FIESTA DE PENTECOSTÉS - CICLO B -
PENECOSTÉS: Pablo un laico espiritual.
Hay dos
caminos para acercarnos a la fiesta de pentecostés, fiesta del Espíritu Santo:
1. Analizando
los textos de pentecostés (Hch 2); lenguas de fuego,
signo del Espíritu, sobre mucha gente de trece (13) países distintos que
empezaron a entenderse. Pedro les explicó el fenómeno; y los relatos de la
vocación: El momento en que ocurre (9,1-19); Pablo lo cuenta a un ciudadano
romano en Jerusalén (22,3-21); el mismo Pablo cuenta lo sucedido al rey judío
Agripa II en Cesárea Marítima (26,1-18).
2. En Lucas,
autor de los Hechos de los apóstoles, se enfatizan aspectos diferentes; para él
el don del Espíritu es un milagro fundamentalmente centrado en la compresión
del lenguaje del Espíritu quien venció todo límite de muerte.
Pablo tiene
su experiencia narrada por el mismo (Ga 1,11-17).
Se trata de
la experiencia de un laico quien más íntimamente conoció al Espíritu Santo,
como el Cristo de la pascua, porque el histórico pre-pascual ya había muerto.
De los 27 libros de la Biblia 13 son de Pablo. Y de los 28 Caps
de Hechos, 16 son sobre él.
DE GAMALIEL AL RESUCITADO. (Hch 22,3).
Pablo pasó su
juventud a los pies de Gamaliel.
¿Quiénes son
Gamaliel? Todos los que nos educaron en la religión, familia, maestros,
catequistas, parroquias, movimientos, lecturas y buena doctrina.
Pablo
mantenía una insatisfacción permanente; y veía a otros también insatisfechos
con la religión; él no veía cambio alguno en su vida, conversión, y tampoco que
hubiera conseguido el acceso a Dios solo por el cumplimiento de la ley.
¿CÓMO FUE LA EXPERIENCIA DEL
RESUCITADO? Damasco.
Hch 9,1-9. No fue una figura visual sino
una luz, no la del lago, sino del cielo: La luz se identifica con Jesús,
(pos-pascual), de la luz se hizo una pregunta: “¿Saulo, Saulo, porqué me
persigues?” dado que pablo a quien perseguía era a la comunidad cristiana;
entonces el resucitado se identifica con la comunidad; el resucitado es la
comunidad o la comunidad es el resucitado para siempre.
“La luz era
tan resplandeciente que dejó ciego a Pablo. Tres días después fue llevado a
Damasco y presentado a un judío llamado Ananías; quien le impuso las manos y le
dijo: “El Señor Jesús que se te apareció en tu camino, me ha enviado para que
recobres la vista y seas colmado de Espíritu Santo. Inmediatamente algo como
unas escamas cayó de sus ojos y recibió la vista” (Hecho 9, 17-18).
El relato del
encuentro termina con el bautismo que era el rito cristiano para “estar en
Cristo” y pertenecer a la comunidad. “Y encontrarme en él, no en posesión de mi
justicia y religión, la que viene de la Ley, sino de la que se obtiene por la
fe en Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe, a fin de conocerle a
él [a Cristo] y la virtud de su resurrección y padecimientos, configurándome
con su muerte para alcanzar la resurrección de los muertos” (Flp 3, 9-11).
Pablo concretó en el bautismo la presencia tanto de la muerte, como de la
resurrección de Cristo.
Así el
bautismo que lo acompañó toda la vida “Ya no vivo yo, pues es Cristo quien vive
en mí” (Gál 2, 20). “Mi vida presente [la vida en la
carne] la vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí
mismo por mí” (Gál 2, 20). “Estoy crucificado en
Cristo” (Gál 2, 19).
Pablo es
capaz de aceptar la muerte de Cristo, no en el sentido de que comparta
emotivamente la pasión, su viacrucis y muerte de Jesús; Jesús no vino a
emocionar sino a salvar.
Pablo no se
preocupó por narrar la vida de Jesús ni el evento histórico de la Crucifixión,
como lo hicieron después los Evangelios, sino en mostrar el valor salvífico del
bautismo e identificar con el crucificado-resucitado la vida del creyente en
comunidad.
