16ª semana del tiempo ordinario. Sábado: Mt 13, 24-30

En este capítulo del evangelio san Mateo va reuniendo algunas parábolas importantes de Jesús, con las que nos explica algunos aspectos del “reino de los cielos”. Había proclamado y explicado la parábola del sembrador. Ahora propone otro aspecto del Reino por medio de la parábola de la cizaña.

Pensemos un poco en los motivos que pudo tener Jesús para proclamar esta parábola. Seguramente los apóstoles no entendían porqué Jesús tenía tanta paciencia con los fariseos y no los fulminaba con rayos para hacerles desaparecer. Así se lo habían pedido algunos discípulos cuando unos samaritanos no les quisieron hospedar. No entendían los apóstoles el hecho de que Dios sea bueno con todos, que sea paciente y misericordioso con los pecadores.

Jesús les dice que un día llegará el verdadero juicio para todos; pero mientras estamos en esta vida, debe haber lugar para el arrepentimiento. “Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva”.

Una primera idea en la parábola es que en este mundo todos estamos muy mezclados y que hay una gran dificultad para poder distinguir quiénes son los buenos y quiénes son los malos. Supongo que el día del “juicio” nos llevaremos grandes sorpresas. Solemos muy fácil y alegremente catalogar a unas personas como buenas (y claro, a nosotros entre ellas) y otras como malas.

Lo que nosotros vemos son las apariencias, no el corazón. Hay muchas cosas que no vemos como las intenciones, debido a su educación, las gracias que puede tener o no, o que ha tenido a través de su vida. Jesús nos dijo que no tenemos derecho a juzgar a las personas. Y una razón es porque fácilmente nos equivocamos. Esto creemos verlo muchas veces en los medios de comunicación: hay cosas que, siendo aparentemente las mismas, donde uno lo ve blanco, otro lo ve negro.

En la parábola, como en casi todas, hay elementos un poco extraños y raros: que si la cizaña está sembrada por el enemigo, que si es tan espesa que se debe recoger en gavillas, etc. Jesús lo hacía para mejor atraer la atención y que se quedase mejor grabado el mensaje, que es lo principal.

Y el mensaje principal es que en esta vida debemos ser tolerantes unos con otros. Aunque seamos muy firmes en la fe, debemos ser tolerantes con los de otras creencias. Por eso la Iglesia trabaja por la libertad de religión. No es que todas sean iguales, sino que siempre debemos ver la parte buena y esperar la conversión de los que andan extraviados.

Pobres de nosotros, si Dios no hubiera sido tolerante, y lo fuera continuamente, con nosotros. En el Antiguo Testamento aparece muchas veces la paciencia de Dios con su pueblo. Para algunos queda quizá la imagen de un Dios violento, porque en tiempos primitivos Dios a veces les oprimía para darles lecciones; pero siempre aparece su amor y su misericordia, esperando la conversión.

Jesús mismo quiso explicar esta parábola a requerimiento de sus discípulos, cuando estaba a solas con ellos. Dios es quien siembra la buena semilla, mientras que el diablo siembra la mala. En esta vida conviene tener paciencia, ya que es difícil separar unos de otros. Ya llegará el día del juicio en que los ángeles, con el poder de Jesús, separarán los buenos de los malos. Éstos irán al horno de fuego “donde habrá llanto y crujir de dientes”, mientras que los buenos irán al “reino de su Padre”.

Por eso, mientras tanto, debemos tener paciencia y mucho amor. Con esto vemos como malos los fundamentalismos religiosos. Dios quiere que todos se salven, y por eso espera pacientemente que los que van en camino de perdición recapaciten, sepan admitir las gracias que Dios constantemente nos da y, regresando al bien, puedan un día participar de la alegría de la gloria de Dios.