CONMEMORACIÓN
DE TODOS LOS FIELES DIFUNTOS
DÍA 2 DE NOVIEMBRE
La conmemoración del 2 de
noviembre fue instituida por San Odilón hacia el año 998. Ya antes San Isidoro
de Sevilla dispuso que se celebrara la santa misa por los difuntos el día
siguiente de Pentecostés. Desde los primeros ti
ofrecían
oraciones privadas y públicas por los fieles difuntos, tal como aparece en las
catacumbas y en otros documentos primitivos. El pueblo cristiano recogía así la
tradición del antiguo pueblo de Dios: es una idea piadosa y santa rezar por los
difuntos para que sean liberados del pecado (2 M 12, 46).
La conmemoración de todos los
fieles difuntos pone ante nosotros la certeza de morir, que nos entristece
(prefacio): la muerte es contraria al instinto más fundamental del hombre. Y
además este día nos recuerda la obligación de rezar no sólo hoy por los que han
muerto. Nuestra “oración por ellos puede no sólo ayudarles, sino también hacer
eficaz su intercesión en nuestro favor”.
La fe en Cristo resucitado
ilumina el misterio de la muerte y nos infunde serenidad y esperanza (oración
colecta-l). Cristo murió para resucitar. El que cree en Cristo y muere con Él y
como Él no morirá para siempre (Jn 11, 25-26). Muere
también para resucitar. La muerte no es fin, sino paso, puente tránsito de vida
a vida. Superada nuestra pobre condición mortal pasamos a la vida plena y
definitiva (oración colecta-3). Al deshacerse nuestra morada terrenal
adquirimos una mansión eterna en el cielo (prefacio).
Sólo los absolutamente limpios
verán a Dios (Mt 5,8). Algunos hermanos nuestros pueden haber muerto en Cristo
sin estar plenamente purificados (Concilio de Trento). Con la muerte termina el
tiempo de caminar y de hacer méritos ante Dios. Somos los que aún peregrinamos
por este mundo los que podemos ayudarles y sostenerles en su última
purificación, en virtud de la comunión vital entre todos los miembros del
cuerpo místico de Cristo (LG 51) para que puedan ver a Dios y gozar de su luz y
de su paz infinitas. Con nuestros sufragios y limosnas, con las indulgencias,
con nuestras oraciones por los difuntos, en particular, la santa misa: Dios no
es un Dios d muertos, sino de vivos (Lc 20, 38). Y es
fiel a su alianza con el hombre. Este pacto es sellado con la Pascua de Cristo,
el crucificado-resucitado, que se actualiza en la eucaristía, culmen también de
nuestras oraciones por los difuntos, por cuya salvación celebramos el misterio
pascual (oración después de la comunión).
Mariano Esteban Caro