“VIVIR JUNTOS EN CRISTO”
Vivir juntos
en Cristo es el indicativo y definitivo criterio espiritual de las comunidades
que fundó Pablo. El además de llevar a la conversión a particulares llamó
primordialmente a una vida en comunidad, es decir, a una manera distinta de
vivir en sociedad. En el capítulo 5 de la Carta a los Romanos explicó que
llegamos a ser uno con Cristo, en Cristo, al ser crucificados con él, muriendo
y resucitando con él, participando en su muerte y resurrección, entonces “En
Cristo” es una excelente metáfora para hablar de una nueva identidad y
orientación de vida que requiere pasar por el “trasplante de Espíritu”.
Esa nueva
vida como la interpretó la cultura occidental no era para originar una
“espiritualidad” privada para gente piadosa, fiel a las prácticas religiosas,
pero carentes de conversión y seguimiento a Jesús. Para Pablo, la vida “En
Cristo”, “En el Espíritu”, fue siempre un asunto de vida en comunidad. No se
trataba simplemente hacer parte de la Iglesia sino crear comunidades
incluyentes como alternativa a “la sabiduría del Mundo”.
Además de “en
Cristo” también tenía otras frases de su corazón; “Ya no hay condenación para
los que están en Cristo Jesús”, “El Espíritu de vida en Cristo Jesús”,
“Vosotros estáis en el Espíritu, puesto que el Espíritu de Dios habita en
vosotros”, “Quien no tiene el Espíritu de Cristo no le pertenece”, también
habla del Espíritu de Dios, para decir cuál era el fundamento de las
comunidades (Rom 8). En 1 Cor
12 conjuga el vocabulario del Espíritu con el del cuerpo.
Es natural
que en este contexto Pablo les hable a las comunidades como “Hermanos y
Hermanas” como una nueva familia. De aquí se originó el nombre de “Sagrada
Familia”. Todo lo anterior significaba para Pablo “Una nueva era”, “New age”, con otro sentido, es de tradición bíblica.
La vida “En
Cristo” incluye para Pablo “El compartir”; entre otras razones por la debilidad
económica que sufría la gente y por las desigualdades que originaba el egoísmo
en las cenas de la comunidad de Corinto. “Discernir el cuerpo se refiere a la
comunidad como, el cuerpo de Cristo (1 Cor 17,34).
CONVENCIDO POR EXPERIENCIA
La convicción
que Pablo tenía de que Dios había resucitado a Jesús se fundamentaba en su
propia experiencia. (1Cor 15). Es típica la insistencia con la que Pablo incita
a los romanos a “saber”, a “considerar” plenamente las implicaciones que el
bautismo tiene para su vida cotidiana (Rom 4, 4-12).
El estado de
“muerte” propio del creyente es una de las consecuencias del bautismo (Rm6,
4-11). Se trata de una muerte al pecado por la cual el creyente queda liberado
de su poder y de sus pretensiones (6,7). Esta muerte comporta una
transformación permanente de la propia vida (6,13). Pablo pone una estrecha
relación entre la muerte y el pecado. El creyente en Cristo ha muerto al poder
del pecado (7,10.23) y es llamado al camino que lo lleva fuera del reino de los
muertos (6,13). Si el creyente en Cristo está muerto al pecado, su nuevo estado
que pasa por la muerte y resurrección de Jesús está descrito como “el viviente
para Dios”. Ese “viviente” tiene relación con la “muerte”.
El vivir
auténtico de Pablo es la “Vida Nueva”, vivir para Dios (6,4) cuyo término es la
resurrección futura (6,8), por tener la semilla de la vida eterna.
Este camino
implica muerte y requiere acciones interiores, morir a la antigua identidad y
forma de vida, y resucitar a una nueva identidad y forma de vida. Es necesario
morir y resucitar con Cristo. El crucificado fue Cristo y no Pablo, pero Pablo
había experimentado una crucifixión interior, una muerte interior. El antiguo
Pablo había muerto y había nacido el Nuevo Pablo: “He sido crucificado con
Cristo y ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mi” (Gal
2,19-20). Morir y resucitar con Cristo constituye la forma de vivir en Cristo,
por el trasplante que ha tenido del Espíritu en el Bautismo.
