19ª semana del tiempo
ordinario. Martes: Mt 18, 1-5. 10. 12-14
Hoy Jesús nos da una
lección muy importante para vivir como cristianos. Jesús muchas veces hablaba
del “Reino”, Reino de Dios o de los cielos; pero la gente, lo mismo que los apóstoles,
lo tomaban en sentido materialista, lo mismo que cuando hablaban del Mesías.
Por eso los apóstoles discutían entre ellos para ver quién iba a ser el más
importante en ese “Reino”. En el mundo se tiene por más importante el que más
sabe o el que tiene más prestigio o el que tiene mejores cualidades humanas.
Los apóstoles, que estaban algo confusos, se lo preguntan a Jesús. La respuesta
es totalmente desconcertante para ellos. Jesús pone por modelo un niño. Tenemos
que tener en cuenta que no era un niño a la moderna bien educado, bien vestido
y tratado con estimación. La palabra del evangelio dice: “un chiquillo”, un
“criadito”: algo así como un chiquillo de la calle. En aquel tiempo todos los
niños eran muy poco estimados socialmente,
eran como personas marginadas, mucho más si era un “criadito”.
Para los apóstoles era una
respuesta desconcertante, porque ellos eran adultos y les parecía como que
debían volver al estado de niños. Se trataba de un cambio de mentalidad: Jesús
les dice que “deben cambiar y volverse como niños”. Claro que no todos los
niños son buenos: muchas veces son egoístas y caprichosos. Tampoco quiere decir
que nos quedemos como niños, sin progresar. Hay que ser adultos en la fe.
Porque sucede que desgraciadamente muchas personas se comportan con Dios como
niños en la fe en el sentido de que tienen a Dios como un policía o un ogro o
un coco, como si Dios buscase sólo castigar nuestras faltas. Para estos, el
hacer algún bien, como hacen algunos niños, es para conseguir un premio: “ganar
más cielo”.
No es lo mismo tener
espíritu de niño que seguir siendo niño. Hacerse como niño es abandonar los aires de grandeza y ponerse con
confianza en las manos de Dios para servir a los demás. Ser niño para Jesús es
sentir la necesidad de ayuda, es saber que no se basta a sí mismo. Es tener
inocencia, sencillez, pureza, sinceridad, que es lo contrario de la doblez, la envidia, la morbosidad. Es tender hacia
Dios como un niño lo hace con su padre o madre. Es
tener actitud de apertura, necesidad de los demás.
Aquí Jesús, cuando habla
del niño, también quiere poner por delante a todos los marginados y todos los
que sufren, a los “pobres de espíritu”, a las personas humildes y sencillas que
desde la simplicidad de su vida, han optado por seguir a Jesús en la entrega y
en la misión de hacer el bien. Jesús no sólo dice que hay que tender a cambiar
nuestra actitud de vida o manera de pensar para hacernos más iguales a ellos,
sino que también nos enseña a acogerlos. Y por eso luego nos enseña la parábola
de la oveja perdida, parábola donde se retrata a sí mismo, de tal manera que en
la antigüedad la figura del buen pastor que carga a la oveja perdida era la
representación más repetida y más estimada sobre la figura y la manera de ser
de Jesucristo.
Jesús con esta parábola iba
contra la actitud de los fariseos que excluían de su trato a los que creían que
eran pecadores y les despreciaban, como el fariseo que rezaba en el templo.
Estos no pueden conseguir la salvación, porque no la desean. Dios no espera el
arrepentimiento del pecador para amarle, sino que va en su búsqueda. Así quiere
Jesús que sean los responsables de la comunidad. La misericordia no es
ingenuidad que admita la falta de responsabilidad en el cumplimiento del deber,
sino que es una invitación a la conversión. El ser humilde de corazón es la
mejor preparación para poder sentir la misericordia del Señor.
Un detalle de la
importancia que da Jesús a los “pequeños” es que “sus ángeles están viendo el
rostro de Dios “. Había una creencia judía de que sólo los siete ángeles más
importantes que se llamaban “los servidores”, estaban viendo el rostro de Dios.
Jesús nos dice que todos, hasta los más marginados, pueden estar con Dios
gozando de su presencia. Así quiere que un día todos
estemos en la presencia de Dios.