FIESTA DE PENTECOSTÉS -  CICLO B -

PENECOSTÉS: Pablo un laico espiritual.

Hay dos caminos para acercarnos a la fiesta de pentecostés, fiesta del Espíritu Santo:

1. Analizando los textos de pentecostés (Hch 2); lenguas de fuego, signo del Espíritu, sobre mucha gente de trece (13) países distintos que empezaron a entenderse. Pedro les explicó el fenómeno; y los relatos de la vocación: El momento en que ocurre (9,1-19); Pablo lo cuenta a un ciudadano romano en Jerusalén (22,3-21); el mismo Pablo cuenta lo sucedido al rey judío Agripa II en Cesárea Marítima (26,1-18).

2. En Lucas, autor de los Hechos de los apóstoles, se enfatizan aspectos diferentes; para él el don del Espíritu es un milagro fundamentalmente centrado en la compresión del lenguaje del Espíritu quien venció todo límite de muerte.

Pablo tiene su experiencia narrada por el mismo (Ga 1,11-17).

Se trata de la experiencia de un laico quien más íntimamente conoció al Espíritu Santo, como el Cristo de la pascua, porque el histórico pre-pascual ya había muerto. De los 27 libros de la Biblia 13 son de Pablo. Y de los 28 Caps de Hechos, 16 son sobre él.

DE GAMALIEL AL RESUCITADO. (Hch 22,3).

Pablo pasó su juventud a los pies de Gamaliel.

¿Quiénes son Gamaliel? Todos los que nos educaron en la religión, familia, maestros, catequistas, parroquias, movimientos, lecturas y buena doctrina.

Pablo mantenía una insatisfacción permanente; y veía a otros también insatisfechos con la religión; él no veía cambio alguno en su vida, conversión, y tampoco que hubiera conseguido el acceso a Dios solo por el cumplimiento de la ley.

¿CÓMO FUE LA EXPERIENCIA DEL RESUCITADO? Damasco.

Hch 9,1-9. No fue una figura visual sino una luz, no la del lago, sino del cielo: La luz se identifica con Jesús, (pos-pascual), de la luz se hizo una pregunta: “¿Saulo, Saulo, porqué me persigues?” dado que pablo a quien perseguía era a la comunidad cristiana; entonces el resucitado se identifica con la comunidad; el resucitado es la comunidad o la comunidad es el resucitado para siempre.

“La luz era tan resplandeciente que dejó ciego a Pablo. Tres días después fue llevado a Damasco y presentado a un judío llamado Ananías; quien le impuso las manos y le dijo: “El Señor Jesús que se te apareció en tu camino, me ha enviado para que recobres la vista y seas colmado de Espíritu Santo. Inmediatamente algo como unas escamas cayó de sus ojos y recibió la vista” (Hecho 9, 17-18).

El relato del encuentro termina con el bautismo que era el rito cristiano para “estar en Cristo” y pertenecer a la comunidad. “Y encontrarme en él, no en posesión de mi justicia y religión, la que viene de la Ley, sino de la que se obtiene por la fe en Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe, a fin de conocerle a él [a Cristo] y la virtud de su resurrección y padecimientos, configurándome con su muerte para alcanzar la resurrección de los muertos” (Flp 3, 9-11). Pablo concretó en el bautismo la presencia tanto de la muerte, como de la resurrección de Cristo.

Así el bautismo que lo acompañó toda la vida “Ya no vivo yo, pues es Cristo quien vive en mí” (Gál 2, 20). “Mi vida presente [la vida en la carne] la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gál 2, 20). “Estoy crucificado en Cristo” (Gál 2, 19).

Pablo es capaz de aceptar la muerte de Cristo, no en el sentido de que comparta emotivamente la pasión, su viacrucis y muerte de Jesús; Jesús no vino a emocionar sino a salvar.

Pablo no se preocupó por narrar la vida de Jesús ni el evento histórico de la Crucifixión, como lo hicieron después los Evangelios, sino en mostrar el valor salvífico del bautismo e identificar con el crucificado-resucitado la vida del creyente en comunidad.

“VIVIR JUNTOS EN CRISTO”

Vivir juntos en Cristo es el indicativo y definitivo criterio espiritual de las comunidades que fundó Pablo. El además de llevar a la conversión a particulares llamó primordialmente a una vida en comunidad, es decir, a una manera distinta de vivir en sociedad. En el capítulo 5 de la Carta a los Romanos explicó que llegamos a ser uno con Cristo, en Cristo, al ser crucificados con él, muriendo y resucitando con él, participando en su muerte y resurrección, entonces “En Cristo” es una excelente metáfora para hablar de una nueva identidad y orientación de vida que requiere pasar por el “trasplante de Espíritu”.