PABLO ACEPTÓ EL TRASPLANTE
La
transformación experimentada por Pablo implicaba un trasplante de identidad, de
su antigua identidad a una nueva identidad en Cristo, es un trasplante de
espíritu, en analogía con los trasplantes de corazón que se realizan en la
cirugía moderna, mediante los que se reemplaza un corazón antiguo por uno
nuevo. En el caso de Pablo, su espíritu, el del antiguo Pablo, ha sido
reemplazado por el espíritu de Cristo. No sólo tuvo éxtasis en los que vio a Cristo
resucitado, sino que había llegado a ser uno con Cristo al morir y resucitar
con él (Rm6, 3-4).
Ser bautizado
significaba simbólicamente, ser sepultado con él por el bautismo en la muerte,
a lo que seguía la resurrección: así como Cristo fue resucitado de entre los
muertos, así también nosotros podemos caminar en novedad de vida, es decir, la
novedad que resulta de un trasplante del espíritu realizado mediante el acto de
morir y resucitar con Cristo. (El Bautismo es el primer culto del cristiano).
El bautismo
nos impregna de Espíritu como cuando llevamos
una prenda a cambiarle de color; cambia de tal manera que aparece como
nueva. Nosotros por el bautismo no aparentamos, sino que somos personas nuevas
en Cristo; sumergidos en Cristo para adquirir el “color de Dios”. El cambio
responde al tiempo que demos a la inmersión llamada proceso de conversión y
sepamos que es sin costo “sino por gracia”.
El rito nuevo
del bautismo, según el Concilio vaticano II, permite que, en una piscina -
baptisterio, sea sumergido quien va a ser bautizado como signo de la inmersión
total en el Espíritu porque es la totalidad de la persona la que será
trasformada en nueva criatura, hijo(a) de Dios; y hermano en la comunidad.
El bautismo
por la acción del espíritu nos libra de nosotros mismos, (Carne “Sarx”). La “carne” es el egoísmo por sistema y al que todo
se subordina. En Pablo el pecado es visto dentro del marco antropológico: es
una decisión equivocada, una iniciativa insuficiente o completamente fuera de
lugar, que desplaza al hombre fuera de sí mismo contra una persona haciéndole
daño a otro; señal del daño, asimismo. Aquí, la “carne” no es la sensualidad,
sino el egoísmo. “Las obras de la carne son bien claras, pero no referidas solo
a la lujuria, impureza, desenfreno, idolatría, supersticiones, enemistades,
disputas, celos, iras, litigios, divisiones, partidismos…” (Gál
5, 19-21), porque también son obras de la carne: la polarización, algunas redes
destinadas a la mentira y el odio, sin Dios y sin ley, la corrupción en todos
los niveles de la sociedad, la voracidad del dinero, la droga y el
narcotráfico, la destrucción de la familia y la mal llamada pos-verdad.
“Así pues,
hermanos, no somos deudores de los bajos instintos, la “carne” para tener que
vivir de acuerdo con ellos. Porque si vivís según los bajos instintos, la
“carne”, moriréis; pero sí, conforme al Espíritu, dais muerte a las acciones
carnales, viviréis” (Rom 8, 12-13). En la comunidad
el Espíritu crea unidad donde había división.
“Por el
contrario los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, generosidad,
benignidad, bondad, fe, mansedumbre, continencia…” (Gál
5, 22-23). Son también obras del Espíritu: los valores y criterios, la justicia
y la equidad, la solidaridad, la convivencia ciudadana, la familia, la
seguridad, la libertad y el mejor fruto del Espíritu de Jesús que es la paz.
Pablo invita
a considerar la rica variedad de dones eclesiales a partir de su experiencia de
comunidad. Una comunidad numéricamente limitada, en cuyo seno surgen distintos
dones, distintas capacidades. También hoy, todos nosotros somos depositarios de
carismas, de dones, de cualidades que tenemos y que el Espíritu pone en marcha.
Las
cualidades que cada uno lleva consigo, no necesariamente extraordinarias, se
realizan como don para los demás, gracias del Espíritu que las anima y las
organiza.
