14ª semana del tiempo
ordinario. Lunes: Mt 9, 18-26
Hoy el evangelio entremezcla
dos milagros de Jesús: un “personaje” le pide que vaya a imponer su mano sobre
su hija que acaba de morir. Jesús se pone en camino; pero entonces llega una
mujer enferma con flujos de sangre y es curada. Después sigue Jesús con el
personaje, y al llegar a casa, la resucita. Hay varias cosas en común. Una,
curiosa, que la niña muerta tiene 12 años y la mujer está enferma desde hace 12
años. Los evangelistas, siguiendo la cultura de aquel tiempo, al mismo tiempo
que narran algo real, describen algo simbólico. El número 12 aparece muchas
veces en
Estos dos milagros lo
narran con más detalles los evangelistas Marcos y Lucas. Por ellos sabemos que
aquel “personaje” era jefe de la sinagoga y se llamaba Jairo. Dicen que acude a
Jesús cuando su hija está enferma. Luego llegan unos amigos que le comunican
que su hija ha muerto. Es Jesús quien tiene que consolarle y reafirmar su fe
para que Jairo crea en el poder de Jesús, aun cuando su hija esté muerta.
Mientras están de camino,
llega la mujer enferma. Como padece una enfermedad que es tenida por vergonzosa
e “impura”, no quiere que ni Jesús ni la gente se den cuenta de su presencia.
Por eso va con disimulo, llega a poder meter el brazo entre la gente y toca el
manto de Jesús. Y queda sana. Los otros dos evangelistas nos dicen que Jesús,
al saber que ha salido una “virtud” especial de su persona, no quiere que quede
esta fe en la oscuridad y consuela a la mujer, hace que su fe se fortalezca y
quede patente su ejemplo para todos nosotros. Seguramente la fe de esta mujer
estaba mezclada con una especie de creencia mágica. De ahí su deseo de tocar el
vestido de Jesús. Pero Jesús se vuelve y pregunta “¿Quién me ha tocado?” para
curar también la fe de la mujer y hacer que esta fe esté unida al amor hacia la
persona del Salvador.
Seguro que Jairo, si
hubiera sabido antes que su hija había muerto, no le hubiera dicho
nada a Jesús. Eso pensaban los que le dieron la
noticia. Pero Jesús, que escucha lo que hablan, le quiere acrecentar la fe. Por
fin Jairo manifiesta plena fe en Jesús, como lo indica el evangelio de este
día. Es posible que, antes de esta declaración, la fe de aquel hombre estuviera
unida a cierta creencia en la magia. Jesús le ayudó a purificar la fe.
Hoy también muchos unen
religión con magia. Esto parece la expresión de algunos ante algunas imágenes. Pero
la verdadera fe es un encuentro personal con Dios. Es la respuesta libre de la
persona humana a Dios que se revela. La fe tiene mucho de confianza, pero
también de amor, de entrega. La fe no es sólo un acto personal, sino que se
transmite y se sostiene con la fe de otros. Por eso cada uno de nosotros puede
contribuir para que la fe de otros comience o se sostenga y aumente.
Llega Jesús a la casa de
Jairo y encuentra los llantos y lamentos. Pero Jesús sabe que la muerte no era
definitiva en aquella niña y dice que está dormida. También otro día diría que
su amigo Lázaro dormía y él iba a despertarle. La gente se reía de Jesús. Hay
muchos hoy que se ríen cuando los cristianos vamos al encuentro de Jesús por
medio de los sacramentos.
Nuestra fe nos dice que
Jesús está ahí, especialmente en