10ª semana, tiempo ordinario. Miércoles: Mt 5, 17-19

Les acababa de decir Jesús a sus discípulos que debían ser luz en el mundo. Pero el hecho es que nosotros no tenemos la luz espiritual por cuenta propia, sino que debemos reflejar la que nos proporciona el mismo Jesús. Por eso nos interesa tanto saber cuál es el pensamiento de Jesús. Ahora va a exponer el evangelista la diferencia que Jesús planteaba respecto a lo que predicaban los maestros de la ley judía. En varias ocasiones, especialmente en san Mateo, los evangelios nos muestran la contraposición que existía entre lo que pensaban los fariseos, personas que seguían las enseñanzas de los maestros de la ley, y lo que pensaba Jesús. Aquellos ponían todo su interés en cumplir sólo externamente todas las leyes. Un gran problema para la gente era el hecho de que lo que llamaban leyes no eran ya sólo las que les había dado Moisés, sino las que durante el tiempo se habían ido añadiendo hasta formar un conjunto de leyes muy difícil de cumplir. Jesús llegó a llamarlo: “fardo pesado”.

Para Jesús lo principal era estar unido con Dios desde el interior de la persona. Lo que a Jesús le molestaba más de los fariseos es que ponían todo su interés en cumplir externamente muchas leyes pequeñas y olvidaban lo principal, que es el amor y el respeto por todas las personas. El contentarse con lo exterior, con la letra de la ley, para nosotros los cristianos es una tentación en la que con frecuencia caemos.

Pero antes de profundizar en esta idea y de ir comentando algunos de los mandamientos más conocidos, Jesús pone un principio a tener en cuenta: Él no ha venido a quitar ningún mandamiento, sino a darles plenitud. Esto lo decía, ya que por  insistir tanto en el amor y en el crecimiento interior de la persona, algunos creían que despreciaba las leyes que los judíos tenían por muy sagradas. Sabemos que Jesús cumplía con exactitud los preceptos religiosos propios de los judíos; pero siempre bajo la visión de la nueva vida que El nos enseña. En el siglo 2º y 3º del cristianismo había unos herejes que despreciaban el Ant. Testamento para ensalzar el Nuevo. Por el año 250 hubo un gran teólogo llamado Orígenes que predicaba la unión entre los dos Testamentos, sólo que el Antiguo había que leerle con “lectura cristiana”. El papa Benedicto XVI en algunas ocasiones ha acentuado esta idea.

San Pablo en la 2ª carta a los Corintios, hace una contraposición entre la Antigua y la Nueva Alianza diciendo que la antigua había sido esculpida en piedra, recordando lo de Moisés en el monte Sinaí, mientras que la Nueva había sido esculpida en los corazones por el Espíritu. Por eso la 1ª se llamaría de “la letra” y la 2ª, del “espíritu”. Y continúa san Pablo diciendo que “la letra mata, pero el espíritu da vida”. La explicación de esta frase es que si ponemos el ideal en la letra de la ley y no se cumple, viene luego la condena; pero si ponemos el ideal en el Espíritu y en que nuestra voluntad esté unida a la voluntad de Dios, siempre crecerá nuestra vida, pues el Espíritu es vivificador y nos irá dando aumento de gracia.

Por lo tanto no hay que despreciar las antiguas leyes; pero hay que darles vida uniendo nuestra voluntad a la de Dios, haciendo que el cumplimiento de las leyes no sea por compromiso externo, sino por una vida que llevemos en nuestro corazón. El conjunto de lo mandado por Dios entre los antiguos se llamaba “la Ley y los profetas”, porque reunía lo mandado por Moisés, a quien se atribuían los primeros libros, y lo que después habían enseñado los profetas y otros libros tenidos por palabra de Dios. Todo era bueno y hasta podía tener cierta gloria, como san Pablo nos recuerda el resplandor del rostro de Moisés cuando bajaba del monte. ¡Cuánto más glorioso, dirá, es el ministerio del Espíritu! Este ministerio no es de juicio sino de justificación.

El evangelio de hoy nos enseña también a ser positivos al examinar otras religiones, como la Iglesia, con el papa a la cabeza, nos dice. Pero sabiendo que todos los actos externos unidos no pueden llegar al valor de uno interno de perdón o de amor a Dios.   

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