JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO

 

SOLEMNIDAD

 

En este último domingo del año litúrgico celebramos la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo. A lo largo del año hemos conmemorado los diversos momentos de la historia de nuestra salvación. De Jesús, ya en su  anunciación, se dice que “su reino no tendrá fin” (Lc 1, 33). En treinta años no vuelve a aparecer este mensaje del ángel Gabriel. Vivió humildemente en  Nazaret, bajo la autoridad de José y María.

Cuando el hijo del carpintero salió a su vida pública, lo hizo anunciando el Reino de Dios. Cumplía así la voluntad del Padre, que quería “elevar a los hombres a la participación de la vida divina” (Concilio Vaticano II, LG 2). Éste es su proyecto de salvación para nosotros.

Jesús rechazó ser rey en sentido político o de mando. Después de la multiplicación de los panes y de los peces, la multitud quería hacerlo rey. Pero Jesús se marchó a la montaña Él solo (Jn 6, 1-15). Ante Pilato dijo abiertamente que Él era rey. Aunque  de un reino que “no es de este mundo”. No vino a dominar a los hombres, sino a servirlos. La muerte y resurrección son el centro de su realeza. Es el grano de trigo que muere para  una vida nueva. Cristo se convierte en Rey en el trono de la cruz, que es la prueba del amor de Dios hasta la muerte. Así reina Dios: desde el trono del amor que es la cruz.

El poder de Cristo es el poder del amor y la verdad. Nunca se impone. Siempre llama a nuestra libertad. Y donde entra infunde paz y alegría. El poder de Jesucristo no es el poder  de los grandes. En la cruz vence al mal, al pecado y a la muerte. El reino de Cristo es ofrecido a todos los hombres, para que todo el que crea en Él tenga vida eterna.

Ya muy cerca de su muerte, claramente Jesús le dice a Pilato: “Soy rey. Yo para este he venido al mundo: para ser testigo de la verdad” (Evangelio). La palabra “testigo” es la traducción de la palabra “mártir”  en el texto griego del Evangelio. Y efectivamente Cristo es el primer mártir. Su pasión y muerte fueron la consecuencia de poner la verdad, el amor y la justicia por encima de su propio interés y provecho. Por eso, Dios lo resucitó, vencedor del mal, del pecado y de la muerte.

 

La verdad que Cristo vino a testimoniar es que Dios es amor. Desde la cruz proclamó la realeza del Dios-Amor. La historia de nuestra salvación culmina en la muerte glorificadora en la cruz, en la que “Cristo manifiesta su realeza singular” (Benedicto XVI). El letrero, colgado en la cruz como burla, proclama una gran verdad: Jesús, Nazareno, Rey de los judíos (Jn 19, 19). “Justamente la inscripción está sobre la cruz, porque el Señor Jesús, aunque estuviera en la cruz, resplandecía desde lo alto de la cruz con majestad real” (San Ambrosio). En el Crucificado se realiza la máxima revelación posible del Dios amor. Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre y nos ha convertido en un reino (segunda lectura).

 

Cristo, ya resucitado, se apareció a sus discípulos y les dijo: “se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra” (Mt 28, 18). Este reino de Dios se manifestará plenamente al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue el reino al Padre y Dios será todo en todos. “Y su reino no tendrá fin” (Credo).

 

El reino de Cristo es un don ofrecido a los hombres, para que tengan vida eterna (Jn 3, 16) y lo acojan libremente, pues la verdad y el amor no se pueden imponer. La vida  es estar con Cristo, “pues donde está Cristo allí está el Reino” (San Ambrosio). Un reino que  no es de este mundo, pero lleva a cumplimiento todo el bien que hay en el hombre. Amando a nuestros hermanos dejamos espacio al Señorío de Dios. No reina Dios por los honores, el poder, la influencia, el dinero o “por lo que uno come o bebe, sino por la justicia, la paz y la alegría que da el Espíritu Santo” (Rm 14, 17). Es el reino de la verdad y de la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz (Prefacio). Son los valores del Reino por los que hemos de trabajar con Cristo y como Cristo. El reino de Cristo no es de este mundo, pero  impulsa a construir un mundo nuevo y mejor.

 

El camino de la cruz, que es el camino del amor conduce a la victoria del amor sobre el odio, del compartir sobre el egoísmo, de la paz sobre la violencia y la injusticia. El amor es el distintivo y la ley fundamental del Reino: Amor a Dios con todo el corazón, con todo nuestro ser. Y al prójimo como el mismo Jesús nos ama. En esto conocerán que Cristo es nuestro Rey.

 

MARIANO ESTEBAN CARO