10ª semana, tiempo ordinario.  Martes: Mt 5, 13-16

Desde ayer la iglesia nos presenta en el evangelio el “sermón de la montaña”, que está en los capítulos 5 al 7 de san Mateo. Este sermón o proclama de Jesús es como el programa fundamental de su doctrina, donde expone el estilo de vida que deben tener los que quieran ser discípulos suyos. Comienza con las bienaventuranzas. Los buenos discípulos deben ser pobres de espíritu o tener alma de pobres, apoyándose en Dios; deben ser no violentos, misericordiosos, sinceros y limpios de corazón, trabajadores en favor de la paz. Y todo ello en medio de persecuciones. Con ello serán felices. No es que la felicidad esté en la pobreza o en las lágrimas o en la persecución, sino en la actitud de sencillez y entrega a Dios y en la promesa del premio que Jesús hace.

Hoy nos enseña Jesús el papel que este discípulo desempeña en la sociedad. Lo hace por medio de tres comparaciones. Quien llegue a vivir en ese espíritu de las bienaventuranzas será sal y luz para el mundo y será como una ciudad puesta en alto.

 La primera semejanza que pone es la de la sal. La sal tiene varias virtudes, pero las dos principales son: sazonar los alimentos y preservarlos de la corrupción (en tiempos en que no había máquinas refrigeradoras). Así el cristiano tiene que dar sabor divino a las cosas de la tierra y evitar que el mundo se corrompa más de lo que está. A veces por el contacto con la corrupción, nosotros mismos nos corrompemos en todo o en parte. Si es del todo, dice Jesús que esa sal ya sólo sirve para tirarla. No es fácil corromperse del todo. Siempre quedará en el fondo del alma algo de aquella fe, que nos ayude a acudir al Señor para que de nuevo se fortalezca, reciba nueva savia y pueda glorificar a Dios. Ser sal es saber contagiar el sabor de Dios al mismo tiempo que el sabor humano, que es esperanza, amabilidad y buen humor. Ser cristiano es contagiar felicidad y tener una visión optimista de la vida. Ser sal es también en algunos momentos tener voz profética de denuncia para preservar de la corrupción.

El discípulo de Jesús ha de ser luz del mundo. Encontramos demasiadas tinieblas en el mundo y se necesita alguien que le ilumine. Jesús es la verdadera luz. Nosotros lo somos en cuanto que estemos unidos a Cristo. No se trata de iluminar con nuestra luz. En ese caso deslumbraríamos, no iluminaríamos. Hay gente que luce mucho (o se luce), pero no ilumina. No se trata de hacer grandes cosas (en algún caso puede ser), sino de vivir muy unido a Cristo, viviendo las bienaventuranzas y viviendo una vida de oración en medio de los trabajos ordinarios. Lo que oscurece la luz es el egoísmo, la violencia y la codicia. La luz muchas veces la necesitaremos para disipar las dudas. Por eso todos necesitamos a alguien que encienda una luz en nuestra vida. Si nuestra luz deja de brillar o se va oscureciendo, acudamos a Jesús para que veamos con los ojos de Jesús y sintamos con el corazón de Jesús.

También nos dice Jesús que su discípulo debe ser como una ciudad puesta en lo alto. Así el caminante desorientado desde lejos puede orientarse y, si lo necesita, puede tener cobijo. Todo ello no es para gloria propia, sino para gloria de Dios, que es al mismo tiempo nuestra felicidad. Hay algunos que dejan de hacer el bien por falsa humildad, por temor de que les alaben. En ello suele haber parte de egoísmo. Cuando uno se preocupa de que se alabe a Dios y se pone en sus manos siguiendo la actitud de las bienaventuranzas, de alguna manera llegará a sentir la presencia de Dios.

Las palabras de Jesús en este día son como dar una proyección misionera a nuestra vida cristiana. No basta con tener la sal de cristo y su luz. Nuestra conversión o progreso en el amor hacia las tres divinas Personas debe proyectarse en el amor hacia los demás. Este amor es sobre todo preocupación para que los demás conozcan a Cristo y le amen. Ser sal y luz es dar esperanza y contagiar la alegría y el optimismo cristiano a pesar de las dificultades que pueda tener nuestra vida. Un buen cristiano siempre está comprometido con la causa de Jesucristo.