XXIII Domingo del Tiempo Ordinario, Ciclo B
ESCOGED AL POBRE
Padre Pedrojosé Ynaraja
1.- Lo
primero que debemos de tener en cuenta, mis queridos jóvenes lectores, es que
todos nosotros somos ricos. El solo hecho de poder beber agua potable cuando lo
deseemos, tener un techo donde cobijarnos, comer más de una vez al día, lo
patentizan. Todavía más aun el saber leer y escribir, porque hemos podido ir a
una escuela.
“Cuentan
de un sabio que un día / tan pobre y mísero estaba, / que sólo se sustentaba /
de unas hierbas que cogía. / ¿Habrá otro, entre sí decía, / más pobre y triste
que yo?; / y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo / que otro
sabio iba cogiendo / las hierbas que él arrojó”. Tal es un fragmento de “La
vida es sueño” de Pedro Calderón de la Barca. Somos ricos pero casi nunca nos
damos la vuelta para descubrirlo. Es mejor ignorarlo, creernos pobres, para
ambicionar y poseer aún mucho más de lo que tenemos.
3.-
Admirar también, con cierta envidia, al que es más rico que nosotros y hasta
apreciar y significar con halagos y privilegios al que goza de fortuna. Son
valores de nuestra cultura, que nadie se cuestiona. Pero en la escala de
valores evangélicos, quien ocupa la cúspide es el pobre. Usar y tirar es norma
común y no apreciamos que el despilfarro es ofensa al necesitado.
4.- Hemos
organizado nuestras costumbres de tal manera, que ante la situación de derroche
que llega a incomodar los espacios, calles y rincones, se ha montado un sistema
rico que llamamos de reciclaje en gran escala, con facilidades u obligaciones
de contribuir a tales proyectos. Pero si se trata de aplicárselo a uno mismo
individualmente y aprovechar y conservar lo que todavía es útil, lo
desacreditamos llamándole con frecuencia “síndrome de Diógenes”. No ignoro que
pueda ser un trastorno tal proceder, sobre todo si lo acumulado no está al servicio
de los demás, ahora bien, no hay que olvidar que perjudica mucho menos esta
locura, que la acumulación de fortunas monetarias, de inmuebles o de capacidad
de influencias sociales de la que gozan unos pocos. Y a los poseedores de
grandes fortunas de todos conocidas, nadie se atreve a calificar de enfermos
mentales.
5.- Hay
que ser cautos y algo más, hay que apreciar al pobre. Al que lo es por
necesidad y al que ha escogido la pobreza como vocación. Pienso ahora en Benito
Labre, el que todo Roma llamó el vagabundo y santo mendigo, al que no aceptaron
en las comunidades religiosas y que lo dejó todo para ser indigente. Atravesó
Francia de oeste a este comportándose como un mendicante cualquiera, todavía
encuentra uno en ciertas iglesias su imagen y la indicación “por aquí pasó San
Benito José Labre”. Cuando leo esta inscripción pienso que las palabras
inspiradas del apóstol Santiago no fueron inútiles. (su
fiesta se celebra el 16 de abril).
6.- Me
alegra conocer los desvelos que siente el Papa Francisco por los menesterosos a
los que ayuda, acoge y protege. No les da una limosna y deja partir, o les
entrega un tique para un restaurante, no, en Santa Marta, si son pocos, o en el
Aula Paulo VI, o Sala Nervi, si son muchos, los
recibe y sirve con todos los honores.
Con
idéntica elegancia trata el Señor a este pobre hombre, carente de oído e
imposibilitado del habla. Lo acoge y se retira con él para con elegancia,
librarle de sus males. Impresionó su proceder de tal manera, que la comunidad
cristina recuerda con exactitud la palabra que le dirigió en su lengua, el
arameo, pese a que el evangelista redacte el episodio en griego. Quiere obrar
el Maestro con discreción, nada de salir repartiendo simpatías y obrando con
espectacularidad, como tantos hacen.
Aprended,
mis queridos jóvenes lectores, y no dejéis de proclamar con entusiasmo que pese
a tantos males que sufre nuestro mundo, Jesús continúa siendo bueno con los
pobres.