Esa nueva vida como la interpretó la cultura occidental no era para originar una “espiritualidad” privada para gente piadosa, fiel a las prácticas religiosas, pero carentes de conversión y seguimiento a Jesús. Para Pablo, la vida “En Cristo”, “En el Espíritu”, fue siempre un asunto de vida en comunidad. No se trataba simplemente hacer parte de la Iglesia sino crear comunidades incluyentes como alternativa a “la sabiduría del Mundo”.

Además de “en Cristo” también tenía otras frases de su corazón; “Ya no hay condenación para los que están en Cristo Jesús”, “El Espíritu de vida en Cristo Jesús”, “Vosotros estáis en el Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita en vosotros”, “Quien no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece”, también habla del Espíritu de Dios, para decir cuál era el fundamento de las comunidades (Rom 8). En 1 Cor 12 conjuga el vocabulario del Espíritu con el del cuerpo.

Es natural que en este contexto Pablo les hable a las comunidades como “Hermanos y Hermanas” como una nueva familia. De aquí se originó el nombre de “Sagrada Familia”. Todo lo anterior significaba para Pablo “Una nueva era”, “New age”, con otro sentido, es de tradición bíblica.

La vida “En Cristo” incluye para Pablo “El compartir”; entre otras razones por la debilidad económica que sufría la gente y por las desigualdades que originaba el egoísmo en las cenas de la comunidad de Corinto. “Discernir el cuerpo se refiere a la comunidad como, el cuerpo de Cristo (1 Cor 17,34).

CONVENCIDO POR EXPERIENCIA

La convicción que Pablo tenía de que Dios había resucitado a Jesús se fundamentaba en su propia experiencia. (1Cor 15). Es típica la insistencia con la que Pablo incita a los romanos a “saber”, a “considerar” plenamente las implicaciones que el bautismo tiene para su vida cotidiana (Rom 4, 4-12).

El estado de “muerte” propio del creyente es una de las consecuencias del bautismo (Rm6, 4-11). Se trata de una muerte al pecado por la cual el creyente queda liberado de su poder y de sus pretensiones (6,7). Esta muerte comporta una transformación permanente de la propia vida (6,13). Pablo pone una estrecha relación entre la muerte y el pecado. El creyente en Cristo ha muerto al poder del pecado (7,10.23) y es llamado al camino que lo lleva fuera del reino de los muertos (6,13). Si el creyente en Cristo está muerto al pecado, su nuevo estado que pasa por la muerte y resurrección de Jesús está descrito como “el viviente para Dios”. Ese “viviente” tiene relación con la “muerte”.

El vivir auténtico de Pablo es la “Vida Nueva”, vivir para Dios (6,4) cuyo término es la resurrección futura (6,8), por tener la semilla de la vida eterna.

Este camino implica muerte y requiere acciones interiores, morir a la antigua identidad y forma de vida, y resucitar a una nueva identidad y forma de vida. Es necesario morir y resucitar con Cristo. El crucificado fue Cristo y no Pablo, pero Pablo había experimentado una crucifixión interior, una muerte interior. El antiguo Pablo había muerto y había nacido el Nuevo Pablo: “He sido crucificado con Cristo y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal 2,19-20). Morir y resucitar con Cristo constituye la forma de vivir en Cristo, por el trasplante que ha tenido del Espíritu en el Bautismo.

PABLO ACEPTÓ EL TRASPLANTE

La transformación experimentada por Pablo implicaba un trasplante de identidad, de su antigua identidad a una nueva identidad en Cristo, es un trasplante de espíritu, en analogía con los trasplantes de corazón que se realizan en la cirugía moderna, mediante los que se reemplaza un corazón antiguo por uno nuevo. En el caso de Pablo, su espíritu, el del antiguo Pablo, ha sido reemplazado por el espíritu de Cristo. No sólo tuvo éxtasis en los que vio a Cristo resucitado, sino que había llegado a ser uno con Cristo al morir y resucitar con él (Rm6, 3-4).

