XIV Domingo del Tiempo Ordinario

La gracia del Hijo de María

En la palabra de Dios de este domingo destaca el mensaje de Dios, recibido y transmitido por Pablo: “Te basta mi gracia” (2Cor 12,9). Contra toda soberbia humana, Pablo reconoce que Dios le ha revelado hasta tres veces que le basta su gracia. Y por ello la más significativa y paradójica manifestación de Dios es la revelación de su fuerza en la debilidad, la cual encuentra su exponente máximo en la potencia del crucificado.

De igual manera estas palabras pueden ser claves para toda nuestra vida cristiana y desde ellas se pueden interpretar las tres lecturas bíblicas de este domingo que subrayan el carácter profético de los textos de Ezequiel, Pablo y Marcos (Ez 2,2- 5; 2Cor 12,7-10; Mc 6,1-6). El profeta es el que proclama públicamente la palabra de Dios en medio del mundo, incluso en medio de la obstinación, cerrazón e incredulidad de las gentes. Por ello el destino de todos los profetas es la persecución y el desprecio por causa de la fidelidad a la Palabra de Dios hasta la experimentar la muerte como víctimas de la sociedad y de los que ostentan los poderes del mundo. Sin embargo la potencia de toda cruz en la historia está impulsada por aquel que desde la cruz y por amor tira de todos hacia Dios y cuya palabra creadora y regeneradora de vida nueva está siempre viva y es fuente inagotable de gracia.

En el evangelio de Marcos se plantea muchas veces la cuestión de la identidad de Jesús. Hoy escuchamos el texto de Mc 6,1-6, donde se aborda abiertamente la misma cuestión reconociendo a Jesús como hijo de María.

En la primera parte del Evangelio de Marcos, desde 1,1 hasta 8,26, se desarrolla la identidad de Jesús como Mesías, como mensajero del reino de Dios, que a partir de sus obras prodigiosas, los milagros, y con la autoridad y credibilidad de su palabra culminará con la proclamación mesiánica por parte de Pedro en Cesarea de Filipo. En el bautismo de Jesús, cuando él sale del agua y se desgarran los cielos, se escucha una voz celeste: “tú eres mi Hijo, en ti me complazco”. Es la voz de Dios, que lo acredita como hijo. Sin embargo, al empezar su actividad se cuestiona la identidad de Jesús, primero, por parte de los escribas y, después, por parte de sus propios familiares que lo tachan de loco.

Más adelante son los vecinos de su tierra quienes se plantean su identidad: “¿De dónde le viene esto, y qué sabiduría es la que se le ha dado, y qué prodigios se realizan con sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y de Joset y de Judas y de Simón? Y ¿no están sus hermanas aquí entre nosotros?” (Mc 6,2-3).

En la cultura mediterránea, y particularmente en aquella sociedad del siglo I, se comprendía la identidad personal a partir del origen del individuo. La familia, el pueblo y la fama son las señas de identidad del individuo, las cuales otorgan a la persona una gran seguridad desde una perspectiva social. Aquí es significativo que a Jesús se le llame “el hijo de María”. No era nada normal llamar a uno por el nombre de la madre, ni siquiera aunque hubiera muerto el padre. A partir de esta denominación se puede deducir, por tanto, que Jesús no tenía padre conocido o reconocido, lo cual era algo humillante.

No hay que olvidar que en Israel sólo el padre transmite el apellido, la herencia cultural y religiosa, el patrimonio de los antepasados. Ni tampoco hay que olvidar que la condición humana (en el sentido de naturaleza, especie, raza) era atribuida a la madre. Así, el título cristológico “Hijo de Hombre” (equivalente a decir Hijo de Humano) une a su pretensión de autoridad (con la soberanía divina del Hijo del Hombre de la tradición apocalíptica de Dn 7,13), su condición de hijo de su madre (no de su padre). Jesús se llama a sí mismo Hijo de Hombre (Mc 2,10.28; 8,31) antes de que el evangelista cuente lo que dicen sus vecinos. De ello puede inferirse que él reivindica su condición humana, ligada a la madre, antes de que los otros lo califiquen así.

De esta manera es él quien va definiéndose y mostrando su identidad, en lugar de ser definido o determinado por lo que los demás digan. Su pretensión de autoridad resulta entonces más paradójica, pues sin un apellido en el que llevara incluida la herencia cultural y religiosa Jesús, desde el punto de vista sociocultural, es sólo eso, un Hijo de Humano. El desprecio en su tierra a Jesús, el Humano, el Hijo de María, se constata en los cuatro evangelios, aunque el evangelio de Lucas es quien más lo desarrolla en su presentación profética como enviado por Dios para anunciar a los pobres el Evangelio de la libertad y de la gracia (Lc 4,16-30).

En Marcos también se pone de manifiesto que Jesús es el profeta despreciado por su gente y por su pueblo. Ni la sabiduría reconocida en la enseñanza de Jesús, ni los milagros realizados hasta ahora han sido suficientes a los vecinos y parientes de Jesús para entender, ni siquiera vislumbrar mínimamente, quién es él.

Después de esto Jesús constata su incredulidad. La incredulidad consiste en estar cerrados a la manifestación sorprendente de Dios en la humanidad de Jesús, mientras que la fe auténtica consiste en estar dispuestos a reconocer que Jesús es verdaderamente Hombre e Hijo de Dios, tal como se revela al pie de la cruz por parte del centurión pagano (Mc 15,39). Acoger esta revelación con todas las consecuencias es convertirse en seguidor y discípulo de Jesús. Acoger la humanidad de Jesús, comprender el misterio de su persona en la sencillez de su actuar, percibir su autoridad y fuerza en la confrontación con todo mal de este mundo, y quedar atrapados por la solidaridad extrema con la que Jesús se hace presente en todos los que sufren en esta tierra, en todos los crucificados del mundo, es creer en Él y creer, como el centurión, que este Hombre, el Hijo de María, es el Hijo de Dios”.

El Dios desconcertante que cambió el rumbo de la vida de Pablo y que le capacitó para experimentar su fuerza en la debilidad es el que a todos nosotros puede cambiarnos la mentalidad para pasar de la incredulidad a la fe. Basta que abramos el corazón y la conciencia para contemplar la profundidad del misterio de que el Hijo de María, este Hombre es el Hijo de Dios. Lo crean o no los demás, lo perciba o no este mundo secularizado y confundido, los creyentes en misión permanente anunciamos esto: un Mesías Crucificado, potencia de Dios para salvar el mundo. Basta entender que la fuerza se realiza en la debilidad (2 Cor 12,7-10). Por eso Pablo se abre a esta gracia. Conocer a Cristo, humano y divino, y experimentar el dinamismo de su amor es la verdadera gracia de Dios, concedida en plenitud a la Virgen María que la acogió y la hizo carne suya. Esa misma gracia se derramó también sobre nosotros para que la acojamos como ella, cada cual según su misión. En medio de todas nuestras debilidades abramos, por tanto, nuestro corazón y nuestra mentalidad también nosotros a este mensaje de Dios: “Mi gracia te basta”.

José Cervantes Gabarrón, sacerdote misionero y profesor de Sagrada Escritura