CICLO   A

TIEMPO ORDINARIO

XXI  DOMINGO

"Dios, nuestro Salvador... quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad" (1Tm 2,3-4). “El que crea y se bautice, se salvará (Mc 16,15-16). Dios es amor y quiere que todos los hombres participen de su vida. La fe es la respuesta libre y total del hombre a este amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús.

Jesús de Nazaret lleva a cumplimiento este plan de Dios, del cual surge la Iglesia para llamar a todos los hombres a la comunión con Dios, para hacernos sus hijos, partícipes  de la vida divina. Es la familia de los hijos de Dios, sacramento universal de salvación" (Concilio Vaticano II).

Jesús construye su Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa a Jesús como “el Mesías, el Hijo de Dios vivo…Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Evangelio). No se puede separar a Cristo de la Iglesia. Él es la cabeza del cuerpo que es la Iglesia (1 Co 12,12). Él la dirige, le da la vida divina. Por primera vez Cristo habla de “su” Iglesia, cuya misión es cumplir el plan salvador de Dios, para reunir en Cristo a todos los hombres en una única familia.

A sus discípulos -a nosotros también- Cristo dirige una doble pregunta sobre dos modos distintos de conocer a Cristo: "¿Quién dice la gente –la historia, la sociología, los medios de comunicación, las manifestaciones culturales- que es el Hijo del hombre?". El primero consistiría en un conocimiento externo de Cristo según la opinión corriente. Los discípulos dan una respuesta que considera a Cristo como un personaje religioso más.

Pero sobre todo, el Señor interpeló directamente a los Doce: "¿Y vosotros quién decís que soy yo?". En nombre de todos y con decisión, Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo". Fue una primera y solemne profesión de fe por parte de Pedro, que va más allá de los simples datos externos y es capaz de captar en su profundidad el misterio de la persona de Cristo.  Supone una relación personal con Él. Una fe que no es de origen humano, sino don de Dios: “¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Evangelio).

San Lucas, en el contexto del discurso de despedida de Cristo, pone en labios de Jesús estas palabras dirigidas a Simón Pedro: "Yo he rogado por ti para que tu fe no desfallezca. Y tú, cuando hayas vuelto, confirma a tus hermanos" (Lc. 22, 31-32). La misión de Pedro y de sus sucesores consistirá en confirmar a la Iglesia en la fe, la caridad y la unidad.

Junto al lago de Tiberíades, después de comer, en un ambiente de amistad y comunión, Jesús Resucitado se dirige a Simón Pedro, al que había dicho: “tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia” (Mt 16, 18-19). Y entabla con él un sentido diálogo: Por tres veces le preguntó el Señor:"Simón ¿me amas?". "Señor, te quiero, tú lo sabes todo, tú sabes que te quiero”, responde Pedro. Y Cristo Jesús, que es el buen Pastor, le encomienda a Pedro el cuidado de sus ovejas y corderos.

“Yo soy el buen Pastor, que da la vida por las ovejas” (Jn 10, 11-18). En cuatro versículos (Jn 10, 27-30) “está todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna. Jesús quiere entablar con sus amigos una relación que sea el reflejo de la relación que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión” (Papa Francisco).

San Pedro, a quien el Señor resucitado había encargado el cuidado de sus ovejas, llama a Jesús “el Mayoral, el Pastor supremo” (1 P 5, 4). Pedro, cimiento de la Iglesia, con la misión de confirmar a sus hermanos, actúa como quien posee la suprema autoridad en el servicio  a la Iglesia. La autoridad en la Iglesia (el Papa, los obispos, los sacerdotes) es una participación de la autoridad de Cristo, pastor y guardián de nuestras almas (1Pe 2, 25).

En la Iglesia la misión de pastor no puede ejercerse con una actitud de superioridad o autoritarismo. San Pedro dice en su primera carta: “pastoread el rebaño de Dios que tenéis a vuestro cargo como Dios quiere; no como déspotas, sino convirtiéndoos en modelo del rebaño. Y cuando aparezca el Pastor supremo recibiréis la corona inmarcesible de la gloria” (1 Pe 5 1-4). Siguiendo las huellas de Cristo, el Buen Pastor, la autoridad en la iglesia habrá de ejercerse en un espíritu de servicio. Los que reciben de Cristo la misión de pastores deben testimoniar con  su vida y con sus obras el amor del buen Pastor, que da la vida por sus ovejas. Es la caridad pastoral. Además, tienen la misión de hablar y actuar en la persona de Cristo Cabeza desde su identificación con Él.

Vicario de Cristo y Pastor supremo de la Iglesia universal, el Papa es el principio y fundamento de la unidad del pueblo de Dios, pastores y fieles. Cabeza de la Iglesia, es padre y maestro supremo de todos los fieles. Es nuestro guía en la fe, infalible (no puede equivocarse) cuando enseña verdades de fe y costumbres. Por eso, hemos de ofrecer a sus enseñanzas la obediencia de la fe. Es la potestad de enseñanza. San Ignacio de Antioquía, en su carta a los Romanos, se refiere a la Iglesia de Roma, cuyo obispo es el Papa como a "aquella que preside en el amor". Una expresión muy significativa, que explica Benedicto XVI: “Presidir en la doctrina y presidir en el amor deben ser una sola cosa: toda la doctrina de la Iglesia, en resumidas cuentas, conduce al amor”.

 

Mariano Esteban Caro