Ser bautizado significaba simbólicamente, ser sepultado con él por el bautismo en la muerte, a lo que seguía la resurrección: así como Cristo fue resucitado de entre los muertos, así también nosotros podemos caminar en novedad de vida, es decir, la novedad que resulta de un trasplante del espíritu realizado mediante el acto de morir y resucitar con Cristo. (El Bautismo es el primer culto del cristiano).

El bautismo nos impregna de Espíritu como cuando llevamos  una prenda a cambiarle de color; cambia de tal manera que aparece como nueva. Nosotros por el bautismo no aparentamos, sino que somos personas nuevas en Cristo; sumergidos en Cristo para adquirir el “color de Dios”. El cambio responde al tiempo que demos a la inmersión llamada proceso de conversión y sepamos que es sin costo “sino por gracia”.

El rito nuevo del bautismo, según el Concilio vaticano II, permite que, en una piscina - baptisterio, sea sumergido quien va a ser bautizado como signo de la inmersión total en el Espíritu porque es la totalidad de la persona la que será trasformada en nueva criatura, hijo(a) de Dios; y hermano en la comunidad.

El bautismo por la acción del espíritu nos libra de nosotros mismos, (Carne “Sarx”). La “carne” es el egoísmo por sistema y al que todo se subordina. En Pablo el pecado es visto dentro del marco antropológico: es una decisión equivocada, una iniciativa insuficiente o completamente fuera de lugar, que desplaza al hombre fuera de sí mismo contra una persona haciéndole daño a otro; señal del daño, asimismo. Aquí, la “carne” no es la sensualidad, sino el egoísmo. “Las obras de la carne son bien claras, pero no referidas solo a la lujuria, impureza, desenfreno, idolatría, supersticiones, enemistades, disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos…” (Gál 5, 19-21), porque también son obras de la carne: la polarización, algunas redes destinadas a la mentira y el odio, sin Dios y sin ley, la corrupción en todos los niveles de la sociedad, la voracidad del dinero, la droga y el narcotráfico, la destrucción de la familia y la mal llamada pos-verdad.

“Así pues, hermanos, no somos deudores de los bajos instintos, la “carne” para tener que vivir de acuerdo con ellos. Porque si vivís según los bajos instintos, la “carne”, moriréis; pero sí, conforme al Espíritu, dais muerte a las acciones carnales, viviréis” (Rom 8, 12-13). En la comunidad el Espíritu crea unidad donde había división.

“Por el contrario los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, generosidad, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia…” (Gál 5, 22-23). Son también obras del Espíritu: los valores y criterios, la justicia y la equidad, la solidaridad, la convivencia ciudadana, la familia, la seguridad, la libertad y el mejor fruto del Espíritu de Jesús que es la paz.

Pablo invita a considerar la rica variedad de dones eclesiales a partir de su experiencia de comunidad. Una comunidad numéricamente limitada, en cuyo seno surgen distintos dones, distintas capacidades. También hoy, todos nosotros somos depositarios de carismas, de dones, de cualidades que tenemos y que el Espíritu pone en marcha.

Las cualidades que cada uno lleva consigo, no necesariamente extraordinarias, se realizan como don para los demás, gracias del Espíritu que las anima y las organiza.

El Espíritu de Dios, uniéndose al espíritu del hombre, tiende a salir aspirando al servicio, al bien del otro. Es lo que Pablo denomina “la aspiración del Espíritu, la tendencia al Espíritu”. El capítulo 8 de la Carta a los romanos bien puede llamarse “el Evangelio del Espíritu”, porque presenta, de un modo especial, los distintos aspectos de la vida cristiana guiada por el Espíritu; quien hace que germinen en el corazón del hombre las virtudes y los dones del Espíritu como propuestas de sabiduría (Sophia) contra el egoísmo.

“No os acomodéis a este mundo”, dice Pablo, “al contrario, transformaos y renovad vuestro interior para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios” (Rom 12, 2). “Sin apagar el Espíritu” (1Tes 5, 19). “Si vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu” (Gál 5, 25). “Cristo nos ha liberado para que seamos libres; permaneced firmes y no os dejéis poner de nuevo el yugo de la esclavitud” (Gál 5, 1).

LA LIBERTAD

La formulación que Pablo presenta es sorprendente: “la libertad se encuentra dónde está el Espíritu del Señor” (2Cor 3, 17b). El “Espíritu del Señor” es el “Espíritu de Cristo”, el “Espíritu de santificación”, el “Espíritu Santo”, el “Espíritu” tal como nosotros lo entendemos hoy y como lo entendía Pablo en su tiempo. Este impulso de entrega, de amor por los demás, pone de manifiesto otro aspecto típico de la espiritualidad de Pablo: la libertad (1Cor 9, 19-23).

