PASCUA
– DOMINGO VI B
(6-mayo-2018)
Jorge Humberto Peláez S.J.
Universalidad
de la salvación y centralidad del amor
ü Lecturas:
o Hechos
de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
o I
Carta de san Juan 4, 7-10
o Juan
15, 9-17
ü La
liturgia de este VI domingo de Pascua gira alrededor de dos temas teológicos de
gran importancia: La universalidad de la salvación, y el amor como clave de lectura
para comprender el plan de salvación que Jesús lleva a cabo en absoluta
obediencia a la misión que el Padre le encomendó.
ü Empecemos
nuestra meditación dominical profundizando en el significado del encuentro de
Pedro y Cornelio, oficial romano. Después de dos mil años de la acción evangelizadora
de la Iglesia, nos parece muy natural que la Buena Noticia se anuncie a todos
los pueblos sin que ninguno de ellos pretenda ejercer un monopolio sobre la
verdad revelada. Esta situación, que nos es tan familiar, era fuente de apasionados
debates en la primera comunidad cristiana, constituida por judíos que habían
sido bautizados.
ü Para
los judíos, que desde su infancia habían oído que ellos eran el pueblo elegido,
tenía que ser muy difícil aceptar dentro de la incipiente comunidad cristiana a
unos extranjeros ajenos a sus tradiciones religiosas y culturales. Era como compartir
la casa con unos desconocidos, y eso les generaba recelos y desconfianzas.
ü Por
eso es tan importante la escena de los Hechos de los Apóstoles que acabamos de
escuchar. Pedro, cabeza de la comunidad de los seguidores del Señor resucitado,
reconoce públicamente, delante de un militar romano y de unos judíos bautizados,
que es necesario cambiar de mentalidad: “Ahora caigo en la cuenta de que Dios
no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la
justicia, sea de la nación que fuere”. Esta sincera declaración pública no debió
ser fácil para Pedro porque durante toda su formación había escuchado que los
judíos eran diferentes. Y súbitamente descubre que no hay muros que separen. Así,
poco a poco, el Cristianismo se va separando del viejo tronco del Judaísmo,
adquiriendo identidad propia, sin negar las raíces comunes de la Revelación del
Antiguo Testamento.
ü Delante
de los judíos bautizados exclama: “¿Quién puede negar el agua del bautismo a
los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?”. Aquí el apóstol
Pedro sugiere una problemática que sigue acompañando a la Iglesia a lo largo de
los siglos: Los intentos llevados a cabo por grupos integristas de creyentes
que buscan levantar muros y establecer controles que impidan el acceso a la
vida sacramental a algunos miembros de la comunidad por considerarlos indignos.
¡Qué atrevimiento pretender poner límites al amor misericordioso de Dios que es
infinito y no excluye a nadie!
ü Después
de estas reflexiones sobre la universalidad del mensaje de salvación, los invito
a reflexionar sobre el segundo eje de la liturgia de este VI domingo de Pascua:
El amor como clave de lectura para comprender el plan de salvación.
ü Hay
personas cuyas vidas están rigurosamente regidas por unos códigos éticos y
legales. Evitan cuidadosamente lo que está prohibido y hacen lo que está
mandado. Su buen comportamiento los hace sentirse ciudadanos honestos y
merecedores de las bendiciones de Dios. Sus vidas están fuertemente motivadas
por el binomio premio-castigo.
ü El
Cristianismo tiene una motivación absolutamente diferente, pues gira alrededor
del amor. Sin embargo, es frecuente encontrar modelos pedagógicos que inculcan
una religiosidad movida por el premio y el castigo y comunican una imagen dura
de Dios, que no es Padre amoroso sino inquisidor implacable.
ü A
Dios nadie lo ha visto, pero sí conocemos a Jesucristo, revelador del Padre.
Leemos en la I Carta de san Juan: “El amor que Dios nos tiene se ha manifestado
en que envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por Él”. ¿Qué mejor
regalo podríamos soñar? ¿Qué otra prueba de amor necesitamos?
ü Conocemos
el amor del Padre porque nos ha dado a su Hijo. Y conocemos el amor que nos
tiene el Hijo encarnado porque ha dado su vida por nosotros: “Nadie tiene amor más
grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.
ü Este
inmenso tesoro del amor del Padre y del Hijo lo conservamos en vasijas
frágiles, pues somos muy volátiles e inestables en nuestros amores y fidelidades;
fácilmente, nos dejamos deslumbrar por valores aparentes, dándole la espalda a
Dios. Por eso el apóstol Juan nos dice: “Como el Padre me ama, así los amo yo.
Permanezcan en mi amor, lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y
permanezco en su amor”.
ü Cuando
el Señor nos invita a cumplir sus mandamientos para permanecer unidos a Él, nos
está invitando a vivir en discernimiento continuo, es decir, buscar su voluntad
en cada situación.
ü En
este relato evangélico, el Señor nos llama sus amigos: “Ustedes son mis amigos,
si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe
lo que hace su señor; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer
todo lo que le he oído a mi Padre”. Estas palabras del Señor nos llenan de felicidad
pues nos hacen sentir muy cerca de su corazón. Y nos pide que ese amor impregne
todas nuestras relaciones sociales: “Esto es lo que les mando: que se amen los
unos a los otros”.
ü En
ese VI domingo de Pascua, la liturgia nos ilustra sobre dos puntos esenciales
de la vida cristiana: La universalidad de la salvación que no admite
discriminaciones; y la centralidad del amor en la vida de los bautizados, un
amor que se expresa en fidelidad y compromiso.