Solemnidad. La Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo

El Pan Eucarístico manifiesta la alegría desbordante del Evangelio

 

La celebración del Corpus Christi recapitula en un día de fiesta extraordinario la trascendencia de la Eucaristía en la vida de la Iglesia y el dinamismo del pan partido como sacramento que proclama y exalta la presencia del Señor Jesús, el cual se entrega a la humanidad para ser compartido como un don y signo decisivo del Reinado de Dios. En la fracción del pan, según Marcos, se dice: “Y, estando ellos comiendo, tomando pan, bendiciéndolo, lo partió y se lo dio y dijo: Tomen, esto es mi cuerpo” (Mc 14,22).

 

Toda acción simbólica expresa en un lenguaje sublime y sinérgico la identidad, el espíritu y los valores de una comunidad humana. La fracción del pan es una acción comunitaria. Comer es necesario para subsistir, pero comer con otros es mucho más que alimentarse, es compartir las alegrías y las esperanzas, las angustias y las tristezas de los otros. En la Eucaristía la Iglesia se siente solidaria con la humanidad al compartir, sobre todo, las preocupaciones y problemas de los pobres y afligidos, que se cuentan por millones en la mesa de los hambrientos de nuestro mundo.

 

En este año 2018 al celebrar en Santa Cruz el V Congreso Americano Misionero, la Eucaristía, celebrada en el estadio de fútbol, y adorada y exaltada por las calles de esta ciudad hasta la catedral, manifiesta la alegría desbordante del Evangelio y se convierte en el contenido central de la alegría misionera que renovaremos este año en el mes de Julio. Así podremos comprometer más nuestras vidas con el pan partido en los grandes desafíos del Congreso para poder desarrollar en nuestra sociedad las dimensiones cristianas de la reconciliación y la comunión fraterna, del profetismo y de la justicia en una Iglesia “en salida” hacia las gentes que no conocen a Cristo ni viven la fe en él. Por eso iremos también por la calles de nuestra ciudad con Cristo Eucaristía como compañero de camino, que Resucitado, camina con nosotros y nos da un nueva vida.

 

En la mesa eucarística Jesús es compañero de camino, pero él es protagonista de los gestos primordiales que pueden hacer de la humanidad una verdadera fraternidad. Además de compartir, Jesús realiza y enseña lo que hay que hacer en la vida para transformar el mundo en un hogar para la familia humana. Al tomar el pan, Jesús acoge la espiga triturada y el pan amasado en el dolor, abraza el cansancio y las fatigas de los que sufren y asume en su amor inmenso los problemas de la humanidad atrapada en un sistema social que parece un callejón sin salida y en un pecado capital, la codicia, que parece no tener redención. Este pan, ya amasado y hecho, entre injusticias y desigualdades, entre corrupción y violencia, para la comida no compartida entre los opulentos y los hambrientos, que sólo sirve para la subsistencia es el que Jesús toma en sus manos para hacer una última acción definitiva y transformadora de la realidad humana. Jesús bendice el pan porque lo recibe como un don de Dios, porque siente que todo lo humano es un lugar de Dios y motivo de alabanza y de encuentro con Dios.

 

Los gestos y las palabras sobre el pan y la copa están contenidos en los relatos bíblicos de la cena pascual (1 Cor 11,23-26 y Lc 22,15-20; Mc 14,22-25 y Mt 26,26-29), de los cuales quisiera resaltar dos aspectos comunes: el gesto de partir el pan y las palabras de Jesús sobre el pan. La convergencia de todas las versiones neotestamentarias permite reconocer como gesto unánime de Jesús que él “partió el pan” que había tomado y lo acompañó con las palabras: “Esto es mi cuerpo”. La relevancia del gesto de “partir” (en griego klao) es trascendental. Cuando Jesús partió el pan lo vinculó estrechamente a su trayectoria de amor y de servicio que culminó con su muerte injusta y violenta en la cruz. Sobre este pan troceado es sobre el que Jesús declara esas palabras: “Esto es mi cuerpo”. Ese pan, ya partido, prefigura lo que será su muerte como expresión de la vida que se entrega por amor. El pan partido es palabra que revela el amor hasta la muerte de Jesús. Es sacramento que transparenta y hace visible aquel amor. Es cuerpo que suscita en los quienes lo comparten el dinamismo existencial de la entrega de la vida por el prójimo. Jesús hace de aquel momento el signo fundamental de su existencia. Su fuerza simbólica fue percibida desde el principio por sus discípulos y se convirtió en el memorial del amor sacrificial de Cristo, en anuncio de su resurrección de la muerte, en expresión de la comunión fraterna y solidaria entre los creyentes y en signo por excelencia del Reino de Dios.

 

Ese pan partido es el Cuerpo de Cristo, vencedor del pecado y de la muerte. Al participar en esa comida los creyentes formamos parte de ese pan, alimentamos nuestro espíritu y estamos llamados a vivir su mismo dinamismo de entrega, de sacrificio y de amor, proclamando la inmensa alegría que suscita en nosotros la Eucaristía.

 

En Santa Cruz de la Sierra es una gran fiesta la que se celebra en el estadio de fútbol con unos cuarenta mil participantes. Sin embargo celebrar y exaltar hoy la fracción del pan como cuerpo de Cristo no puede consistir sólo en hacer una procesión con el Cuerpo Eucarístico de Cristo, ni participar de una celebración hermosísima y multitudinaria, sino que debe consistir en seguir abriendo un camino eucarístico en la lenta marcha de la historia para que todos los cuerpos rotos del mundo, los de los enfermos y desahuciados, los de los pobres y desheredados, los de las prostitutas y de los inmigrantes, los de los niños de la calle y maltratados, todos los cuerpos dañados de las víctimas encuentren en el Cuerpo de Cristo, partido por amor y compartido por su Iglesia, la esperanza de la liberación de este sistema y de la redención de toda persona humana.

 

Feliz día del Corpus

 

José Cervantes Gabarrón es sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura