29 de Agosto. Martirio de san Juan Bautista: Mc 6, 17-29

  En este día la Iglesia celebra el martirio de san Juan Bautista. A primera vista puede parecer raro que un hecho de sangre sea celebrado. La Iglesia celebra con gozo el triunfo de la gracia y la entrada definitiva en el cielo. En el caso de san Juan Bautista celebra la valentía de aquel profeta, y aun más que profeta, como había dicho Jesús de él: “el más grande entre los nacidos de mujer”. Fue víctima de su fe en los valores de la conversión mesiánica que siempre había predicado. Víctima por los vicios de un rey con poco poder, pero orgulloso en su puesto, y víctima sobre todo por el adulterio de ese rey con la esposa de su hermano. Se juntan la virtud y el vicio ante la tragedia.

Esta fiesta se solía llamar: “La decapitación de san Juan Bautista”. Y era cierto; pero ahora se dice: “El martirio”, porque en realidad fue recibir la muerte por Jesucristo. San Juan predicaba la conversión hasta que se presentó Jesús. Desde entonces, como decía el Bautista: “Cristo debía crecer y él disminuir”. Si había denunciado a Herodes era para provocar la conversión y poder recibir al Mesías. Fue por ser fiel a su misión de precursor que llegó a la cárcel y llegó a la muerte.

En el evangelio estaba narrando san Marcos cómo Jesús enviaba a los apóstoles a predicar por aquellos pueblos y aldeas. Jesús no quería hacer milagros sin necesidad y por eso, al ver que sus mensajes debían conocerlos otros pueblos adonde él no podía llegar, envió a sus apóstoles. También les serviría a ellos como de ensayo para la misión universal después de Pentecostés. Los apóstoles quedaron muy contentos con los resultados de la predicación. En medio comenta el evangelista cómo de esta manera la fama de Jesús se extendió mucho más y llegó hasta el mismo Herodes.

Los que estaban con Herodes le decían que debía ser algún profeta que había resucitado. Alguien le insinuó que quizá podía ser Juan Bautista que hubiese vuelto a la vida. Esto sí le conmovió a Herodes y hasta tenía miedo, pues la conciencia le recriminaba lo que había hecho con el Bautista. Con este motivo el evangelista narra lo que pasó en la muerte de Juan Bautista. Quizá los mismos discípulos de Juan, que recogieron su cuerpo para enterrarlo, fueron los que se lo contaron a Jesús.

Herodes organiza un gran banquete. Con ello quiere demostrar el poder sobre su territorio y el predominio sobre otros vecinos. Por eso invita a los magnates del reino. Su preocupación era quedar bien con los invitados. Herodes admiraba a Juan Bautista por su energía y sinceridad en el hablar y su rectitud en toda su vida. Sin embargo le había puesto en la cárcel, aun quedando mal con muchos del pueblo que tenían a Juan Bautista por un enviado divino. Mucho tendrían que ver, en el encarcelamiento de Juan, las instancias de Herodías, la mujer adúltera, que no pararía hasta hacer matar al Bautista. Y la ocasión se la dio esa fiesta.

Puso a bailar a su hija, cosa que debía ser de esclavas, para incitar a Herodes a prometerla un gran regalo. Ya sabemos que el regalo que la hija pidió, a instancias de la madre, fue la cabeza de Juan el Bautista. El rey se entristeció porque apreciaba a Juan; pero quería más el quedar bien ante los invitados y cumplir la promesa. ¡Pobre de Herodes que no sabe distinguir una promesa razonable y una que es contraria a la voluntad de Dios, porque es un fruto de un vicio y es buscar un mal!

También podemos destacar la cobardía de aquellos invitados que no se atreven a contrariar a su rey. Así se cometen en la vida muchos males, no sólo por hacerlos de una manera directa, sino por consentirlos y callarse cuando hay que denunciar el mal.

Decía san Beda Venerable sobre san Juan Bautista: “Él anunciaba la libertad de la paz suprema y fue arrojado a la prisión. Fue puesto en la oscuridad de la cárcel el que vino a dar testimonio de la misma luz, que es Cristo. Fue bautizado en su propia sangre quien había bautizado al Redentor del mundo. Pudo soportar tormentos transitorios para ganar los gozos eternos”.