El Espíritu
de Dios, uniéndose al espíritu del hombre, tiende a salir aspirando al
servicio, al bien del otro. Es lo que Pablo denomina “la aspiración del Espíritu,
la tendencia al Espíritu”. El capítulo 8 de la Carta a los romanos bien puede
llamarse “el Evangelio del Espíritu”, porque presenta, de un modo especial, los
distintos aspectos de la vida cristiana guiada por el Espíritu; quien hace que
germinen en el corazón del hombre las virtudes y los dones del Espíritu como
propuestas de sabiduría (Sophia) contra el egoísmo.
“No os
acomodéis a este mundo”, dice Pablo, “al contrario, transformaos y renovad
vuestro interior para que sepáis discernir cuál es la voluntad de Dios” (Rom 12, 2). “Sin apagar el Espíritu” (1Tes 5, 19). “Si
vivimos por el Espíritu, dejémonos conducir por el Espíritu” (Gál 5, 25). “Cristo nos ha liberado para que seamos libres;
permaneced firmes y no os dejéis poner de nuevo el yugo de la esclavitud” (Gál 5, 1).
LA LIBERTAD
La
formulación que Pablo presenta es sorprendente: “la libertad se encuentra dónde
está el Espíritu del Señor” (2Cor 3, 17b). El “Espíritu del Señor” es el
“Espíritu de Cristo”, el “Espíritu de santificación”, el “Espíritu Santo”, el
“Espíritu” tal como nosotros lo entendemos hoy y como lo entendía Pablo en su
tiempo. Este impulso de entrega, de amor por los demás, pone de manifiesto otro
aspecto típico de la espiritualidad de Pablo: la libertad (1Cor 9, 19-23).
Se trata de
una libertad, don del Espíritu Santo cuanto más libre es, más siente la
necesidad de depender por amor, de tener que estar al servicio de los demás,
“Me hecho esclavo de todos para ganarlos a todos” (1Cor 9, 19). “El amor de
Cristo lo impulsa hacia los demás” (2Cor 5, 14); y el amor hacía los demás lo
empuja hacia Cristo.” lleven las cargas de los otros y así cumplirán la ley de
Cristo…No nos cansemos de hacer el bien que a su debido tiempo cosecharemos sin
fatiga” (Gal 6, 2-3;9-10). “Pero llevamos este tesoro
en vasijas de barro, para que aparezca claro que esta pujanza extraordinaria
viene de Dios y no de nosotros” (2Cor 4, 7).
El servicio
es para Pablo “ministerio del Espíritu” (2Cor 3, 8), que constituye a los otros
como como testigos “Vosotros sois una carta de Cristo redactada por mí y
escrita, no con tinta, sino con el espíritu de Dios vivo; no en tablas de
piedra, sino en las tablas de carne, en vuestros corazones” (2Cor 3, 3).
Al igual que
la tinta en nuestro modo habitual de escribir, el Espíritu sirve para fijar,
para determinar, volviéndolos legibles, aquellos rasgos de Cristo en la vida de
la comunidad. Pablo es un testigo ineludible en la fe nuestra de lo que ha
dicho antes “Pues mi capacidad viene de Dios, que me ha capacitado para ser ministro
de la Nueva Alianza; no de la letra, sino del Espíritu, pues la letra mata,
pero el Espíritu da vida” (2Cor 3, 5b-6). “Donde está el Espíritu del Señor,
allí hay libertad” (2Cor 3, 17b).
Pablo se
muestra preocupado: ve a los corintios en una especie de estado de
“suficiencia” espiritual (1Cor 4, 6.18-19; 5, 2; 9, 1-2; 13, 4). Entre ellos y
la acción del Espíritu hay una especie de diafragma, algo así como una membrana
de separación, un material heterogéneo, que impide al Espíritu su pleno
accionar ante la muerte y los signos de la muerte enquistados, primordialmente
en la cultura.
¿Y DE LA RELIGIÓN QUÉ?
“Pero todo lo
que tuve entonces por ventaja, (en la religión judía) lo juzgo ahora por
Cristo; más aún, todo lo tengo por pérdida ante el sublime conocimiento de
Cristo Jesús, mi Señor, por quien he sacrificado todas las cosas, y las tengo
por basura con tal de ganar a Cristo y encontrarme en él; no en posesión de mi
justicia, la que viene de la Ley, sino de la que se obtiene por la fe en
Cristo, la justicia de Dios, que se funda en la fe” (Flp 3, 7-9).
