Solemnidad.
La Santísima Trinidad
Dios
es Amor
En Bolivia la
Iglesia Católica está de fiesta y agradecida a Dios por el reciente
nombramiento de Monseñor Toribio Ticona como Cardenal
por parte del Papa Francisco. Será creado Cardenal de la Iglesia el próximo 29
de Junio en Roma. La alegría con la que se ha recibido tal noticia ha sido
extraordinaria en toda Bolivia, sobre todo, por la sorpresa que ha supuesto
para todos este acontecimiento. Y es que Monseñor Toribio es ya, a sus 81 años,
Obispo emérito de Corocoro. Por su edad avanzada, en
un futuro cónclave, ni siquiera puede elegir Papa. Y este hecho hace muy
sorprendente su nombramiento. Sin embargo, en la lógica del Papa Francisco no
deja de ser algo normal, pues, más allá de cualquier funcionalidad que pudiera
tener el nombramiento, prevalece el profundo sentido espiritual y eclesial de
elegir a quienes constituyen la verdadera fuerza de la Iglesia. Se trata de un
sacerdote originario de una familia humilde de Potosí, servidor de los pobres a
lo largo de su vida, obispo de una prelatura eclesiástica pequeña y ya retirado
del ejercicio de su cargo como obispo titular. Desde aquí felicitamos de todo
corazón al padre Toribio y le deseamos una plenitud de alegría en el servicio
que el Papa le concede y le solicita con su nombramiento como Cardenal de la
Iglesia.
La Iglesia
celebra hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, dogma fundamental del
cristianismo, que proclama la unidad en el amor de las tres personas que son un
solo Dios, vivo y verdadero, el Dios cristiano: el Padre, el Hijo Jesucristo y
el Espíritu Santo. Dios es amor, comunión íntima y comunicación viva de
personas en la Trinidad. Ese amor es el Padre que se ha manifestado en
Jesucristo y se nos ha dado con su Espíritu a los seres humanos para llevarnos
hasta la verdad plena y hacernos partícipes de su gloria, incluso en medio de
las tribulaciones del tiempo presente. Y ese Espíritu da vida a la comunidad
eclesial suscitando una vida de resistencia activa y aguante frente a los
envites del mal en todas sus manifestaciones, una vida de mucha más calidad y
una esperanza inquebrantable. Este Espíritu no tiene fronteras ni ideológicas
ni nacionales sino que en todo lugar inspira la gracia y el coraje para seguir
comunicando y enseñando lo que Jesús ha revelado y para poder enfrentarse a las
mentalidades o ideologías de los poderes que oprimen, maltratan o desprecian al
ser humano y atentan contra su dignidad. En esa misión os creyentes sólo
contamos con el arma exclusiva de la palabra.
En
el fragmento final del Evangelio de Mateo (Mt 28,16-20), texto cumbre y clave
interpretativa de evangelio, Jesús Resucitado se aparece a los Once discípulos
en una montaña de Galilea. El protagonista de la escena es Jesús. Todos los
elementos resaltan la aparición del Resucitado como una Cristofanía.
Con el esquema de presentación de las teofanías, o manifestaciones de Dios en
el Antiguo Testamento en los relatos de vocación-misión, el evangelista Mateo
compone una escena de exaltación del Resucitado, que se revela abiertamente
como Dios a los Once Discípulos para encomendarles la misión definitiva y
universal (Éx 3,9-12; Jr
1,5-8). En lo alto de una montaña de Galilea se revela Cristo Resucitado, como
en el Sinaí lo hiciera Dios con Moisés para dar las palabras de la Alianza a su
Pueblo por medio de Moisés. El evangelio de Mateo había empezado los discursos
de Jesús sobre una montaña, con el Sermón de la Montaña, proclamando la
soberanía del Reino de Dios como anuncio de dicha y de alegría para los pobres,
para los indigentes y para los discípulos. Ahora, aún en medio de las dudas
para creer, los discípulos adoran a su Señor, reconociendo así la divinidad de
Jesús.
Jesús
tiene la iniciativa en la actividad misionera y evangelizadora y por eso se
dirige a ellos con un triple mensaje que consiste en la revelación de su
identidad, en el encargo misionero y en la promesa de su presencia continua.
La
autopresentación de Jesús Resucitado corresponde a
una presentación divina, tal como el arte bizantino lo representa en la figura
del Pantócrator. Entre el cielo y la tierra, el
Resucitado, Señor de la vida y de la historia, abre el camino definitivo de la
humanidad hacia Dios. El discipulado adora a Jesús glorioso y escucha sus
últimas palabras sobre la tierra, aprende lo esencial de su mensaje y se
dispone a anunciar este mensaje a la humanidad.
El
encargo misional de Jesús consta sólo de un imperativo: “hagan discípulos a
todos los pueblos”. El mandato no tiene fronteras, es un envío de carácter
universal, que impulsará a los enviados a convertir en discípulos a todas las
gentes y pueblos, a todas las etnias y culturas, para hacer una sola familia
humana en torno al único Dios y Padre de Jesucristo. Hacer discípulos consiste
en dar a conocer a Jesús para hacer que otros lo sigan. Para ello deben
aprender el nuevo estilo de vida propuesto por Jesús y estar dispuestos a
seguirlo hasta la cruz con todas sus consecuencias. Los otros verbos del
encargo están subordinados al de “hacer discípulos”, pues para esto es preciso
ir, bautizar y enseñar. La comunidad cristiana no puede quedarse estática
contemplando al Resucitado, sino que debe ponerse en marcha.
Los
otros dos verbos, en forma no personal, expresan el modo concreto de hacer
discípulos: “bautizando” y “enseñando”. Son actividades íntimamente vinculadas.
Bautizar es consagrar a las gentes al Padre, Hijo y Espíritu Santo, para que se
incorporen a la vida del amor que tiene en la Trinidad su más radical
identidad, porque Dios es Amor. Pero no se trata sólo de bautizar sino también
de “enseñar” todo lo dicho por Jesús a lo largo de los cinco discursos del
evangelio de Mateo. La enseñanza del nuevo mensaje de Jesús, acerca del Padre,
del Espíritu, sobre el Reino de Dios y su justicia, y acerca de la
transformación que debe efectuarse en todo auténtico discípulo y discípula, no
es secundaria ni relativa, sino condición indispensable para comprender las
implicaciones de la pertenencia al discipulado en el seguimiento del
Crucificado y Resucitado.
Finalmente,
una palabra que suscita la esperanza, la alegría y el consuelo: Es la promesa
de una presencia continua del Resucitado a lo largo de la historia. El Dios con
nosotros, Emmanuel, anunciado en Isaías y reconocido en el nacimiento de Jesús,
se convierte para los discípulos en la gran fuerza de su misión, como ocurrió
en la vocación de Moisés (cf. Ex 3,12).
Nosotros podemos
vivir el amor trinitario cuando comprendamos que Dios Padre está dentro de cada
uno de nosotros, por medio de su Hijo Jesús, nuestro Hermano y Señor, y que su
Espíritu nos da fuerza para hacer lo que el mismo Jesús hizo: entregarse a los
demás. Cuando vivimos la unión con otros la fuerza de Dios se nos activa y la
entrega a los demás se hace más posible porque la comunidad -manifestación
trinitaria en esta historia- nos ilumina, nos apoya y nos corrige. Por eso la
Iglesia es la expresión de la Trinidad, porque es un grupo de personas que al
sentirse hermanos y al apoyarse mutuamente facilitan la acción del Dios
cristiano, que está en ellos como Padre que ama, como Hijo que se entrega y
como Espíritu que da fuerza y vida.
José Cervantes
Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura