.              Corazón de María. Sábado post Corazón de Jesús: Lc 2, 41-51

El sábado, después del domingo del Corpus, es el día después de la fiesta del Corazón de Jesús. Este día la Iglesia quiere honrar de una manera especial al Inmaculado Corazón de María. Así ha querido la Iglesia que estos dos corazones, tan unidos en la tierra y en el cielo, estén también unidos en la celebración litúrgica.

Esta fiesta procede de una devoción predicada especialmente por san Juan Eudes en el siglo XVII. Después varias congregaciones religiosas se han fundado bajo el amparo del Corazón de María; pero no había una fiesta común universal. Fue el papa Pío XII, quien el 4 de Mayo de 1944 estableció que la fiesta del Corazón de María fuese el 22 de Agosto, con motivo de que era la octava de la fiesta de la Asunción. Al anunciar la fiesta el papa pedía al corazón bondadoso de María “la paz de las naciones, la libertad de la Iglesia, la conversión de los pecadores, amor a la pureza y la práctica de las virtudes”.

Todavía la fiesta era opcional. Fue el papa san Juan Pablo II quien mandó fuese una fiesta obligatoria para toda la Iglesia. Y se estableció que su fiesta estuviese muy relacionada con el Corazón de Jesús. Por eso se celebra al día siguiente, que es sábado. Y como al celebrar el corazón de Jesús insistimos que celebramos el amor de toda la persona, lo mismo decimos al celebrar el Corazón de María.

Un momento importante en el desarrollo de esta devoción al Corazón de María fue con motivo de las apariciones de Fátima. La vidente Lucía anunció el deseo de la Señora, que es deseo de Dios, de que se honrase al Corazón de María. Y para ello se anunciaban unas gracias especiales por parte de la Virgen. La más importante era: una especial protección de María, en la hora de la muerte, para quienes comulgasen cinco primeros sábados de mes seguidos, rezando también una parte del rosario con sentido de reparación por los muchos pecados del mundo.

El evangelio de este día, habiendo hablado de Jesús, termina diciendo: “su madre conservaba todo esto en su corazón”. También el mismo evangelista Lucas decía, después que había narrado la adoración de los pastores al Niño Jesús: “María observaba cuidadosamente estos acontecimientos y los guardaba en su corazón”.

El corazón, para los de aquella civilización, no sólo era el centro de los sentimientos, como es entre nosotros, sino también el centro de los pensamientos. Por eso María conservaba todo lo que acontecía con Jesús guardándolo en el corazón.

Y como lo tenía guardado, podía volver a pensar en ello. Y, si volvía a pensar en ello, era para amar más a Jesús y amar más a la humanidad. Amaba más porque cada vez se iba ensanchando su corazón, es decir, la capacidad de comprender para amar con más intensidad y con más extensión.

Nosotros, al pensar en el corazón de María, nos fijamos especialmente en su amor. Nos fijamos en que María es medianera de las gracias e intercesora especial de todas las necesidades. Esto es debido al inmenso amor de María, la madre de Dios y la que aceptó ser madre nuestra al pie de la cruz.

Como el aspecto principal que consideramos en el amor de María es su amor a Jesús, hombre-Dios, la devoción al Corazón de María debería consistir sobre todo en querer imitar las excelencias del amor de este Inmaculado Corazón. Nada se ama si no se conoce muy bien. Por eso recordando aquello de “conservar en el corazón”, es necesario que imitemos a María en meditar más y más sobre los acontecimientos de la vida de Jesús.

El evangelio meditado, con amor, nos puede dar materia suficiente para ir creciendo constantemente en nuestro amor por Jesucristo. Si amamos a Jesús “cumpliremos sus mandamientos”, que como primero tiene el amor. Y no podremos amar a Jesús si no amamos a los demás. Todo eso es tener una fiel devoción al Corazón de María.