18ª semana del tiempo ordinario. Viernes: Mt 16, 24-28

Acababa Jesús de rechazar una tentación propuesta precisamente por Pedro, a quien poco antes había prometido el primado por ser fiel a la inspiración de Dios sobre la mesianidad de Jesús. Luego Pedro se había dejado llevar por sus sentimientos humanos y ante el anuncio de Jesús de que debía ir a Jerusalén para ser muerto y luego resucitar, le dice que eso no puede ser digno de un mesías. Jesús le rechaza como si fuese una tentación triunfalista y nos enseña cuál deba ser la actitud de todo aquel que quiere ser verdadero discípulo suyo.

Aquel que le quiera seguir tiene que ser negándose a sí mismo y tomando su propia cruz. Jesús dice: “El que quiera venir en pos de mÍ”. No obliga a nadie, respeta la libertad que es un gran don de Dios. Es una invitación que también nos hace hoy a nosotros. Seguir a Jesús es cuestión de amor. O podíamos decir también, cuestión de hombría, para corresponder al inmenso amor de Dios que se abajó y fue a la muerte cruel para salvarnos.

Para ello dice que hay que negarse a sí mismo. Esto es difícil, porque es ir contra el propio egoísmo. Podíamos decir que es como seguir la primera bienaventuranza: “elegir ser pobre”. Significa renunciar a toda ambición. Ya sabemos que no es renunciar por renunciar. Nuestra religión no consiste en hacer actos negativos. Si renunciamos es porque vamos adquiriendo algo muy positivo. Los santos se iban llenando del amor a Dios y al prójimo en medio de la renuncia de ambiciones y tendencias materiales.

Luego nos dice Jesús que debemos tomar nuestra cruz. El caso es que la cruz está con todos, aunque no la queramos ver. Esta vida no es aún el cielo y la cruz nos va ayudando para que el cielo sea meritorio para nosotros. Pero el hecho es que muchas veces queremos dejar la cruz de lado o peor si queremos que otros carguen con nuestra cruz o se la queremos cargar a otros.

Cada uno de nosotros debemos cargar con la nuestra. Pero no de cualquier manera, sino siguiendo a Jesús. Quiere decir que a pesar de la cruz de cada día, o con ella y por medio de ella sigamos el camino de Jesús, que es de glorificación de Dios y de entrega en el amor hacia el prójimo.

Y continúa Jesús diciendo una fórmula paradójica: “El que pierda su vida la gana, y el que busca ganarla la pierde”. Hay muchas clases de vida. Hay vidas que no son Vida. Jesús dijo: “Yo soy la Vida”. Claro que sobre todo es para el futuro. Pero también aquí. Y si no, que se lo pregunten a los santos que, renunciando a todo, iban consiguiendo una vida en plenitud. Y vida significa: alegría, paz, amor... No se trata de destruir esta vida, sino de desarrollarla para una vida más plena en amor a todos.

Continúa Jesús con un razonamiento que sólo sirve para los que tienen fe: “¿Qué aprovecha conseguir todo lo de este mundo si uno al final pierde su alma?” Para aquel que sólo tiene visión de lo actual, de lo terreno, sabemos que no sirve para nada. Pero para quien logra ponerse en las manos de Dios, puede transformar su vida. Así se lo exponía san Ignacio de Loyola a un joven con sueños de grandeza humana, como era Francisco Javier. Esa frase, recibida con la gracia de Dios, hizo de Javier un apóstol y decidido misionero.

Jesús luego nos dice que, además de sentir la presencia de Dios y la paz de una vida que tiene un verdadero sentido, Dios dará un premio eterno e inconmensurable a aquel que le siga. Hoy nos hace Jesús esa invitación a seguirle. No se trata de cambiar la vida o la manera de vivir. Es posible que para alguno sí. Lo normal es que cada uno sigamos con nuestros quehaceres iguales; pero el modo de llevar esos quehaceres debe ser muy diferente. Jesús nos pide un poco más desapego y sobre todo más amor. Amor a ese Dios misericordioso que nos perdona y amor y entrega al bien de aquellos a quienes ha puesto Dios junto a nosotros.