6ª semana de Pascua. Lunes: Jn 15,26 – 16,4ª

Estas palabras de Jesús, que el evangelista san Juan pone en la “Ultima Cena”, bien podrían haber sido dichas por Jesús en alguna de las apariciones antes o en el momento precedente a la Ascensión a los cielos.

Jesús les habla a los apóstoles, como un consuelo, del Espíritu Santo que les ayudará, cuando El se vaya al cielo. Es una promesa grandiosa para la Iglesia. Jesús llama al Espíritu Santo el Defensor o Abogado. En griego era “Paráclito”. Esto provenía de la costumbre entre los hebreos de nombrar a alguien como “defensor” de uno que se quedaba huérfano. En cierto sentido, era parecido, aunque más importante, a lo que entre nosotros es el “padrino”, lo sea por el bautismo o por lo social.

El hecho es que, como Jesús va a predecir muchas dificultades y persecuciones contra la Iglesia, nos dice que tenemos un defensor verdadero, que es nada menos que Dios mismo, el Espíritu Santo. Esta defensa traspasa los límites de lo material, porque la vida eclesial no es puramente material.

Jesús les anuncia a los apóstoles que tendrán persecuciones. De hecho, cuando san Juan escribía estas palabras, ya habían muerto algunos o bastantes como mártires o testigos de Jesús. Estas persecuciones han continuado a través de los siglos y continúan en el día de hoy. Hoy también hay cristianos que siguen dando testimonio de su fe en Cristo hasta la muerte cruenta. Pero hoy vemos, quizá más que en otras épocas, multitud de persecuciones contra la Iglesia por infamias, descréditos, deseos de que la Iglesia de Cristo se derrumbe para siempre.  Con palabras y acciones de todo tipo. Hoy resulta difícil ser testigos de Cristo en muchos ambientes hostiles.

Lo curioso, que dice Jesús y resulta verdadero, es que muchos que persiguen a la Iglesia lo hacen “equivocados”, creyendo hasta que hacen un beneficio a Dios. Lo que pasa es que no conocen al verdadero Dios, lleno de bondad, ni lo que es la verdadera Iglesia. Muchos tienen un concepto de Iglesia, quizá basado en datos de historia, como si fuese un imperio de poder y bienes materiales. Nosotros cristianos tenemos en parte la culpa por no dejarnos guiar por el “Abogado defensor”.

La equivocación muchas veces proviene porque juzgan a un todo por una parte. Así pasa en aquellos que creen que todos los sacerdotes son pederastas o tantas otras cosas malas que han oído de uno o de pocos. Con facilidad lo aplican a todos los miembros de la Iglesia. A muchos perseguidores se les puede aplicar aquello de que “el ladrón cree que todos son de su misma condición”.

Para juzgar rectamente necesitamos “el Espíritu de la verdad”. Así lo definió hoy Jesús a los apóstoles. Quizá sea la característica más importante del Espíritu: darnos luz. La fe es oscura; pero con la luz del Espíritu todo parece claro. San Pablo nos dirá que no podemos conocer plenamente a Jesús si no es con la luz del Espíritu. Y que no podemos llamar a Jesús “Señor” si no es con la ayuda del Espíritu.

Cuando dejamos que el Espíritu Santo nos guíe, tendremos luz y fortaleza, como hoy en la primera lectura aparece en la vida de los apóstoles hablando con claridad y valentía sobre Jesús. Hoy especialmente aparece san Pablo predicando a Jesús donde puede. Está en Filipos donde los pocos judíos no tienen ni sinagoga, pero se reúnen para orar en las afueras junto al río. Allí predica san Pablo con valentía a unas mujeres y consigue que algunas conozcan a Jesús y se conviertan.

No es fácil dejarse llevar por el Espíritu. Para los que así lo hacen, su vida se convierte en un testimonio viviente de su fe. La mejor predicación es la imitación de Jesús en la vida. Y nos dijo que si a él le persiguieron, así será con sus discípulos. Siempre habrá persecuciones, porque siempre hay multitud de pecados. Y sucede que la vida honrada del justo molesta siempre al impío, porque como nos dice la Escritura, la vida del justo es un reproche para el malvado.