien está con Dios no se marcha, sino que está junto al prójimo” (Benedicto XVI).

A Pedro, al sentir “la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: ¡Señor, sálvame!” (Evangelio). Cristo lo toma de la mano y lo pone a salvo. San Agustín, le dice a Pedro (también a nosotros): el Señor “se inclinó y te tomó de la mano. Sólo con tus fuerzas no puedes levantarte. Aprieta la mano de Aquel que desciende hasta ti”. Él nos toma de la mano. El primero. Nosotros tenemos que agarrarnos a la mano del Señor. “¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!” (Evangelio).

Comentando las lecturas de este domingo, decía el Papa Benedicto XVI: “La experiencia del profeta Elías, que oyó el paso de Dios, y las dudas de fe del apóstol Pedro nos hacen comprender que el Señor, antes aún de que lo busquemos y lo invoquemos, él mismo sale a nuestro encuentro, baja el cielo para tendernos la mano y llevarnos a su altura; sólo espera que nos fiemos totalmente de él, que tomemos realmente su mano”.

Mariano Esteban Caro