P E N T E C O S T É S  (B)

                                FIESTA DEL ESPÍRITU SANTO   (Juan, XX, 19-23)

  ¡Ven, Espíritu Santo, llena mi corazón  y enciéndelo en el fuego de tu amor!  

-   Solemos decir que, “la cara es el espejo del alma”, por aquello de que, por el rostro, por la expresión de la cara, podemos, muchas veces, hacernos una idea del interior de las personas.

- No deja de ser curioso que el Señor, para que podamos hacernos una idea de la Esencia inefable de las tres Divinas Personas, nos ha querido dejar una especie de “espejos”, de imágenes sensibles, que puedan ayudarnos a hacernos una idea de esas tres distintas Personas de la Santísima Trinidad.

            a) No nos resulta muy difícil imaginarnos a la Segunda Persona, debido a la Encarnación de Jesucristo. Su rostro nos es muy familiar.

b) Tampoco  tenemos  grandes  dificultades para imaginarnos a  Dios  Padre porque, ese simple nombre de “padre”, es ya para nosotros muy evocador. Y se trata de elevar esa idea de Padre a la máxima esencia.

c) Pero...., ¿Cómo hacernos una idea, cómo “ponerle cara” a la Tercera Persona? El Espíritu es eso, “espíritu”, y no tiene rostro,  ni voz y, ni siquiera su nombre nos evoca una imagen sensible que nos ayude a imaginarnos a esta Tercera Divina Persona de la Santísima Trinidad.

- En el Evangelio, se nos han revelado algunas “pistas” que nos pueden ayudar a hacernos una idea del Espíritu Santo al que se le identifica en la S.E., con el aire, un  viento impetuoso;  con el agua viva o el fuego ardiente.

   Todos estos elementos naturales, son vivificantes Todos ellos nos evocan vida y los consideramos indispensables para el hombre, para los seres vivos. - Que al Espíritu Santo se le compare con estos elementos vivificadores, sirve para hacernos una idea de su Naturaleza y de esa especial función que, esta Divina Persona, tiene encomendada y ha de realizar en nuestras almas. Que apropiado es que, en nuestra Profesión de Fe, el Credo, le confesemos como: “Dominum et vivificantem” = “Señor y dador de Vida”, de esa Vida que ha venido Jesús a traernos: “Yo he venido para que tengáis Vida”.

-  Pero, cuando entra en juego y se pone espectacularmente de manifiesto esta riqueza vivificadora del Espíritu Santo fue, el día de Pentecostés. La venida del Espíritu Santo transforma por completo la vida de los Apóstoles: Aquellos hombres, hasta entonces, temerosos y huidizos: recuperan los ánimos,  acrecientan sus fuerzas y se revisten de un inusitado valor para ser testigos del Señor, sin importarles ya  jugarse la vida por la causa de Jesús.

                                                                                                                   

 

 

 

-  Con la venida del Espíritu Santo, comprendieron sus discípulos aquella insistencia e importancia que Jesús daba a la venida del Paráclito, cuando les decía:

 

    “Os conviene que yo me vaya, para que venga  a vosotros el Abogado que yo os enviaré, el Espíritu de verdad.

 

    “Cuando yo me vaya, El os recordará y os enseñará todo lo que yo os he dicho y os llevará hasta la verdad completa”.

 

    “Yo rogaré  al Padre para que os de otro Defensor”-

 

Pentecostés no es algo que sucedió…, ¡sigue teniendo actualidad!”

 

- Erraríamos si considerásemos Pentecostés, únicamente, como un acontecimiento histórico, que ocurrió hace XXI siglos. Aquel primer Pentecostés lo que hizo fue, “inaugurar” la  perenne presencia y actividad del Espíritu Santo en la Iglesia para que, ese “Señor y dador de vida”, que confesamos en el Credo, siga realizando, también hoy, esos continuos y personales “Pentecostés” en las almas, a través de esos cauces establecidos en la Iglesia: los Sacramentos, la Palabra, sus Ministros ect , de cuya acción del Espíritu Santo tenemos tantas experiencias los Sacerdotes, sobre todo, en la administración del Sacramento de la Penitencia.

 

- Por esto, no es casual poder comprobar que, precisamente en ese día de Pentecostés, se proclamara la institución de este Sacramento del perdón:

 

     “Recibid el Espíritu Santo, a quienes les perdonéis los pecados……”

 

     Y es que, como queda dicho, este Sacramento,  es uno de los cauces más importantes por el que podemos experimentar los frutos y los dones del Espíritu Santo.

                                                                                                     Guillermo Soto