Se trata de una libertad, don del Espíritu Santo cuanto más libre es, más siente la necesidad de depender por amor, de tener que estar al servicio de los demás, “Me hecho esclavo de todos para ganarlos a todos” (1Cor 9, 19). “El amor de Cristo lo impulsa hacia los demás” (2Cor 5, 14); y el amor hacía los demás lo empuja hacia Cristo.” lleven las cargas de los otros y así cumplirán la ley de Cristo…No nos cansemos de hacer el bien que a su debido tiempo cosecharemos sin fatiga” (Gal 6, 2-3;9-10). “Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que aparezca claro que esta pujanza extraordinaria viene de Dios y no de nosotros” (2Cor 4, 7).

El servicio es para Pablo “ministerio del Espíritu” (2Cor 3, 8), que constituye a los otros como como testigos “Vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí y escrita, no con tinta, sino con el espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne, en vuestros corazones” (2Cor 3, 3).

Al igual que la tinta en nuestro modo habitual de escribir, el Espíritu sirve para fijar, para determinar, volviéndolos legibles, aquellos rasgos de Cristo en la vida de la comunidad. Pablo es un testigo ineludible en la fe nuestra de lo que ha dicho antes “Pues mi capacidad viene de Dios, que me ha capacitado para ser ministro de la Nueva Alianza; no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata, pero el Espíritu da vida” (2Cor 3, 5b-6). “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad” (2Cor 3, 17b).

Pablo se muestra preocupado: ve a los corintios en una especie de estado de “suficiencia” espiritual (1Cor 4, 6.18-19; 5, 2; 9, 1-2; 13, 4). Entre ellos y la acción del Espíritu hay una especie de diafragma, algo así como una membrana de separación, un material heterogéneo, que impide al Espíritu su pleno accionar ante la muerte y los signos de la muerte enquistados, primordialmente en la cultura.

¿Y DE LA RELIGIÓN QUÉ?

“Pero todo lo que tuve entonces por ventaja, (en la religión judía) lo juzgo ahora por Cristo; más aún, todo lo tengo por pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo por basura con tal de ganar a Cristo y encontrarme en él; no en posesión de mi justicia, la que viene de la Ley, sino de la que se obtiene por la fe en Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe” (Flp 3, 7-9).

Pablo está dejando entrever un descontento latente, tal vez una auténtica crisis que se produjo en su interior de fariseo que al final lo llevó a la conversión. Por el cumplimiento de la ley le fue imposible llegar al Dios, Yahvé, que le habían prometido. Lo que le ocurrió a Pablo fue una conversión dentro de su misma tradición; un cambio de modo de ser judío; de ser un judío fariseo a ser un judío cristiano para una misión con los paganos, con nosotros.

Queda por descontado desde la experiencia de Pablo podemos distinguir como no conversión el paso de estar separado de la iglesia y volver a ella; el cambio de una religión a otra, la experiencia espiritual en unos retiros o una convivencia emocionante, o un cambio puntual como un flechazo más que un proceso, que dura si estamos en misión todo el tiempo que demore la evangelización.

El proceso de conversión lo es también de libertad. En un vivo diálogo con los corintios, se pregunta: “¿No soy libre? ¿No soy apóstol? ¿Es que no he visto a Jesús, Señor nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” (1Cor 9, 1) “Libre, de hecho, como estoy de todos, me hago esclavo de todos para ganarlos a todos” (1Cor 9, 19). “Libre” de todo lo que impide servir a los demás como creyentes adultos. La esclavitud, el servicio del que nos habla Pablo en repetidas ocasiones, es la “deuda del amor”, en la que el cristiano se siente respecto a todos (Rom 13, 8). “Hermanos, vosotros habéis sido llamados a ser hombres libres; pero procurad que la libertad no sea un pretexto para dar rienda suelta a las pasiones, antes bien, servíos constantemente unos a otros por amor” (Gál 5, 13). El amor es una deuda que, en cuanto tal, viene determinada por el acreedor, el Espíritu; y no por el deudor. Después de leer 1Cor 13 ¿quién no queda impactado interiormente para querer a los demás?

