21ª semana del tiempo ordinario. Martes: Mt 23, 23-26

El evangelio de san Mateo es el que más insiste en las invectivas que Jesús dice contra los fariseos. Quizá sea porque la comunidad a la que el santo predicaba estaba constituida sobre todo por cristianos convertidos del judaísmo, muchos de los cuales querían seguir con sus costumbres y tenían controversias con los convertidos del paganismo. Estos se llamaban los judaizantes.

El caso es que Jesús se encontró con grupos religiosos que se hacían pasar por guías del pueblo, pero más bien buscaban sus intereses particulares o del grupo. Uno de esos grupos eran los fariseos, hombres fanáticos que buscaban el apoyo popular haciéndose pasar por justos y piadosos; pero a los que Jesús desenmascara, diciendo que eran como lobos vestidos con piel de oveja. Entre las palabras que hoy nos trae el evangelio podemos destacar dos acusaciones que Jesús les hace: Son personas que ponen mucho interés en cosillas pequeñas de la ley, omitiendo lo más importante, y además: se preocupan de lo exterior de la religión, olvidando lo interior.

La Ley decía que cada agricultor debía ofrecer al templo el diezmo, la décima parte, de la cosecha. Los fariseos querían ser en esto tan cumplidores que empleaban la ley hasta en los pequeños condimentos de la comida, como la menta o el comino. Así que las amas de casa de cada diez ramitos de perejil debían separar uno para el templo. Jesús nunca habló contra la ley del diezmo; pero no se fijaba en esas minucias, sino que su horizonte es mucho más amplio y grandioso en nuestro caminar hacia Dios. De hecho la ley del diezmo era buena, porque era reconocer que Dios tiene el derecho de propiedad sobre toda la tierra y sus bienes. Esa parte que le corresponde a Dios serviría para el mantenimiento del culto y sus ministros y para los pobres.

Pero resulta que los fariseos eran muy minuciosos con esas cosas, mientras que tenían manga muy ancha para otros asuntos mucho más importantes, como eran la justicia, la misericordia y la fidelidad. Jesús se lo echa en cara con esa comparación sugestiva: Tienen cuidado con evitar un mosquito y luego se “tragan” un camello. Las tres virtudes que según Jesús les faltan a los fariseos son como el resumen de la dimensión social de la Ley: la observancia del derecho y la justicia en las relaciones sociales, la misericordia, que es la expresión universal del amor al prójimo, y la fidelidad sincera y leal, que es tan necesaria para una convivencia en clima de serena confianza. Ya los profetas habían hablado contra las injusticias sociales de su pueblo, encubiertas bajo la hipocresía de una religiosidad solamente exterior.

Jesús no quiere quitar las prácticas pequeñas de la religión. Quiere poner orden para que nos preocupemos primero de lo que es principal: Esto hay que hacer “sin omitir lo otro”. Lo que quiere es que la fidelidad a las observaciones pequeñas del culto sean reflejo y expresión de la fiel observancia de la ley del amor a Dios y al prójimo.

Lo segundo que les acusa Jesús a los fariseos es que se preocupan demasiado de la parte externa de la religión y olvidan la principal que es la interior. Les pone el ejemplo de quien lava una copa o plato por fuera y deja toda la suciedad por dentro. O más gráficamente les asemeja a un sepulcro muy limpio por fuera, pero con toda la podredumbre por dentro. Hoy también, como los fariseos, sigue habiendo muchos cristianos que se fijan especialmente en las apariencias, en la “fachada”, pero no se preocupan por el interior. Queremos aparecer como buenos mientras que el corazón está impresentable. Hay muchos actos religiosos que, como los fariseos, hacemos casi sólo para que nos vean y alaben. Jesús nos advierte que hasta en el ayunar, orar y dar limosna muchas veces se busca el aplauso de la gente más que el aplauso de Dios.

Jesús, que es “manso y humilde de corazón”, aparece hoy con palabras fuertes para decirnos cuánto sufre y cuánto le molesta la hipocresía de los fariseos y también nuestra propia hipocresía en las relaciones con Dios y con el prójimo.