12ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Mt 7, 15-20

No todos los que dicen hablar en nombre de Dios lo hacen de verdad: hay muchos profetas falsos. Eso ya pasaba en el Antiguo Testamento y sucedía en tiempos de Jesús. Había personas que se declaraban mesías o precursores del Mesías y lo único que predicaban era su orgullo y vanidad. Aparentemente cumplían la ley, pero su vanidad y el desprecio a los humildes les apartaba de Dios. Hablaban con hipocresía farisaica. Según Jesús, eran como lobos vestidos de ovejas para hacer estragos en el rebaño. Hoy hay multitudes de falsos profetas. Son aquellos que pretenden tener una nueva revelación contraria a las enseñanzas de Jesucristo. Muchos se han creído como una nueva encarnación de Jesucristo y han fundado una nueva religión o secta.

El hecho es que parece que van con buenas intenciones y algunos lo hacen sin querer apartarse de la Iglesia Católica. Con ello se sienten más resguardados; pero en realidad son enemigos internos de la Iglesia. Jesús nos pone en guardia contra los que se proclaman profetas, pero no transmiten la verdadera palabra de Dios.

¿Cómo les podremos reconocer? Jesús nos pone el ejemplo de los árboles: Un árbol malo, como pueden ser los espinos y los abrojos, no puede dar frutos buenos. También nos habla de árboles engañosos. A veces vemos un árbol muy frondoso, con muchas hojas; pero si nosotros queremos comer los frutos y no los tiene, no nos sirve. Así pasa con muchas personas. Nosotros les podemos conocer, y sobre todo Dios les conoce, por los frutos. ¿Y cuáles son los frutos? San Pablo en la carta a los Gálatas (5, 19-20) nos dice que los que se dejan llevar por los criterios materiales o carnales tendrán como frutos: “fornicación, impureza, idolatría, odios, discordias, celos, iras, divisiones, envidias, etc. “ Pero los que se dejan llevar por el Espíritu tendrán como frutos: “caridad, gozo, paz, paciencia, afabilidad, dominio de sí mismo...”

Hay algo en lo cual Jesús insistió mucho: No pueden estar unidos el Reino de Dios y el amor a las riquezas. Cuando alguien comienza a hablar de religión y precisamente por esa religión muy pronto se enriquece: ¡Mala señal! Los falsos profetas no se parecen al Buen Pastor, pues buscan más un progreso propio que el bien de los demás. Hay algunos que por hablar de religión hablan demasiado de liberalismo material, que conduce a una moral permisiva o al hablar de justicia se apartan de la caridad y siembran la violencia, porque van contra la autoridad. Sus obras les delatan.

Para dar buenos frutos no basta el trabajar con todo empeño, ni el ser original y poner mucha inteligencia en sus proyectos. Buen profeta o discípulo de Jesús es quien se pone en las manos de Dios para ser instrumento suyo. Para esto hace falta mucha humildad: reconocer lo que somos ante Dios y dejar que nos guíe el Espíritu Santo. Él nos suele guiar a través de su Iglesia. Esto pasa también cuando alguna persona dice haber tenido alguna aparición de la Virgen o visión celestial. Puede ser muy bien para él mismo, sin que tenga que decirlo a nadie. Pero cuando es un mensaje para la comunidad, debe dar frutos buenos para poder ser creíble. Estos frutos son la humildad y la obediencia a la Iglesia. Si se viera algún orgullo o rebeldía: ¡Mala señal!

Los gestos y las palabras exteriores deben ser expresión de la fidelidad interior a Dios y a su Iglesia. Puede ser que uno tenga una caída, pero Dios evalúa la actitud normal y los hechos de toda la vida. Todo esto se parece a lo que nos cuenta san Juan que Jesús habló de la unión que tiene que tener una rama con el tronco de un árbol para dar fruto. Lo importante es la unión con Dios. Recordamos algunos refranes que nos revelan el pensamiento de Jesús: “Obras son amores y no buenas razones”, “hay que predicar y dar trigo”, “no es oro todo lo que reluce”.

Trabajemos por la gloria de Dios; pero preocupémonos principalmente por aumentar nuestra unión con Dios por medio de la oración íntima. Y si procuramos ser más santos y entregados al Señor, los frutos vendrán por sí mismos.