CICLO  A

TIEMPO ORDINARIO

XXIV  DOMINGO

 

Perdonar siempre. Perdonar de corazón. Es el mensaje que nos trae la Palabra de Dios en este domingo.

Dios es amor en su ser y en su obrar. El amor divino es el fundamento del perdón, expresión de su ternura como Padre. La misericordia de Dios es la expansión hacia fuera del ser de Dios que es amor. El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia… Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades” (salmo responsorial).

El Papa Francisco decía ya en los primeros días de su pontificado: “El Señor nunca se cansa de perdonar, ¡jamás! Somos nosotros los que nos cansamos de pedirle perdón. Y pidamos la gracia de no cansarnos de pedir perdón, porque él nunca se cansa de perdonar”.

En la oración colecta de varios domingos nos dirigimos al Dios “omnipotente y misericordioso”, que manifiesta “especialmente su poder con el perdón y la misericordia” (domingo XXVI del Tiempo Ordinario). Es la omnipotencia del amor. En la misericordia Dios demuestra el verdadero poder. Dios no odia nada de lo que ha hecho (Sb 11, 24).

Jesucristo, paz y reconciliación nuestra, personifica la misericordia divina. “Él mismo es, en cierto sentido, la misericordia” (Juan Pablo II). Murió perdonando: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). El Señor nos ha perdonado: “haced vosotros lo mismo” (Col 3, 13). El versículo del aleluya nos recuerda el mandamiento nuevo, que nos dio el Señor:"que os améis mutuamente como yo os he amado" (Jn 13, 34). Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo, decía la ley antigua. “Pero yo os digo amad a vuestros enemigos” (Mt 5, 43-44).

Jesús proclamó el perdón de Dios, pero, al mismo tiempo, añadió la exigencia del perdón recíproco como condición para obtenerlo. En el « Padrenuestro » nos invita a orar así: “perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 12). La medida con que seremos juzgados está en nuestras manos. Cristo es Señor de vivos y muertos (segunda lectura). “Perdona la ofensa a tu prójimo, y se te perdonarán los pecados cuando lo pidas… ¿Cómo puede un hombre guardar rencor a otro y pedir la salud al Señor? No tiene compasión de su semejante, ¿y pide perdón de sus pecados? (primera lectura).

Nosotros somos hijos de Dios en el Hijo eterno de Dios. Si participamos de la naturaleza divina, estamos hechos a imagen de Dios, que es «rico en misericordia» (Ef 2, 4), entonces la misericordia entrañable de nuestro Dios y su perdón infinito deben reflejarse en nuestra vida.

El perdón de Dios es el motivo y la medida del perdón fraterno. Hay que perdonar sin medida, porque así es el perdón de Dios. Al final de la parábola se nos dice el amor fraterno es la  condición para obtener el perdón de Dios.

El Evangelio de hoy nos ofrece la parábola del Deudor Inexorable o del siervo sin entrañas, castigado por la dureza de corazón para con su semejante. “En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: -«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?» Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. Es decir, siempre. San Lucas habla de “siete veces en un día” (Lc 17, 3-4).

Primitivamente, una ofensa merecía una venganza "setenta veces siete" mayor (Gn 4. 24). La ley del talión (Ex 21. 24) redujo la tarifa: ojo por ojo y diente por diente. Pero no más. Sólo con posterioridad se descubre la noción del perdón. Los rabinos exigían a sus discípulos que perdonasen un número determinado de veces según unas tarifas, distintas en cada escuela. Por eso Pedro pregunta a Jesús cual era su tarifa. Jesús contesta a Pedro con una parábola: el perdón no tiene tarifa, porque es signo del perdón recibido de Dios. Ésta es la característica del perdón cristiano: se perdona como se ha sido perdonado: uno se apiada de su compañero porque se han apiadado de él. El sentido de la respuesta que da Jesús es que no podemos poner límites al perdón: hay que perdonar siempre.

Sobre todo, se nos enseña que, quien no perdona a su hermano, por eso mismo se excluye él mismo del perdón divino: “Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano”.

Hay que perdonar de corazón, de verdad. Sin engañarnos a nosotros mismos ni, por supuesto, intentar engañar a Dios: “Si alguno dice: amo a Dios, y aborrece a su hermano, es un mentiroso” (I Jn 4, 20). “El que odia a su hermano es un homicida. Y sabéis que ningún homicida lleva en sí vida eterna” (I Jn 3, 15). “La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón” (I Samuel 16, 6-7.  10-13).

 

Hay que perdonar como Jesús. No se trata de olvidar sin perdonar, porque  el paso del tiempo lo cura todo. Ni de perdonar pero sin olvidar. Hay que perdonar como perdonó Cristo. El perdón de Jesús es total. Sólo pone la condición del arrepentimiento.

 

El discípulo de Jesús tiene un gran motivo para perdonar: el  perdón de Dios, que es Amor. El amor dispone al hombre al perdón. “El perdón es ante todo una decisión personal, una opción del corazón que va contra el instinto espontáneo de devolver mal por mal. Dicha opción tiene su punto de referencia en el amor de Dios, que nos acoge a pesar de nuestro pecado y, como modelo supremo, el perdón de Cristo, el cual invocó desde la cruz: “Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)…El perdón tiene una raíz y una dimensión divinas” (Juan Pablo II)

 

Mariano Esteban Caro