16ª semana del tiempo ordinario. Jueves: Mt 13, 10-17

Jesús solía hablar muchas veces en parábolas. Era una forma de enseñar bastante frecuente en aquel tiempo. Se expone un hecho de la vida corriente, de la naturaleza o de las personas, y se busca un mensaje, que a veces está claro y a veces necesita una explicación. Dicen algunos que las parábolas en el evangelio son las palabras más genuinas en la enseñanza de Jesús. San Mateo, que tiene un sistema de organización de los hechos y doctrina de Jesús más catequético, organiza un poco su evangelio a base de temas diferentes. Ahora, en el capítulo 13, reúne varias parábolas de las que le han parecido más interesantes para exponer en qué consiste el Reino de Dios.

La primera es la del sembrador, donde dice Jesús que de sus mensajes unos se pierden por la mala disposición de la gente y otros caen en buena tierra. Pero antes de la explicación de la parábola, hoy se nos habla de una preocupación de los apóstoles que exponen a Jesús: ¿Por qué hablas en parábolas? A nosotros nos parece que la respuesta obvia sería decir que para que se entienda mejor lo que está diciendo. Y esa era la primera finalidad. Sin embargo hoy Jesús insiste en otra idea muy diferente: que es para que los que tienen mala voluntad o no están preparados no sigan escuchando la buena palabra, pues se perdería o, como dice en otro lugar: “se pisotea”.

El hablar en parábolas es un lenguaje al mismo tiempo simple y enigmático. No fuerza a la libertad, pero la responsabiliza. Cuando Jesús dice: “Al que tiene, se le dará más y abundará”, no se refiere “al que tiene cosas materiales”. Se refiere al que tiene apertura de corazón, porque precisamente los que tienen cerrado el corazón hacia el mensaje de Jesús, por buscar sólo el provecho material, se incapacitan de modo que la palabra de Dios no puede fructificar en ellos. Para éstos, como eran los fariseos, Jesús les dice un mensaje en parábolas. Si ellos quieren más y desean una explicación, ¡que la pidan! Pero resulta que, llenos de soberbia, no buscaban la explicación de Jesús como hacían los apóstoles y la gente sencilla que seguía a Jesús continuamente.

Dios quiere que preparemos el corazón para escuchar su palabra. Pasa algo así como cuando un médico quiere hacer una operación. Necesita que el enfermo tenga preparados los músculos, hasta para una sencilla inyección o vacuna. El Antiguo Testamento era una preparación para el nuevo; pero muchos como los fariseos, no lo veían así. Sin embargo, la Virgen tenía el corazón plenamente preparado con su entrega continua a Dios. Lo mismo podemos decir de los ancianos Simeón y Ana cuando acogieron al niño Jesús en el templo.

No es fácil conocer a Dios y los misterios de Dios. Estamos demasiado acostumbrados a examinar sólo las cosas visibles. Por eso las parábolas no sólo hay que escucharlas, sino meditarlas y comprender su mensaje. Para ello debemos tener el corazón preparado. Lo mejor es que con humildad pidamos al Espíritu Santo que venga con sus dones a nuestra alma siempre que vamos a escuchar la palabra divina.

Los acontecimientos de la vida pueden ser como parábolas de los mensajes de Dios. Hay personas que sólo ven lo externo de los acontecimientos; pero hay otros que “ven y oyen” a Dios continuamente dentro de su corazón. Cada uno es responsable de captar el don de Dios, de acogerlo o rechazarlo. Hoy Jesús termina con una bienaventuranza especial, dirigida a los apóstoles y, gracias a Dios, a muchos de los que leen u oyen estas palabras: “Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”. Estos son los sencillos de corazón. Los orgullosos, que cierran el corazón, no pueden penetrar en el misterio de Dios, aunque hablen mucho de forma externa acerca del espíritu que no viven. Estas últimas palabras la Iglesia las aplica a veces en la fiesta de algunos santos. Ellos como nosotros oyeron la palabra de Dios; pero sintieron que con la palabra estaba el principal Autor, que es Dios, y le acogieron en su corazón para entregarle su vida con amor.