Domingo VI de Pascua/B (Jn 15, 9-17)

Que mi gozo esté en ustedes

Hoy Jesús nos dice en el evangelio: permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Les he dicho esto, para que mi gozo esté en ustedes, y su gozo sea colmado. Nos centramos en las palabras que mi gozo esté en ustedes.

Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: “Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo” (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: “¡Den gritos de gozo y de júbilo!” (12,6).

Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico: “Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo” (So 3,17). Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: “Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día” (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!

El Evangelio invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: “Alégrate” es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: “Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador” (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: “Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud” (Jn 3,29). Jesús mismo “se llenó de alegría en el Espíritu Santo” (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: “Les he dicho estas cosas para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría sea plena” (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: “Estarán tristes, pero su tristeza se convertirá en alegría” (Jn 16,20). E insiste: “Volveré a verlos y se alegrará su corazón, y nadie les podrá quitar su alegría” (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, “se alegraron” (Jn 20,20). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?

El corazón del hombre desea la alegría, todos nosotros aspiramos a la alegría. Cada familia, cada pueblo aspira a la felicidad. ¿Pero cuál es la alegría que el cristiano está llamado a vivir y testimoniar? Es la que viene de la cercanía de Dios, de su presencia en nuestra vida. Jesús vino a traer la alegría a todos y para siempre.

No se trata de una alegría solamente esperada o desplazada al paraíso, ‘aquí en la tierra estamos tristes pero en el paraíso estaremos alegres’, no, no es esto. Sino una alegría ya real y que se puede sentir ahora, porque el mismo Jesús es nuestra alegría, es nuestra casa. Con Jesús la alegría está en casa, y sin Jesús no hay alegría. Jesús está vivo, es el resucitado, y opera en nosotros, especialmente con su Palabra y los sacramentos.

Nunca se oyó decir de un santo triste o de una santa con la cara fúnebre, nunca se ha oído, sería un contrasentido. El cristiano es una persona que tiene el corazón colmado de paz, porque sabe poner su alegría en el Señor, incluso cuando atraviesa momentos difíciles en la vida. Tener fe no significa no tener momentos difíciles, sino tener la fuerza de enfrentarlos sabiendo que no estamos solos. Y esta es la Paz que Dios dona a sus hijos.

Pensemos ¿Vivo alegre en mi vida cristiana? ¿Quién es la fuente de mi alegría? ¿He abierto de par en par las puertas de mi existencia al amor de Cristo o tengo algunas ventanas cerradas donde no ha entrado todavía este amor? ¿Cuáles: afectividad, voluntad, sentimientos, éxitos, fracasos…?

Que la virgen María interceda por nosotros para que hoy y siempre nos alegremos en las palabras de Jesús: “permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Les he dicho esto, para que mi gozo esté en ustedes, y su  gozo sea colmado.