14ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mt 9, 32-38

El evangelio de hoy tiene dos partes bien diferenciadas. Primeramente se nos expone la curación de un mudo por parte de Jesús y después hace el evangelista un resumen de la actividad que por entonces hacía el divino maestro.

Llevan un mudo a presencia de Jesús. Se dice que estaba endemoniado, porque era lo que pensaban entonces. Cuando veían un mal del cual no veían la razón de su origen, la única solución era decir que un demonio había entrado en él. Curar esa enfermedad para la gente, significaba haber echado el demonio que tenía.

Es muy posible que aquel mudo fuese igualmente sordo. Por eso en otros evangelistas encontramos la curación de un sordomudo. Normalmente, si eran mudos, era porque no oían. Aunque fue un milagro real, de modo que aquel mudo pudo hablar, nosotros podemos ver el simbolismo de lo que sucede en el mundo espiritual. En la vida nos encontramos con muchos mudos que no saben hablar con Dios y menos saben hablar de Dios a la gente. La primera razón es porque no oyen: Puede ser que no quieran oír, como sucede frecuentemente, o porque en realidad no tienen la oportunidad de escuchar el mensaje de Dios. También puede ser que estén tan enviciados que es como si tuvieran un demonio, como el de la soberbia y el orgullo.

Cuando dice el evangelio que aquel mudo “habló” no creamos que fuese dando alguna conferencia o recitando algún poema. Primero tendría que aprender. Pero sí repetiría sonidos que escuchaba, de modo que se viera que estaba curado. Cuando hacemos apostolado, no pretendamos que alguien que no sabe orar, de repente tenga una oración muy elevada o hable maravillas de Dios. Habrá que tener paciencia. Lo importante es que aquel que estaba extraviado comience a caminar, que quien no sabía hablar espiritualmente tenga una buena acción, una buena palabra y sepa que Dios nuestro Padre está siempre pronto para atender nuestra plegaria.

La actitud de los presentes ante esta acción de Jesús es controvertida: La gente buena se admira, pero los fariseos lo interpretan con maldad. Como tienen envidia y están en contra de todo lo que haga Jesús, piensan y dicen que lo ha hecho por medio del príncipe de los demonios. En nuestra vida de apostolado encontraremos opiniones muy diversas. Una misma cosa les parecerá bien a unos y a otros mal. Si nos detenemos demasiado en ello, nunca haremos nada de provecho. Debemos hacer como Jesús en aquel momento: seguir haciendo apostolado. Dice el evangelio que seguía recorriendo muchas ciudades y aldeas predicando y haciendo el bien.

Hay dos cosas que hacía Jesús, en que se resume su apostolado: enseña y cura. Es el oficio de todo sacerdote y aun de todo cristiano: enseñar todo lo de Dios y lo que es su mensaje de salvación, y sanar, que significa hacer toda clase de bienes. En este mundo hay mucho por hacer, demasiado. Por eso les dijo Jesús a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos”. Allí estaban los fariseos y escribas, que debían enseñar, pero sólo buscaban su propio provecho. En el templo estaban los sacerdotes, pero sólo buscaban el dinero de los sacrificios. Y la gente se quedaba ante las cosas de Dios como sordos y mudos. Dios podría hacer maravillas externas, pero prefiere que nosotros le ayudemos en el apostolado. Para los apóstoles era una invitación a ser cosecheros en el campo espiritual del mundo, como un día les invitaría a ser pescadores de hombres. A nosotros hoy se nos hace esta misma invitación.

Ante esta realidad de necesidad de acción, lo primero que les enseña Jesús es la oración. Muchas cosas serán necesarias para el apostolado y bastantes les dirá Jesús en el capítulo siguiente del evangelio. Pero hoy se nos dice lo primero y principal, que es la oración. Dios es el principal cosechador y lo tenemos que tener en cuenta en todo apostolado. Por eso nuestra oración debe ser muy profunda y continua para que Dios suscite más misioneros y que éstos estén más llenos de su santo Espíritu.