Pablo está
dejando entrever un descontento latente, tal vez una auténtica crisis que se
produjo en su interior de fariseo que al final lo llevó a la conversión. Por el
cumplimiento de la ley le fue imposible llegar al Dios, Yahvé, que le habían
prometido. Lo que le ocurrió a Pablo fue una conversión dentro de su misma
tradición; un cambio de modo de ser judío; de ser un judío fariseo a ser un
judío cristiano para una misión con los paganos, con nosotros.
Queda por
descontado desde la experiencia de Pablo podemos distinguir como no conversión
el paso de estar separado de la iglesia y volver a ella; el cambio de una
religión a otra, la experiencia espiritual en unos retiros o una convivencia
emocionante, o un cambio puntual como un flechazo más que un proceso, que dura
si estamos en misión todo el tiempo que demore la evangelización.
El proceso de
conversión lo es también de libertad. En un vivo diálogo con los corintios, se
pregunta: “¿No soy libre? ¿No soy apóstol? ¿Es que no he visto a Jesús, Señor
nuestro? ¿No sois vosotros mi obra en el Señor?” (1Cor 9, 1) “Libre, de hecho,
como estoy de todos, me hago esclavo de todos para ganarlos a todos” (1Cor 9,
19). “Libre” de todo lo que impide servir a los demás como creyentes adultos.
La esclavitud, el servicio del que nos habla Pablo en repetidas ocasiones, es
la “deuda del amor”, en la que el cristiano se siente respecto a todos (Rom 13, 8). “Hermanos, vosotros habéis sido llamados a ser
hombres libres; pero procurad que la libertad no sea un pretexto para dar
rienda suelta a las pasiones, antes bien, servíos constantemente unos a otros
por amor” (Gál 5, 13). El amor es una deuda que, en
cuanto tal, viene determinada por el acreedor, el Espíritu; y no por el deudor.
Después de leer 1Cor 13 ¿quién no queda impactado interiormente para querer a
los demás?
EL ESPÍRITU SANTO COMO CONTINUIDAD Y
PUENTE
Después de la
resurrección de Jesús las comunidades cristianas son el puente para su
continuidad histórica: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y cada uno por su
parte es miembro de ese cuerpo” (1Cor 12, 27). La vitalidad de la comunidad
deriva del Resucitado y, como cualquier vida del Nuevo Testamento, está
programada y animada por el Espíritu (1Cor 12, 4-11; Ef
4,15-16). De este modo la vitalidad de cada hermano en la fe se suma y se
multiplica por la vitalidad de todos; lo que Juan explica en la parábola de la
vid y los sarmientos (Jn 15, 1-8).
La comunidad
es como un cuerpo en virtud del don del Espíritu Santo. Así como tributamos
respeto incluso con las partes del cuerpo que creemos más sencillas ocurre lo
mismo cuando nos sentimos cuerpo de Cristo, articulados jerárquicamente según
los carismas. En la comunidad existe una simpatía, sentimientos comunes tanto
en la alegría como en los sufrimientos. Mediante la imagen del cuerpo, Pablo
consigue explicarse con mayor claridad que todos los miembros son útiles;
ninguno sobra o falta porque cada uno cumple su lugar y su función en el lugar
y el tiempo que el Espíritu le asignó.
EL ESPÍRITU SANTO HACE POLÍTICA
SOCIAL.
Este texto es
una extrapolación legítima, permitida porque la revelación es progresiva y nos
ilumina la gravedad de nuestra situación actual llena de: polarizaciones, odios
y venganzas, prejuicios y mentiras, difamaciones y murmuraciones, mediados en
buena parte por “las redes” que andan como pedro por su casa, sin dios y sin
ley que los detenga.
