15ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Mt 12, 14-21

Jesús había tenido algunas discusiones con los fariseos. El tema último y frecuente que había tratado el evangelista era la cuestión del descanso sabático. Los fariseos lo tomaban de una manera tan estricta que no permitían ni hacer un bien al prójimo.

Jesús acababa de dejarles en ridículo –así lo creían ellos-, porque había defendido a sus discípulos que en un día de sábado estaban arrancando unas espigas para poder comer algo. Mayor injuria les pareció cuando Jesús, en un sábado, con dos o tres palabras había curado, delante de mucha gente a un hombre enfermo con la mano seca. Esto les pareció una gran humillación. La verdadera razón estaba en la envidia, ya que las gentes, ante estos hechos, se sentían seguidores de Jesús.

Hoy nos dice el evangelio que los fariseos, que allí estaban, se reunieron para buscar una manera de poder matar a Jesús. El asunto era muy serio y Jesús, que todavía no había decidido entregar su vida por nosotros, ya que quería completar su predicación,  prefirió marcharse a un lugar más escondido.

Pero la gente le seguía porque Jesús no podía dejar de predicar y hacer el bien con prodigios, ya que la gente se lo pedía. Entonces tuvo que pedir a todos aquellos seguidores que no le descubrieran.

Esta expresión puede tener diferentes explicaciones. Alguno ve simplemente una petición, como tantas veces lo hacía, de que, al irse corriendo la voz de que quizá fuese el Mesías, muchos pensasen en coger las armas para ponerse a sus órdenes e ir contra los romanos y contra todos los enemigos, pensando sólo en el sentido materialista que se había divulgado sobre el mesianismo. Si a Jesús le costaba convencer a los apóstoles sobre el verdadero mesianismo, ¿cómo lo podría lograr con la gente?

Alguno podría pensar que lo decía Jesús por sentirse derrotado o impotente para tratar con los maestros de la ley. Pero san Mateo nos da la solución trayendo una cita larga del profeta Isaías. En ella se muestra la humildad de Jesús que, a pesar de ser Dios, se rebajó hasta hacerse de nuestra naturaleza; pero al mismo tiempo es exaltado por Dios Padre, de modo que es la esperanza de todas las naciones.

Según esta cita profética Jesús está destinado para llevar la salvación a todo el mundo, no de forma ostentosa, sino con calma, de forma apacible, aunque firme. Jesús pretende conquistar el mundo con el amor. Es más difícil, pero es la manera de actuar de Dios. Por eso pide la calma y tranquilidad a los que le siguen.

Su ministerio no es de ruido sino de amor. Nosotros también debemos actuar con humildad, pero con firmeza. Ningún poder podrá contra la Iglesia; pero tampoco la Iglesia debe avasallar a nadie.

Si Jesús es la esperanza para el mundo, también la Iglesia debe ser esperanza para el mundo. Una esperanza que no se basa en el poder o la fuerza, sino en la fuerza del amor. La actuación de la Iglesia, como fue la de Cristo, no debe ser imponiendo sino proponiendo. No se trata de gritar como el que está coaccionando, sino de anunciar el Reino de Dios.

Por eso se trata de exponer la grandeza y belleza de la salvación respetando a las personas. Se trata de exponer el mensaje con brillantez al mismo tiempo que con humildad. Jesús nos dijo que la verdad nos hará libres. Esto pretende la Iglesia para todos. Y esto será verdad si de verdad reina el amor: hacia Dios Creador, Redentor y Santificador, y hacia todos los humanos, ya que todos somos hermanos.