XIII Domingo del Tiempo Ordinario,
Ciclo B
GENEROSIDAD GENEROSA Y CON TERNURA
Padre Pedrojosé
Ynaraja
1.- Comprendo
que no es elegante la redundancia, pero me niego a eliminarla. Reconozco que se
organizan campañas solidarias con motivo de una catástrofe, de un
acontecimiento fatal, de un periodo de crisis, o de una epidemia. No hay que
ignorarlo y se merece la alabanza de todos.
2.- Dichas
muestras son ejemplo de generosidad, pero por muchos y buenos resultados
económicos que se consigan a nivel colectivo, en el plano individual, si solo
la generosidad se ejerce en estas situaciones, no es suficiente. Si alguien
colaborando en tales iniciativas se olvida o ignora voluntariamente al vecino o
al compañero que sufre, está enfermo y nadie le atiende, pasa hambre y nadie de
su entorno se preocupa de él, mientras goza gastando lo que con orgullo dice
que es suyo y se lo ha ganado con su esfuerzo, que son los organismos públicos
los que deben atenderle, podrá ser un buen ciudadano, pero su obrar le aproxima
poco a Jesús.
3.- Si leéis
el texto evangélico del presente domingo, observareis, mis queridos jóvenes
lectores, que en él se cuentan dos milagros del Maestro, y en los dos se
descubre no solo su generosidad, sino que también sus muestras de cordialidad.
4.- Acude el
“conserje” de la sinagoga, que no era rabino, pero sí responsable de aquel
lugar de oración y escuela de la Ley, solicitando del Maestro que cure a su
hija que está muriéndose. El Señor acede de inmediato y va hacia su domicilio.
5.- Se abre
un paréntesis en el relato. Por el camino, una mujer se acerca al Señor
deseando ser curada ella también, pensando que con solo tocar la borla de su
manto, el talit judío, que tanto era singular
atuendo, como servía para abrigarse, u para otros menesteres. De sus vértices
colgaban unas borlas que gozaban de gran reverente aprecio. Con sólo palpar una
de ellas, con solo este gesto, lograría alejar su mal. Se aproxima a
escondidas, no puede hacerlo de otra manera, se lo impide su situación de
continua menstruación que, según la ley, la convertía en mujer en perpetua
impureza, que la trasmitía también, a quien pudiera tocarla. Se atreve confiada
en aquel cuya bondad está por encima de la Ley. El Señor percibe el gesto que
ya la ha librado de su mal. Ya se ha obrado el milagro, pero considera que debe
hacer algo más por ella y quiere hablar con dulzura, exponiéndose a la crítica
de los que siempre estaban al acecho para atacarle y exponiéndola a ella, por
su injusto legal atrevimiento, a la condena de los suyos y de todo el gentío.
El amor supera los peligros. La mujer se aleja feliz, la ha llamado hija y le
ha dicho que su Fe la ha salvado, que sea feliz, que goce de salud.
6.- El
Maestro parece que con este obrar está decepcionado al buen Jairo, tal vez lo
ha olvidado, pero no, pese a las apariencias, pese a las noticias que llegan y
deberían desanimarlo, va a la casa de Jairo, el buen jefe de la sinagoga.
Entra, observa. No quiere ademanes, ni agitaciones espectaculares, prefiere la
pacifica intimidad. Se queda exclusivamente con los familiares que aman a la
chiquilla y con sus más íntimos amigos. Impregnado el ámbito de amor, se acerca
y le dice a la mujercita que se levante y ella acede. Ante el asombro de los
que le rodean, añade que le traigan alimento que está en edad de comer mucho,
que su resurrección no elimina las apetencias biológicas. Si ha de seguir
viviendo, es preciso que coma ya de inmediato.
7.- Este
milagro, pequeño milagro podríamos llamarlo, dada la pequeñez del recinto y la
singular situación en que ocurre. Pequeño también, porque a una sola jovencita
es a la que salva. Aun así a su divino proceder ha añadido un poquito de
dulzura.
8.- La lengua
en que se relacionaban los asistentes era el arameo y en la misma habló el
Señor. El texto evangélico se escribió en griego, pero había emocionado de tal
manera al redactor inspirado el gesto de Jesús a los presentes, que al ponerlo
por escrito, quiso conservar y trasmitir, “para perpetua memoria” como se dice,
las palabras exactas que pronunció. Talitha qumi, mientras afectuosamente le daba la mano. Jovencita
levántate y continúa viviendo. Tenía doce años. En el desarrollo de una mujer
de aquel tiempo, esta edad la ponía a las puertas de una nueva vida, a punto de
emprender el estado matrimonial. No hay que olvidar que no existía, como
todavía hoy no existe en culturas primitivas, la adolescencia, la edad del
pavo, como en algunos sitios la llaman. De la segunda infancia pasaba a la
juventud. Os digo esto a vosotros, mis queridos jóvenes lectores, para que
veáis siempre en vuestras compañeras, a alguien a las que Jesús ama con
dulzura. Observadlas con el cariño que se merecen, con el aprecio con que el
Maestro amo a esta galilea. Si son atractivas, como si no lo son, tanto si
simpatizáis como si no, respetadlas, pensando que gozan del cariño del Señor.
Si os parecen frívolas o vanidosas, incapaces de grandes ideales y empresas,
ineptas por tanto para sublimes ensueños y proyectos. Si os parecen que son
sordas a las llamadas de Dios, pedidle que las levante de su modorra
espiritual. Insistid hablando con ellas amablemente, tratando de que sean
vuestras palabras, semejantes a las que el Maestro la dirigiría.
9.- Y a
vosotras, mis queridas jóvenes lectoras, si os sentís insatisfechas, si al ir a
dormir pensáis que vuestra vida no tiene sentido, o que le dais una orientación
incorrecta, no temáis acudir a quien en nombre del Señor os dé ánimos. A quien
con cordialidad os resucite. A Él mismo en recluida y confiada oración. El
Maestro a nadie desprecia. Os lo aseguro yo, que soy experto en fracasos.
10.- Y si quien me lee es adulto decepcionado del panorama que observa, que piensa que confiar en la juventud de hoy en día es necedad, que recuerde que la imaginación de Dios es portentosa y que tal vez os haya escogido para dar el toque de alerta, que quien sabe cuándo será escuchado y atendido, pero que nunca se pierde, cuando en Él se confía. Os lo aseguro yo, que soy experto en fracasos.