Pablo escribe
a los Efesios desde la cárcel en un discurso exhortativo que adquiere carácter
de testamento por ser la despedida de un padre a quien se le aproxima la
muerte. Pablo ruega en Efesios, a nosotros: “Hermanos, amigos, por el amor del
cielo, permanezcan unidos” (1Cor 1, 10). Aquí se trata de resaltar un tema
político de primer rango: En el segundo capítulo de la Carta a los efesios se
señala cómo en virtud del bautismo y de la confesión se eliminan todas las
diferencias que dividen a los pueblos. Lo que a él le interesa es la superación
de las dolorosas fronteras y la reconciliación a través del judío y redentor
Jesucristo. “Ahora, gracias a Cristo Jesús y en virtud de su sangre, los que en
un tiempo estaban lejos ahora están cerca. Él es nuestra paz; el que de dos
hizo uno, derribando con su cuerpo el muro divisorio, la hostilidad; anulando
la ley con sus preceptos y clausulas: creando así en su persona, de dos una
sola y nueva humanidad, haciendo las paces. Por medio de la cruz, dando muerte en
su persona la hostilidad, reconcilió a los dos con Dios, haciéndolos un solo
cuerpo. Vino y anunció la paz a ustedes, los lejanos, la paz a los cercanos.
Ambos con el mismo Espíritu y por medio de Él tenemos acceso al Padre. De modo
que ya no son extraños o advenedizos sino conciudadanos de los consagrados y de
la familia de Dios; edificados sobre el cimiento de los apóstoles, con Cristo
Jesús como piedra angular. Por Él el edificio bien trabado crece hasta ser
templo de Dios, la comunidad. Por eso ustedes entran con los otros en la
construcción para ser morada espiritual de Dios”. (Ef. 2, 13-21).
“Los exhorto
a proceder como pide su vocación: con toda humildad y modestia, con paciencia
soportándonos unos a otros con amor, esforzándose por mantener la unidad del
Espíritu con el vínculo de la paz. Uno es el cuerpo, uno es el Espíritu, como
es una la esperanza a la que han sido llamados, uno el señor, una la fe, uno el
bautismo, uno Dios Padre de todos, que está sobre todos, entre todos y en
todos”. (4, 1-6).
“Para que ya
no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina,
por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas
del error, sino que, siguiendo la verdad en amor, crezcamos en todo en aquel
que es la cabeza, esto es, Cristo, de quien todo el cuerpo, bien concertado y
unido entre sí por todas las coyunturas que se ayudan mutuamente, según la
actividad propia de cada miembro, recibe su crecimiento para ir edificándose en
amor. (Ef. 4, 14-16).
La oferta son
comunidades incluyentes que luchen contra el Mal. (Ef
6,10-20).
CONCLUSIÓN
“Por estas
razones doblo mis rodillas ante el Padre, del que toma su nombre toda familia
en el cielo y en la tierra, para que nos conceda, conforme a la riqueza de su
gloria, el ser fortalecidos poderosamente por el Espíritu en orden al progreso
de vuestro hombre interior, y que Cristo habite en vuestros corazones por la
fe, para que, arraigados y fundamentados en el amor, podáis comprender con
todos los creyentes cuál es la anchura, la longitud, la altura y la
profundidad, y conocer el amor de Cristo, que sobrepasa todo conocimiento, a
fin de que seáis llenos de toda la plenitud de Dios. A aquel que es poderoso
para hacer muchísimo más de lo que pedimos o pensamos, en virtud de su poder
que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús, en todas
las generaciones, por los siglos de los siglos. Amén” (Ef. 3, 14-21).
“Por lo
demás, fortaleceos en el Señor y en la fuerza de su poder. Revestíos de las
armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del Diablo. Porque nuestra
lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los Principados, contra
las Potestades, contra los Dominadores de este mundo tenebroso, contra los
Espíritus del Mal que están en las alturas. Por eso, tomad las armas de Dios,
para que podáis resistir en el día malo, y después de haber vencido todo,
manteneros firmes. ¡En pie!, pues; ceñida vuestra cintura con la Verdad y
revestidos de la Justicia como coraza, calzados los pies con el Celo por el
Evangelio de la paz, embrazando siempre el escudo de la Fe, para que podáis
apagar con él todos los encendidos dardos del Maligno. Tomad, también, el yelmo
de la salvación y la espada del Espíritu, que es la Palabra de Dios; siempre en
oración y súplica, orando en toda ocasión en el Espíritu, velando juntos con
perseverancia e intercediendo por todos los santos, y también por mí, para que
me sea dada la Palabra al abrir mi boca y pueda dar a conocer con valentía el
Misterio del Evangelio, del cual soy embajador entre cadenas, y pueda hablar de
él valientemente como conviene”. (Efesios 6, 10-20).