14 de Septiembre; Fiesta de la Cruz: Jn 3, 13-17

En este día la Iglesia celebra la fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz. Era el 14 de Septiembre del año 320, cuando santa Elena, la madre del emperador Constantino, después de esfuerzos y trabajos, encontró la verdadera Cruz donde Jesús había muerto. Desde ese momento se vivió una gran devoción en la nueva basílica del santo Sepulcro, que santa Elena mandó construir. Por el año 600 la Cruz cayó en manos de los persas que la llevaron lejos de Jerusalén, hasta que pocos años después, el 3 de Mayo del año 629 el emperador Heraclio la conquistó y la llevó en triunfo a Jerusalén. Por esto había dos fiestas sobre la cruz. Desde hace varios años se unificaron las dos fiestas en este día 14. Es famoso el relato de la entrada en Jerusalén, cuando el emperador, vestido muy lujosamente, llevaba la Cruz; pero al ir a entrar en la ciudad, no lo pudo hacer, hasta que el arzobispo de Jerusalén le dijo que no era propio ir tan lujosamente vestido llevando la Cruz. Así que, quitada la corona, descalzo y con pobres ropas pudo entrar en la ciudad llevando la misma Cruz que había llevado Jesús. Desde ese día, para que no pudiese ser robada y por el deseo de varias comunidades cristianas, de la Cruz se hicieron partes para llevar a Roma y a otros lugares-

En el evangelio de hoy se narra el final de la conversación de Jesús con Nicodemo. Le había hablado de otra vida que debemos tener por medio del bautismo y cómo esa vida se conseguirá por medio de la entrega y de la cruz. Pero todos los que la admitan y la miren, buscando la salvación, la encontrarán. Y le pone el ejemplo de la serpiente del desierto en tiempos de Moisés. Los que la miraban se sanaban de las mordeduras de serpientes. No era por la virtud de una imagen, sino por la fe en Dios. La primera lectura nos recuerda esa escena del Antiguo Testamento.

En la segunda lectura nos dirá san Pablo cómo Dios se anonadó hasta hacerse hombre y hasta morir en la cruz, que era la mayor ignominia; pero por ese anonadamiento llegó a la glorificación. Hay algunos que creen que la religión cristiana es coercitiva y opresiva, llena de temor, como si fuese un culto al dolor y al sufrimiento. La Cruz sigue siendo un misterio; pero podemos entender que Jesús no ha venido para explicar el sufrimiento, sino para acompañarnos en nuestras cruces. No tenemos derecho a revelarnos ante el sufrimiento de los inocentes, porque Cristo pasó por ello.

Con la cruz nos demostró Jesús el mayor amor hacia la humanidad. En el evangelio se dice esa frase, que parece ser ya como una explosión del evangelista inspirado por Dios: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo”. Y lo hizo para que nosotros pudiéramos salvarnos. La cruz no es el final. Dios no puede querer el sufrimiento por el sufrimiento. Dios quiere nuestra felicidad. Pero existe la cruz, porque existe el pecado. Si la cruz es terrible es porque el pecado es terrible. Sólo por la cruz se puede comprender lo horrendo y malo que es el pecado, para que nos apartemos de él.

En esta vida todos tenemos cruces; pero llevadas junto a Cristo y con Él cambia de color. Hay cruces, porque esta vida es imperfecta y nosotros la hacemos peor. Jesús nos dijo que tomemos nuestra cruz y le sigamos. Toda la alegría y la gran esperanza de la vida eterna consiste en seguir a Jesús. Para ello debemos tener la virtud del desprendimiento hasta llegar a anonadarnos. Para ello hay que vencer el egoísmo, lo cual es muy difícil, imposible con nuestras fuerzas, pero posible con la gracia de Dios.

Invoquemos la protección de la Virgen María, que siendo inocente, llevó su cruz espiritual junto a la Cruz de Jesús. Y cuando hagamos sobre nosotros la señal de la cruz, procuremos hacerla bien: Que sea una cruz y no un garabato. Que no sea un mal testimonio, casi un escándalo, sino un acto de fe, de esperanza en la vida eterna y de amor a Jesús, que por amor nuestro quiso morir en ella. Con la cruz nos abandonemos en las manos de Dios. No hace falta buscar cruces raras y complicadas. Basta llevar con paz y amor los propios deberes de cada día con sus cruces y esperanzas.