CICLO A
TIEMPO ORDINARIO
XXVII DOMINGO
El Señor da el Reino de los cielos a quienes
produzcan sus frutos (Evangelio). El Reino de los cielos o Reino de Dios es el
Reinado de Dios en nosotros, que quiere salvarnos, haciéndonos partícipes de su
divinidad. A nuestro Dios, que es amor infinito, hemos de responderle amándole
sobre todas las cosas.
Ya antes de la liberación de Egipto (primera
lectura) Dios había iniciado la historia de la salvación de los hombres, que
culmina en la muerte glorificadora de su Hijo Jesucristo. Injertados por la fe
y el bautismo en el Crucificado-Resucitado, participamos de su vida divina, que
es vida filial: somos hijos de Dios. Unidos a él, como el sarmiento a la vid,
daremos frutos abundantes, ya que sin él no podemos hacer nada (Jn 15, 4-5).
El Dios de la paz está siempre con nosotros
y, en Cristo, custodia nuestros corazones y nuestros pensamientos (segunda
lectura). “Quien guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él” (I Jn 3,24). El Reino de Dios en nosotros debe producir frutos
de buenas obras. Las zarzas no dan uvas, ni los cardos higos: por sus frutos
los conoceréis (Mt 7,16).
San Pablo en la segunda lectura enumera
alguno de estos frutos: como la verdad, que nos hace libres y nos ayuda a
distinguir el bien y el mal. Como cristianos somos testigos de la verdad,
sabiendo que la verdad se muestra a sí misma en el amor (Benedicto XVI). Como
el fruto de la justicia, dando a cada cual lo suyo, especialmente el respeto a
la dignidad de la persona. Los frutos de un corazón limpio, noble, y amable.
Los frutos de las virtudes religiosas (fe, esperanza, caridad) y humanas. Los
frutos de todo lo que es noble y bello.
Sabemos que Dios permanece en nosotros por el
Espíritu Santo que nos ha dado (I Jn 3, 24). Y sus
frutos son amor, alegría, paz, comprensión servicialidad,
bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí (Gal 5,22-23).
El amor de Dios, (el Reino de Dios) llega en
nosotros a su plenitud, si guardamos sus mandamientos; en esto conocemos que
estamos en Cristo: “quien dice que permanece en él debe vivir como vivió él” (I
Jn 2, 3-4).
Mariano Esteban Caro