11ª
semana del tiempo ordinario. Martes: Mt 5, 43-48
Todos sabemos bien que el
principal mandamiento que nos enseñó Jesucristo es el amor. Por eso debemos
amar a Dios con todo el corazón; pero ello será verdad si también amamos al
prójimo. Este precepto de amar al prójimo ya estaba en el Antiguo Testamento.
Pero sucedía que los comentaristas populares de esta ley solían hacer muchas
distinciones en esto del “prójimo”; porque para la mayoría de los letrados
israelitas, el prójimo era el que estaba cerca. Por lo cual llamaban prójimo al
de la misma nación o raza o la misma religión. Todos los demás, extranjeros y
mucho más si eran dominadores, para los judíos eran simplemente enemigos. De
ahí que, aunque la frase no estaba en el Antiguo Testamento, muchos concluían
que había que amar al prójimo, pero había que odiar a los enemigos.
Por eso Jesús dice: “Habéis
oído decir:...odiarás al enemigo”, porque era un sentir popular o más bien de
los jefes que controlaban al pueblo. Ahora Jesús nos da su parecer y su
enseñanza, que debe ser norma para todos sus discípulos: “Pero yo os digo”. Así
suele hablar en este sermón de la montaña. Contrapone su enseñanza con el
parecer mundano, que se ha metido también en aquellos que se preocupan sólo de
lo exterior del culto a Dios. Jesús nos dice: “Amad a vuestros enemigos”. El
mandamiento del amor no es algo abstracto y que se realice de cualquier manera
o dirigido a unos pocos. Es un mandamiento efectivo, grandioso y que se dirige
a todas las personas.
Jesús nos lo enseña con las palabras; pero
también nos enseñó con su ejemplo amar a todos, perdonando en la cruz a los que
le estaban crucificando. Hoy nos dice que ese amor proviene del mismo Dios, que
lo manifiesta en que da las cosas creadas a todos sin distinción. También esto
lo decía porque se había generado una idea de que Dios en esta vida premia a
los buenos y castiga a los malos. Esto no es verdad ni aun viendo la práctica
de la vida; pero Jesús mismo tuvo que decir que nadie tiene derecho en esta vida
a ver un castigo de Dios en los acontecimientos de cada día. Dios nos deja la
libertad y la creación. Ya llegará el momento del juicio.
Mientras estamos aquí,
nuestro deber es buscar el bien para todos, aun para los enemigos. Y digo
buscar el bien, porque el amor no es algo abstracto, sino que hay que poner los
medios para acercarse, hacer el esfuerzo para solucionar el conflicto, buscar
la mutua conversión del corazón. Hoy Jesús nos insta a pedir por los enemigos:
les tenemos que tener presentes en nuestras oraciones para que todo les vaya
bien.
A veces parece que el
mandamiento no va con los que creemos no tener grandes enemigos. Pero siempre
podemos sentirnos víctimas de alguien que nos ha hecho un mal. A éste es a
quien hay que amar para distinguirnos de los mundanos, de los que no tienen
religión. Desgraciadamente muchas veces los cristianos no nos distinguimos de
los paganos. A veces tampoco vemos enemigos, porque pensamos que debe ser
alguien que nos haga un mal grande; pero enemigo puede ser el que me cae mal
por algo: o porque tiene otra mentalidad o es de otro partido político o no me
hace caso ni estima lo que digo. A estos pequeños enemigos diarios debemos
amar, hacer algo positivo de amistad en el saludo, en la sonrisa y en la
oración.
Amar al enemigo no quiere
decir que aceptemos todo lo que dice o hace. Y aun en algunos casos será
necesaria la justicia, con el juicio, el castigo y la cárcel. Pero el cristiano
nunca deberá llegar al odio y la venganza. Una cosa es la justicia procurando
el bien de la persona y de la sociedad, y otra cosa es el ensañamiento que
suele haber cuando sólo se mira el contrario como enemigo. Llegar al punto
medio entre la justicia y la caridad es muy difícil; pero ahí está la
perfección. Hoy termina Jesús diciendo: “Sed perfectos como vuestro Padre Dios
es perfecto”. A ello debemos tender. Un dato de perfección es amar, no sólo a
un grupo de personas, sino a todos, con tolerancia, comprensión,
reconciliación, acogida y servicio, porque somos de la misma familia.