EL ESPÍRITU SANTO COMO CONTINUIDAD Y PUENTE

Después de la resurrección de Jesús las comunidades cristianas son el puente para su continuidad histórica: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno por su parte es miembro de ese cuerpo” (1Cor 12, 27). La vitalidad de la comunidad deriva del Resucitado y, como cualquier vida del Nuevo Testamento, está programada y animada por el Espíritu (1Cor 12, 4-11; Ef 4,15-16). De este modo la vitalidad de cada hermano en la fe se suma y se multiplica por la vitalidad de todos; lo que Juan explica en la parábola de la vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8).

La comunidad es como un cuerpo en virtud del don del Espíritu Santo. Así como tributamos respeto incluso con las partes del cuerpo que creemos más sencillas ocurre lo mismo cuando nos sentimos cuerpo de Cristo, articulados jerárquicamente según los carismas. En la comunidad existe una simpatía, sentimientos comunes tanto en la alegría como en los sufrimientos. Mediante la imagen del cuerpo, Pablo consigue explicarse con mayor claridad que todos los miembros son útiles; ninguno sobra o falta porque cada uno cumple su lugar y su función en el lugar y el tiempo que el Espíritu le asignó.

EL ESPÍRITU SANTO HACE POLÍTICA SOCIAL.

Este texto es una extrapolación legítima, permitida porque la revelación es progresiva y nos ilumina la gravedad de nuestra situación actual llena de: polarizaciones, odios y venganzas, prejuicios y mentiras, difamaciones y murmuraciones, mediados en buena parte por “las redes” que andan como pedro por su casa, sin dios y sin ley que los detenga.

Pablo escribe a los Efesios desde la cárcel en un discurso exhortativo que adquiere carácter de testamento por ser la despedida de un padre a quien se le aproxima la muerte. Pablo ruega en Efesios, a nosotros: “Hermanos, amigos, por el amor del cielo, permanezcan unidos” (1Cor 1, 10). Aquí se trata de resaltar un tema político de primer rango: En el segundo capítulo de la Carta a los efesios se señala cómo en virtud del bautismo y de la confesión se eliminan todas las diferencias que dividen a los pueblos. Lo que a él le interesa es la superación de las dolorosas fronteras y la reconciliación a través del judío y redentor Jesucristo. “Ahora, gracias a Cristo Jesús y en virtud de su sangre, los que en un tiempo estaban lejos ahora están cerca. Él es nuestra paz; el que de dos hizo uno, derribando con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad; anulando la ley con sus preceptos y clausulas: creando así en su persona, de dos una sola y nueva humanidad, haciendo las paces. Por medio de la cruz, dando muerte en su persona la hostilidad, reconcilió a los dos con Dios, haciéndolos un solo cuerpo. Vino y anunció la paz a ustedes, los lejanos, la paz a los cercanos. Ambos con el mismo Espíritu y por medio de Él tenemos acceso al Padre. De modo que ya no son extraños o advenedizos sino conciudadanos de los consagrados y de la familia de Dios; edificados sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo Jesús como piedra angular. Por Él el edificio bien trabado crece hasta ser templo de Dios, la comunidad. Por eso ustedes entran con los otros en la construcción para ser morada espiritual de Dios”. (Ef. 2, 13-21).

“Los exhorto a proceder como pide su vocación: con toda humildad y modestia, con paciencia soportándonos unos a otros con amor, esforzándose por mantener la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz. Uno es el cuerpo, uno es el Espíritu, como es una la esperanza a la que han sido llamados, uno el señor, una la fe, uno el bautismo, uno Dios Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en todos”. (4, 1-6).

“Para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error, sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en amor. (Ef. 4, 14-16).

La oferta son comunidades incluyentes que luchen contra el Mal. (Ef 6,10-20).

CONCLUSIÓN

“Por estas razones doblo mis rodillas ante el Padre, del que toma su nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que nos conceda, conforme a la riqueza de su gloria, el ser fortalecidos poderosamente por el Espíritu en orden al progreso de vuestro hombre interior, y que Cristo habite en vuestros corazones por la fe, para que, arraigados y fundamentados en el amor, podáis comprender con todos los creyentes cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento, a fin de que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. A aquel que es poderoso para hacer muchísimo más de lo que pedimos o pensamos, en virtud de su poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef. 3, 14-21).

“Por lo demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo, manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el Misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de él valientemente como conviene”. (Efesios 6, 10-20).