18ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mt 14, 13-21

Dice el evangelio que Jesús se retiró a un lugar tranquilo y solitario, porque se enteró de la muerte de Juan el Bautista. Cuando se daban las noticias, era difícil conocer todas las circunstancias. Quizá alguien le sugirió a Jesús que Herodes podía hacer con él lo que hizo con Juan.

El hecho es que Jesús, que tenía una tarea importantísima, la de instruir a sus discípulos sobre el Reino de Dios, prefirió seguir esta instrucción por un lugar solitario. Para ello pasó en barca hasta la otra orilla. Pero el lugar no resultó tan solitario, ya que corrió la voz sobre el rumbo que tomaba la comitiva de Jesús, y mucha gente buena buscó la manera de ir al encuentro con Jesús.

Así fue cómo se encontró Jesús en “un lugar solitario” rodeado de una gran muchedumbre con hambre de su palabra. Y Jesús se puso a enseñarles, al mismo tiempo que sanaba a muchos que habían llegado con hambre de salud.

Pero, según iba pasando el tiempo, llegó otro hambre, que era el del alimento material, porque la mayor parte de la gente no había ido preparada para estar en “lugar solitario”. Los apóstoles, que estaban cerca de Jesús, pero al mismo tiempo cerca de la gente, se dan cuenta del gran problema y se lo exponen a Jesús. Este dato de los apóstoles es interesante, porque a veces nosotros convivimos con personas que tienen problemas diversos y “pasamos de ello”.

Los apóstoles piensan en una solución “a su altura”: que Jesús despida a la gente para que busquen algo para comer en las aldeas cercanas. Pero Jesús piensa las soluciones a base de amor, del amor suyo y del que quiere suscitar entre nosotros.

    Jesús podía haber hecho el milagro de muchas maneras: simplemente podía haber hecho que la gente no tuviera hambre, o podría haber hecho que bajaran del cielo muchos panes u otros manjares, recordando lo que los israelitas creían haber sucedido con el maná del desierto. Pero Jesús pide la colaboración de los apóstoles. Sólo tienen cinco panes y dos peces. Con ello dará de comer a aquella multitud. Jesús quiere que compartamos con amor lo que tenemos. Y en realidad hay muchos bienes en la tierra que se desperdician o no se quieren repartir.

 Y se organizó la cena. Ha habido casos en la vida de algunos santos que han organizado cenas y comidas entre los pobres o en una comunidad con algo de comida que nos parecería irrisorio. Pero había mucho amor y mucha fe en la Providencia de Dios, que no nos abandona, si sabemos compartir.

Jesús realiza una bendición que, según dicen, sería parecido a lo que haría un buen padre de familia al repartir el pan entre sus hijos. En la Última Cena repetiría esos ritos en una realidad plenamente espiritual y grandiosa, multiplicando su Cuerpo para dársenos en alimento “para la vida eterna”.     

Comió una gran multitud que, según lo narra el evangelista al estilo oriental de manera muy significativa, “comieron cinco mil hombres sin contar mujeres y niños”.

 La frase de Jesús “dadles vosotros de comer” nos debe estimular a todos para preocuparnos por tantos que pasan necesidad en la tierra. Claro que muchos pasan esa necesidad por las injusticias de quienes debieran solucionar muchos problemas para que no haya tanta desigualdad. A veces nosotros no podremos solucionar esos problemas trágicos de desigualdades. El hecho es que hay necesidades urgentes, y la caridad de Cristo nos tiene que urgir.

Hay también en el mundo otras hambres que debemos intentar saciar, como son el hambre de paz, de cultura, de amor. Si de verdad se solucionase el hambre de amor, de caridad, se solucionaría fácilmente todo o la mayor parte del hambre material.

Jesús nos enseño a pedir en el Padrenuestro “danos hoy el pan de cada día”. No se trata sólo de mi pan, sino el de todos.