Jueves después de Pentecostés. Jesucristo sumo y eterno sacerdote: Lc 22, 14-20

  Todos los años, en este jueves después de la fiesta de Pentecostés, celebra la Iglesia una fiesta litúrgica, que es importante por lo que significa en nuestra religión, aunque no sea popular. Se trata de celebrar a Jesucristo, que es sumo y eterno sacerdote. Es un título y una realidad que nos debe llenar de confianza para poder acudir en cada momento y en circunstancias especiales a Jesucristo.

La palabra sacerdote indica una mediación entre Dios y los hombres. En todas las religiones ha habido y hay sacerdotes. Cuando se tiene una idea grande de Dios, uno se siente pequeño y con dificultad para acudir a El. Por eso, aun en las religiones más primitivas hay personas que por su preparación y sus dotes se sienten un poco intermediarios; pero la verdad es que están mucho más cerca de los humanos que de la divinidad. Así eran los sacerdotes de la Antigua Alianza; pero que gozaban de cierta prestancia, como decía la carta a los Hebreos: El sacerdote es “aquel que, tomado de entre los hombres, a favor de los hombres, es instituido para las cosas que miran a Dios”, “es consagrado para ofrecer ofrendas y sacrificios por los pecados”. Pero al fin y al cabo es un mero hombre que, como también dice la misma carta bíblica: “debe ofrecer sacrificios por sus propios pecados”. De hecho es muy poco intermediario.

El verdadero intermediario es Jesucristo. El es el único y verdadero sacerdote, porque es al mismo tiempo Dios y hombre verdadero. Él como hombre comprende nuestras debilidades y como Hijo de Dios está plenamente identificado con su Padre Dios. Si es el único ¿Qué pasa con los demás sacerdotes? Una persona es sacerdote en cuanto, por su unión con Cristo, puede interceder por la humanidad. En primer lugar todos los bautizados tienen ese sacerdocio universal, que les une a Jesucristo con un sello especial, para quedar un poco separados de lo mundanal y tener esa unión con Dios, que llamamos “gracia”, porque es una gracia o un don que recibimos de Dios. Con esa gracia somos un poco mediadores entre el mundo y la Stma. Trinidad.

Pero hay unos hombres, que han recibido una gracia especial para ser amigos de Jesús y ser sus representantes, como hizo Jesús en aquella noche, la de la Institución de la Eucaristía, con sus amigos los apóstoles. Jesucristo sigue siendo el verdadero sacerdote, pero quiere que externamente alguien por medio de sus palabras y de sus gestos esté exteriorizando lo que en verdad sólo El puede hacer: su presencia eucarística entre nosotros y su perdón en el sacramento de la Reconciliación.

Estos hombres son llamados sacerdotes por unión a Jesucristo; pero suele pasar por desgracia que algunos sólo son, como eran los de la Antigua Alianza, una especie de funcionarios de las cosas sagradas. Uno es más sacerdote cuanto más unido está en el espíritu sacerdotal, de intermediario entre Dios y la humanidad. Jesús, para ser sacerdote salvador, fue al mismo tiempo víctima: se sacrificó por nosotros, nos amó “hasta el extremo”. Así los sacerdotes lo serán, no sólo por cumplir lo exterior, sino por su entrega y su sacrificio por el bien de fieles e infieles.

Hoy el evangelio nos habla de ese acto de amor tan inmenso de Jesús, como fue la Institución de la Eucaristía, para estar permanentemente con nosotros en estado de víctima, aunque ahora esté glorioso y resucitado en el cielo. El amor inmenso de Jesús aparece en la frase con la que comienza la cena: “Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros”. Hoy esta fiesta y este título de Jesús nos debe llevar a tener una gran confianza. Dice también la carta a los hebreos: “Acerquémonos confiadamente al trono de gracia, a fin de alcanzar misericordia y hallar gracia para una ayuda oportuna”. Esto lo expresa después que ha llamado sacerdote a Jesús. Es el único libro de la Sagrada Escritura que llama sacerdote a Jesús. Y lo hace precisamente para infundir confianza a los cristianos desorientados, que podemos ser nosotros, pero que sabemos que Jesús nos comprende como hombre y tiene todo el poder como Dios.