7ª semana de Pascua. Martes: Jn 17, 1-11

  En este tiempo pascual la Iglesia nos ha ido presentando la última conversación de Jesús con los apóstoles, despidiéndose en la Ultima Cena, pero les promete su permanencia continua a través del Espíritu que les va a enviar. Ahora  termina sus palabras con una sublime oración con la que se dirige a su Padre celestial.

Comienza esta oración con una actitud corporal significativa: “Levantando los ojos al cielo”. En la oración debemos comunicarnos con Dios con todo nuestro ser. Pero podemos conversar con Dios Padre entrando en lo profundo del alma y para ello puede ser provechoso cerrar los ojos separándonos un poco de las cosas exteriores. Pero también podemos abrirlos para glorificar a Dios en las cosas hermosas de la creación. Dios siempre nos ve y nos oye. Lo importante es la actitud interna; pero en lo externo hagamos lo mejor que nos pueda llevar a esa relación de amistad con Dios.

Jesús invoca a su Padre Dios. Es la gran enseñanza de Jesús: sabernos relacionar con Dios como Padre lleno de bondad. Si nuestra relación con Dios comienza en el ambiente de verdadero amor, la oración ha cumplido ya casi toda su finalidad. Porque si hay amor, hay confianza paternal y las peticiones las colocaremos en sus divinas manos, para que nos las devuelva llenas de bienes. Digo de bienes según la mente de Dios, que puede ser que no coincidan con nuestros intereses materiales, pero que sí serán bienes. Hasta las cosas que nos parezcan males se convertirán en bienes.

Jesús expresa que “ha llegado la hora”. En varios momentos de su vida había expresado que no había llegado la hora. Ahora ya llega la hora de su muerte y resurrección. Por este Misterio Pascual Dios Padre va a ser glorificado. Jesús pide que sea una realidad esa glorificación. En realidad a primera vista no se iba a ver, porque sería degradado hasta lo más que puede ser un ser humano; pero de esa degradación realizada voluntariamente con infinito amor, vendría la mayor glorificación.

Si lo miramos hacia nosotros, Dios será glorificado en cuanto que lo conozcamos y unamos nuestras voluntades en amor al mismo Dios. Por eso pide Jesús en ese momento por los apóstoles y por todos los que han de creer en El. Pide que crezcamos en el conocimiento. Conocer a Dios es el ideal de nuestra vida cristiana. Cuanto más le conozcamos, más le amaremos y más felices seremos. No es fácil conocer de manera profunda a Dios y por eso, a quien se deja guiar por Dios el Espíritu Santo le ayuda con sus dones. La mayoría de los 7 dones son de conocimiento, que lleva al amor.

Dios quiere que todos le conozcan y le amen, que es al mismo tiempo nuestra felicidad; pero nos deja la libertad, que muchas veces nos traiciona. Dios lo quiere para todos; pero esta obra de salvación se la encomienda Jesús a la Iglesia. Por eso en este momento pide a su Padre por la Iglesia: los discípulos y todos los que crean en El como Salvador. Los discípulos se quedan en el mundo, pero “no deben ser del mundo”. No es fácil porque o nos dejamos llevar de los atractivos del mundo o sentimos demasiado las contrariedades y persecuciones del mundo. Por eso debemos continuar la oración de Jesús, hacerla nuestra y pedir que Dios sea glorificado por nuestras obras internas y por nuestro apostolado. Eso será si estamos unidos en el amor.

Termina Jesús esta primera parte de la oración pidiendo la unidad entre nosotros. No sólo debemos buscar la unión más íntima con Dios nuestro Padre, con Jesús, Hijo de Dios, nuestro amigo, y con el Espíritu Divino, nuestro Abogado; sino que esa unión debe manifestarse por la unión entre nosotros. Decir amor a Dios es decir al mismo tiempo caridad con nuestros hermanos; pero no una caridad cualquiera de hacer el bien a los que lo necesitan, sino de formar una unidad en el alma y en el espíritu. Jesús llega a pedir a su Padre que los que le conozcan y le amen, conozcan la intimidad en Dios y que lo procuren imitar en la vida común de familia, de trabajo y en todas las circunstancias de la vida.