7ª semana de Pascua. Lunes: Jn 16, 29-33

Jesús había tenido un largo discurso en la “Última Cena”. Está terminando de hablar con sus discípulos, cuando éstos, entusiasmados con las palabras de Jesús que les habla de su procedencia del Padre, le dicen: “Ahora sí que hablas claro”.

Ellos se creen que ya lo han entendido todo. Ahora se creen convencidos de que en verdad Jesús viene del cielo o “salió de Dios”. Lo iban medio intuyendo a través de aquellos años en su compañía; pero sobre todo por la solemnidad de aquella hora en que Jesús les había abierto su corazón, les había dado ejemplo de humildad en el lavatorio de pies y había instituido la Eucaristía. En cierto sentido se parece a la pretensión de Simón Pedro que le había dicho que estaba dispuesto a ir hasta la muerte por seguirle fielmente.

Y lo mismo que Jesús había “puesto en su sitio” un poco a Pedro o le había anunciado que le iba a negar, así ahora a todos los demás les anuncia que todos le abandonarán y se dispersarán. Jesús nos enseña que en las cosas de la fe no sirve el orgullo o el creerse algo, sino la humildad, porque todo es don de Dios. De nosotros vale la entrega; pero de ello Dios nos juzgará.

La mayoría de nosotros nos hacemos valientes cuando las cosas nos van bien; pero cuando llega la hora de la pasión, la tentación de dejar a Jesús es muy grande. El seguir a Jesús, cuando la moda es lo contrario y vemos que el mundo va por otro camino, se hace más difícil. Por eso necesitamos de una gran fuerza. Esa la tenemos por medio del Espíritu Santo.

Estamos ya en la semana de preparación para el día de Pentecostés. No sólo es un recuerdo, sino una acentuación de la gracia del Espíritu que infunde en los corazones. Hoy en la primera lectura se nos dice cómo san Pablo, al llegar a Éfeso, se encontró con que había algunas personas bautizadas, pero que no habían oído hablar del Espíritu Santo. Eran personas bautizadas por discípulos de Juan Bautista, por lo tanto con un bautismo no ligado a la obra de Jesús. Cuando esas personas se bautizaron en el nombre de Jesús, sintieron la presencia del Espíritu Santo.

Hoy también viene el Espíritu Santo cuando una comunidad abraza la fe o cuando da un impulso grande en el arraigo de esa fe. A veces se ven signos, otras veces no; pero el Espíritu Santo va guiando a la Iglesia en medio de las dificultades o persecuciones en que se ve metida.

Tan grandes son a veces estas persecuciones que parecería que el mundo vence a la Iglesia. Pero Jesús hoy, al terminar las palabras que les dirige a los apóstoles en la Ultima Cena, lanza una proclama de optimismo: “Confiad: Yo he vencido al mundo”. Debemos confiar más, porque sabemos que la Iglesia está con Dios. Claro que dentro de la Iglesia hay muchas personas malvadas a quienes no les importaría que la Iglesia quedase destruida; Pero hay muchísimas buenas personas que confían en el Señor y vencerán al mundo.

Esta expresión que dice Jesús: “Yo he vencido al mundo” no es una expresión arrogante, como la que había dicho Pedro: “No te negaré”, ni como la expresión inconsciente de los demás discípulos creyendo que ya lo sabían todo. Todavía no habían recibido el Espíritu Santo, y su saber está demasiado mezclado con los ideales mundanos. Lo de Jesús es una seguridad que proviene de su unión con el Padre, manifestada en el cumplimiento de su voluntad.

Hoy nos invita Jesús a tener valor, que puede estar unido con la entrega a la muerte. Pero nos da una seguridad de que, si estamos unidos con Cristo y la Iglesia, el mundo no podrá con nosotros, sino que venceremos. Esto sobre todo en la vida eterna; pero muchas veces se verá en esta vida, porque la verdad siempre saldrá a flote, si está unida con el amor y la paz.