20ª semana del tiempo ordinario. Lunes: Mt 19, 16-22

Iba Jesús caminando entre sus discípulos y otras gentes. En esto se acerca a preguntar a Jesús “uno”. Luego dirá que se trata de un joven que además es rico. La pregunta nos parece muy importante para todos: “Maestro, ¿qué tengo que hacer de bueno para obtener la vida eterna?”

Jesús, que tiene en cuenta todos los detalles, no responde directamente, sino quiere, en primer lugar, aclarar la pregunta y hace dos aclaraciones fundamentales. En primer lugar aparece cómo la religión de aquel joven sigue la trayectoria de las enseñanzas de los fariseos. El creía que para conseguir la vida eterna había que “hacer” prácticas religiosas. Eso era lo bueno que había aprendido; pero quería más y esto se lo decía a quien creía que era un maestro de verdad.

Jesús nos irá enseñando que la religión no consiste en prácticas, aunque pueden ser muy buenas, sino en la unión con una persona, que es Dios mismo, que por amor se ha hecho hombre. Por eso le responde Jesús que bueno es sólo uno.

Hay otra diferencia esencial entre la pregunta del joven y la respuesta de Jesús. El joven, como era rico, estaba acostumbrado a poseer. También quiere poseer la vida eterna, algo que se pueda comprar, aunque no sea con dinero. Jesús no le responde sobre lo que debe hacer para “obtener” la vida eterna, sino “si quieres entrar en la vida”. La “vida” no es algo que se consigue, sino que Dios la da; pero, como es Padre, quiere darla a todo el que esté dispuesto, sobre todo haciendo Su voluntad.

Aquel joven habría oído alguna vez a Jesús hablando de la vida o la vida eterna. Pero seguro que no escuchó o no captó lo que nos narra el evangelista un poco antes sobre lo que dijo “en otro lugar” Jesús al abrazar a los niños: “de ellos es el reino de los cielos”. Así que Jesús no basa fundamentalmente el entrar en el reino al hecho de hacer más o menos obras, aunque pueden ser muy provechosas, sino al tener un espíritu de humildad y sencillez, puestos en las manos de Dios.

Sin embargo se acomoda un poco a lo que el joven entiende y Jesús le habla del cumplir los mandamientos. Aquí cita varios mandamientos que se refieren a la relación con el prójimo. Y termina diciendo “y ama al prójimo como a ti mismo”.

Podemos decir que los mandamientos, según aparecen en el Antiguo Testamento, nos mandan tener un respeto con relación al prójimo. Y esto parece tener un cierto límite. Pero Jesús nos hablará muchas veces del amor, que ciertamente no tiene límites. Por eso, si ese amor está unido, como debe ser, al amor de Dios, al no tener límites, debe ser algo radical en nosotros, requiere todo nuestro ser.

Aquel joven tuvo que intuir que Jesús no se conformaba con el cumplimiento de los mandamientos, que ya los cumplía. O él suponía que los cumplía. Y por eso preguntó: “¿Qué me falta?” Se ve que era un joven ambicioso. Él estaba acostumbrado a poseer más cosas; pero ahora se encontraba ante algo fundamental en su vida.

Jesús le dice: “Si quieres llegar hasta el final…” Es como decirle que hasta ahora su punto de vista había sido muy raquítico porque había puesto su corazón en los tesoros de la tierra. Ahora Jesús quiere descubrirle otros tesoros mucho mejores y para eso le abre un camino muy largo o muy ascendente, que no es fácil comprenderlo con una sola mirada. Es necesario “seguir” a Jesús.

Para unos ese camino lo verán de una o de otra manera, si tienen el corazón abierto plenamente a Dios. Para aquel joven el camino que le propone Jesús es dejar todos los bienes y seguirle, como le seguían varios discípulos.

No creía aquel joven que el camino tuviera un final tan lejano. Quizá le dio miedo el tener que vivir como pobre, quizá tuvo miedo al qué dirán de sus amigos, al hecho de ser incomprendido. El hecho es que se marchó y Jesús se quedó triste. Sepamos escuchar a Jesús, seamos valientes y no le pongamos triste.