23ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Lc 6, 20-26

Las bienaventuranzas de Jesús son como el centro de su predicación. Hoy el evangelio nos trae las 4 bienaventuranzas según san Lucas, contrastadas con cuatro malaventuranzas, para mejor acentuar el mensaje. Son diferentes de las ocho bienaventuranzas que nos trae san Mateo y que suelen ser más conocidas. No hay contraposición. Jesús habló muchas cosas, unas veces en la montaña, otras veces en el llano, como se expresa hoy. Cada evangelista iba tomando de los mensajes de Jesús lo que más le interesaba para su catequesis. San Mateo se fija más en la parte espiritual o la actitud interior, y por lo tanto invita a todos, ricos o pobres, a un verdadero desprendimiento de lo terreno para poder conseguir mejor el “Reino”.

San Lucas en su evangelio es más social. Acompaña a san Pablo en su predicación por Grecia y se da cuenta de unas diferencias sociales más extremas. Además se da cuenta que los pobres son los que acogen mejor el evangelio, de modo que las nuevas comunidades cristianas se componen casi exclusivamente de gente pobre. Se acuerda de lo que dijo Jesús en este sentido y nos lo dice a todos nosotros. Jesús no habla como en teoría, sino que mira a los apóstoles y la gente que le sigue y a ellos, que son pobres, les dice las bienaventuranzas. En realidad es todo lo opuesto de lo que piensa la mayoría de la gente. Sería interesante que hiciéramos una encuesta por la calle, preguntando quiénes son más felices si los pobres o los ricos, si son más felices los que lloran, los que tienen hambre y son marginados, o los que tienen mucho dinero y toda clase de comodidades. En verdad que el evangelio no es fácil de entender. Hay personas que para ser cristianos se contentan con estar bautizados, asistir a algún culto o llevar algún distintivo. Se trata de creer en Jesús y seguir sus criterios de vida.

¿Cómo puede entenderse? Habría muchas cosas para explicar. Una de ellas es que pobre no es lo mismo que miserable. Algunos dicen que pobre es quien tiene su trabajo honrado y se contenta con ello, sin sobresalir en lo económico. Dicen que una cosa es ser pobre hace dos mil años y otra es ser hoy. Pero hoy hay muchos pobres de verdad, que no tienen nada o casi nada, y a ellos les dirige Jesús las bienaventuranzas. Otra idea es que se ve una diferencia esencial entre el reino terreno, con sus valores temporales, y el Reino eterno, que no se terminará. Y por lo tanto esa felicidad no es para ahora, sino especialmente para el futuro, aunque dice que ya se tiene ahora.

La principal explicación está en todo el mensaje de Jesús de que Dios es nuestro Padre y nosotros debemos estar siempre en sus manos, como un niño está en las manos de su padre. Por eso aquel que es pobre de verdad, tiene mucho adelantado para poder estar en las manos de Dios. El que tiene mucho dinero es muy fácil apegarse a ese dinero. Jesús nos dijo que “no se puede servir a dos señores”, al hablarnos del apego fácil a las riquezas. Como decía un santo: “Es más fácil que se envenene quien tiene mucho veneno en casa que quien no tiene nada”. La Virgen María en su Magnificat ya preanunciaba esta bienaventuranza al decir: “Dios derriba a los potentados y enaltece a los humildes; a los hambrientos los sacia y a los ricos los despide vacíos”. Y los profetas ya habían dicho: “Dichoso quien se fía de Yaveh y maldito quien se fía de los hombres”. Jesús nos señala una felicidad más definitiva que la pasajera que nos ofrece el mundo. Lo expresó también en la parábola del pobre Lázaro y el rico Epulón. Allí nos señala dónde está la verdadera felicidad.

Estas bienaventuranzas suponen un cambio o una conversión en la mentalidad. Suponen comprender que la pobreza es algo más que la austeridad y que la alegría es algo más que la diversión. Estas bienaventuranzas nos inducen no sólo a apreciar la pobreza, sino a tender eficazmente a ella. Es una virtud cuando proviene del amor, que es el motor principal de nuestra fe. La riqueza es un símbolo del egoísmo, mientras que la pobreza voluntaria debe ser una floración del amor a Dios y a los demás.