DOMINGO XIX TIEMPO ORDINARIO (B) (San Juan 6,
41-51) |
- La institución de
- ¿Cómo desvelar a los hombres y hacer creíble un Misterio tan inefable? La magnitud del Misterio requería que Cristo, antes de que llegara el momento de la institución de este Sacramento en la Última Cena, hubiera preparado los ánimos de sus seguidores. Y, esta intención es la que tenía su famoso discurso del “Pan de vida” pronunciado en Cafarnaúm que, por lo que nos dice el Evangelio, no tuvo la deseada acogida entre sus paisanos.
“Los judíos, - nos
dice el Evangelio - criticaban a Jesús
porque había dicho: “Yo soy el pan
bajado del cielo” Y decían: “¿No
es este Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo
dice ahora que ha bajado del Cielo?
- Y es que, a Jesús no se le puede escuchar, ni juzgar, desde meras categorías humanas, y sus paisanos, (a los que les faltaba Fe en la dimensión divina de Jesús), lo miraban sólo como “el carpintero, el hijo de José y María” pero, ¡no como al Hijo de Dios! Y eso les impedía comprender que Cristo, por su sabiduría y poder infinitos, es capaz de llevar a cabo aquello que dice, aunque esto se escape a la lógica y las posibilidades humanas.
- Sin las
luces de
“En Ti, Señor, se equivocan la vista, el tacto
y el gusto, pero me basta el oído para creer con firmeza.¡”Nada
es más verdadero que Tu palabra de verdad”!
- Ayer y hoy,
“Si no me creéis a Mi, creed al menos por mis obras. Mis obras dan
testimonio de Mi”.
- Esa Fe en Cristo y en su Palabra, nos resulta especialmente necesaria para creer y aceptar el gran Misterio de la Eucaristía del que hoy nos habla el Señor: “Yo soy el Pan de Vida”
“Yo soy el pan
vivo bajado del Cielo: el que come de este Pan vivirá para siempre. Y el pan
que yo les daré es mi carne para la vida del mundo”.
- ¡Que decidido estaba Jesús a instituir este
Sacramento de su Amor que no le importó aquel día quedarse sólo!:
“Muchos se marchaban diciendo: ¡Duras son
estas palabras para escucharlas! ¿Quién puede oírlas”?
- Y, por si sus discípulos se quedaban por compromiso, los retó diciendo:
¿Queréis iros también vosotros?” Y menos mal que Pedro, aunque le resultarían también incomprensibles y duras las palabras de su Maestro, decidió fiarse más de lo que decía Jesús que de sus propios razonamientos:
¿A
dónde iremos, Señor?, ¡Tu tienes Palabras de vida eterna!
- Quedémonos con esta lección de Pedro de,
fiarnos más de Dios que de nosotros mismos y estaremos practicando la “regla
de oro” para no errar en el camino. Guillermo
Soto