CICLO  B

TIEMPO ORDINARIO

XXVIII  DOMINGO

 

 

El ser humano está lleno de debilidades físicas y morales. Hecho de barro, nace para morir, pero es un ser finito llamado a la infinitud. El bien que quiere hacer no lo hace y el mal que no quiere hacer eso es lo que hace (Rm 7, 19), porque nadie es bueno más que Dios. Todos pecamos.

 

Ante esta  pobre realidad nuestra, hemos de hacernos  una pregunta fundamental, como aquel hombre del Evangelio de hoy: ¿Qué tengo que hacer para que mi vida sea eterna, infinita en su duración y en plenitud de bondad?

 

El Hijo de Dios se hizo hombre, en todo igual a nosotros menos en el pecado, para que el hombre pueda llegar a ser hijo de Dios, para que pueda participar de su naturaleza divina (oración después de la comunión). Es decir, para que el ser humano pueda participar de la vida de Dios, de  la felicidad plena de su gloria y de su bondad infinita. Llegamos a este Reinado de Dios en nosotros porque su gracia nos precede y acompaña siempre y obrando siempre el bien (oración colecta). “Lo más divino en el hombre es hacer el bien…no dejes pasar esta ocasión de divinización” (San Gregorio Nacianceno).

 

Las lecturas de hoy nos hablan de cómo pasar por esta vida haciendo el bien, para,  ya desde ahora, participar de la vida eterna de Dios y de su bondad infinita. Dios pone en nosotros una sabiduría, la luz de la fe, que es la respuesta a la Palabra de Dios, viva y eficaz, que penetra hasta lo más íntimo del ser humano (segunda lectura), capaz de calar hasta lo más profundo de la conciencia. Cuando Dios se revela, el hombre por la fe se entrega entera y libremente a Dios, ayudado por su gracia (DV 5). Una fe, que es comunión con Dios.

 

El bien lo hacemos cumpliendo la voluntad de Dios (sus mandamientos). Seguros de que lo que Dios  quiere de nosotros es lo mejor para nosotros: no matarás ni harás mal a nadie; la fidelidad de los esposos en el amor; no robarás ni estafarás; no darás falso testimonio ni mentirás; amarás, respetarás y ayudarás a tus padres, incluso después de muertos orando por ellos. La fe debe llevarnos a poner toda nuestra confianza en el Señor y no en el vil dinero ni en los bienes de este mundo ni en el poder (primera lectura). Siguiendo a Jesús, que pasó haciendo el bien. Así tendrás un tesoro en el cielo y  recibirás vida eterna (Evangelio). Porque con esta sabiduría de la fe nos viene el supremo bien, que es Dios.

 

MARIANO ESTEBAN CARO