NATIVIDAD
DE JUAN BAUTISTA
JUAN
BAUTISTA CORRECTOR DE “EGOS”
Nadie antes de Juan el evangelista se atrevió a describir la figura del
precursor en términos tan modestos. Todo lo que dice sobre este hombre se
reduce a una voz en el desierto más allá del Jordán, en la tierra de la muerte.
Otros deben querer ver a Juan el Bautista como Elías que retorna, o aún el
mesías mismo, pero Juan el evangelista no ve en él nada más allá que un signo.
Juan es una figura ejemplar para comprender al Mesías y corregir los falsos
mesianismos: “Yo no soy el Mesías”. Juan no era mesías, el Mesías era su razón
de ser; el Mesías era el novio pero Juan solo llevaba las sandalias; el Mesías
era la Palabra y Juan era una voz que clamaba en el desierto. Juan era el
mensajero y el Mesías era el mensaje. Incluso precedía a Jesús en el afán que
tenía de la conversión de Israel por sus pecados; mientras a Jesús le
interesaban más los pecadores; para volverlos a la felicidad les perdonaba sus
pecados.
Desde antes, Pablo comprendió perfectamente el sentido de ser mensajero
antes que Mesías cuando dijo: "vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien
vive en mi” (Gal 2,20); “ninguno de nosotros vive para sí mismo... si vivimos,
vivimos para el Señor, si morimos, morimos para el Señor” (Rm14,7-8). La vida se identifica y define desde el Mesías,
Jesús.
Juan como Pablo solo tiene dar testimonio de Jesús. “Del linaje de David,
conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador: Jesús”. Juan preparó
su venida, predicando al pueblo de Israel un bautismo de penitencia; y hacia el
final de su vida Juan decía: “yo no soy el que ustedes piensan. Después de mi
viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias”. Pablo terminó diciendo:
“Hermanos míos, descendientes de Abraham y tantos que temen a Dios: este
mensaje de salvación le ha sido enviado a ustedes” (Segunda lectura).
“QUE EL
CREZCA Y YO DISMINUYA”.
Quizás una de las frases evangélicas más profundas que tienen que ver la
vida de fe de los creyentes y la vida pastoral de los presbíteros la debemos a
quien hoy celebramos su natalicio (Juan Bautista), refiriéndose a Jesús: “Él
debe crecer y yo disminuir” (Jn 3,30).
En el corazón de todos cuantos Jesucristo escoge para la evangelización
está la lucha que el Espíritu hace contra el mal en términos de engendrar y
permitir que crezca por la Palabra Jesucristo y disminuya el “ego” que todos
cargamos en la evangelización. Cuantas veces en la predicación, en las acciones
pastorales y principalmente en las sociales aparece el ego: “yo pienso, yo
creo, yo digo, me parece, mis feligreses, mi parroquia, mis pobres, mis libros,
mi opinión, se hace así yo soy el que mando, yo soy el director, yo soy el
párroco, yo soy el obispo. Con que suspicacia buscamos inflar el ego buscando
reconocimientos, agradecimientos, elogios, aunque sean falsos, que tengan en
cuenta mis logros, triunfos. A mi ego hay que recordarle con frecuencia la
palabra de Pablo:, “quien se gloría que se gloríe en el Señor, pues entre ustedes
decidí no saber otra cosa que Jesús Mesías y éste crucificado” ( 1 Cor 1 ss.), “Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro
para que se vea que su fuerza superior proviene de Dios y no de nosotros” (2 Cor 4,7) “Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús,
el cual a pesar de su condición divina no hizo alarde de ser igual a Dios, si
no que se vació de si y tomó la condición de esclavo, haciéndose semejante a
los hombres, y mostrándose en figura humana se humilló y se hizo obediente
hasta la muerte y una muerte en cruz, por eso Dios lo exaltó y le concedió un
título superior a todo título (Flp 5,1ss). El ego es lo suficientemente zagas
para hacer inútil la cruz de Jesucristo. Hay también una dimensión inhumana del
“ego” al no dejarnos crecer como personas y por tanto como creyentes.
EL
SIERVO Y EL “EGO”.
El siervo de Yahveh, primera lectura, podría ser una bella imagen que se
contrapone al “ego”, en cuanto que el Siervo no se revela a sí mismo, sino que
manifiesta y reconoce a Yahve, y se hace responsable
de su gloria no del éxito del Siervo. A la tradición del Siervo pertenece Juan
Bautista el precursor de Jesús escogido para esta misión desde el vientre de su
madre, habiendo renunciado su padre Zacarías (recuerdo) a ponerle el nombre que
correspondía a su paternidad, dejando a Dios este encargo.
Con la imagen de Juan Bautista precediéndonos en la muerte del “ego” para llevarnos al encuentro de Jesús podemos hacer la experiencia mística del salmo de la liturgia de hoy: “Te doy gracias porque me has formado portentosamente, tú has creado mis entrañas me has tejido en el seno materno, …son admirables tus obras, conocías el fondo de mi alma, no desconocías mis huesos, cuando, en lo oculto, me iba formando, y entretejiendo en lo profundo de la tierra. Señor tú me sondeas y me conoces, me conoces cuando me siento y me levanto, de lejos penetras mis pensamientos, distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares. Te doy gracias porque me has formado portentosamente” (Sal 139)