XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO,
CICLO B
Padre Pedrojosé Ynaraja Díaz
FE Y PRÁCTICA
Esta es la última homilía-mensaje que me toca
redactar por hoy y sinceramente os confieso, mis queridos jóvenes lectores, que
me siento fatigado. Escribir con honestidad, aunque vosotros no me conozcáis,
me siento yo comprometido con lo que os digo, supone conocer el contenido de
los textos correspondiente, haberlos estudiado y ahora meditado y redactarlos,
ser yo mismo en mi conducta coherente, todo esto supones esfuerzo. Cada día lo
primero que hago al llegar a casa es entrar a mi iglesita, reverenciar a Dios
con mi genuflexión, besar el sagrario como señal de amor y he añadido hoy el
gesto de poner mi frente encina, pidiéndole que me ayudase a pensar lo que
debía ofreceros. Desde esta actitud soy capaz de dirigirme a vosotros
honradamente.
Leo u oigo a veces que algunos se definen como creyentes
no practicantes. Les digo yo a otros: eres practicante no creyente.
Sinceramente, prefiero a estos últimos. Sé de muchos que se entregan a un
voluntariado en servicio de los discapacitados comprometiéndose en asociaciones
cristianas o puramente sociales, llámense Caritas, Manos Unidas, Cruz Roja.
Este verano, durante dos meses, me desplazo a un Cottolengo
que está en la montaña, gozando los enfermos de vacaciones, a celebrar la misa
para la comunidad religiosa y quienquiera que desee asistir. A los enfermos les
asisten, además de las monjas correspondientes, voluntarios y voluntarias, que
ocupan su tiempo, desde el amanecer hasta entrada la noche, en procurar que
sean felices, que no les falte nada, ni de comida ni bebida. Según me dicen
hasta les facilitan bañarse en una piscina exclusiva de la casa donde residen,
están siempre pendientes de ellos. Estoy seguro porque si en alguna ocasión he
querido yo hablar un rato con alguien, he tenido que desplazarme los mismos
23km de la mañana, para disponer del poco rato libre que tienen después del
mediodía. Con seguridad todos estos servidores son cristianos practicantes,
alguno de ellos he sabido que no se consideraban creyentes. Mi admiración no ha
disminuido, el amor de Dios, estoy seguro, tampoco.
Imaginaos la mentalidad de los que rodeaban a Jesús que
nos describe el evangelio del presente domingo.
El rabino Maimónides (1135 al
1204) estableció que las normas de la Ley se resumían en 613
preceptos. Los que acorralaban a Jesús, seguramente, no lo tendrían
tan claro como el teólogo cordobés después estableció, pero serían antecedente
de su mismo rango.
Nuestro cerebro debe recordar unas normas, sí, y debemos
respetarlas y cumplirlas siempre que nos sea posible, pero lo que importa es lo
que abriga nuestro corazón, lo que de él sale.
Si la interioridad de una persona está repleta de
egoísmo y ambicione, si solo desea satisfacción y posesión, lo que mane de su
interior manchará todo su entorno. Estas maldades salen de dentro y hacen al
hombre impuro, acaba el Señor.