24ª semana del tiempo ordinario. Martes: Lc 7, 11-17

Eran tiempos de esplendor apostólico cuando a Jesús le seguía una muchedumbre  por aquellos pueblos de Galilea. Y llegó a la ciudad de Naín. Hoy se nos narra uno de los grandes milagros de Jesús, como fue el resucitar a aquel joven, cuando le llevaban a enterrar. San Lucas, que es el único evangelista que narra este milagro, lo hace dando plena relevancia a la misericordia de Jesús. Si hace el milagro, es porque su compasión es profunda y maravillosa. San Lucas es el evangelista de la misericordia.

También en el tercer evangelio es donde más se resalta la revaluación que hace Jesús de la “mujer” en contraste con la devaluación que tenía aquella sociedad sobre las mujeres. Jesús ve aquella madre viuda que sufre. Es la persona más indefensa en aquel tiempo. Una viuda estaba totalmente indefensa, pues no tenía lo que nosotros tenemos en la “seguridad social”. Si además pierde a su único hijo varón, que puede ser su sostén, se encuentra totalmente desolada. Y Jesús lo siente y quiere consolarla.

En este momento el evangelista llama a Jesús: “El Señor”. No es frecuente en los evangelios, especialmente en los otros tres. Aquí quiere expresar que Jesús es el amo de la vida y de la muerte, y que siendo así, se abaja hasta sentir gran compasión por la situación de aquella mujer. ¡Qué hermoso es cuando se ve a una persona con títulos y honra que sabe abajarse hasta los niños o a la miseria humana! Quizá Jesús en ese momento podía pensar en su madre que un día se vería sola y sin su hijo al pie de la cruz. Por eso se la entregó a san Juan, saliendo todos ganando con tal madre.

El Señor se compadeció y tocó el féretro. Este es el primer gesto positivo de afecto, sin atender a las prescripciones judías sobre la impureza legal que recaía sobre los que tocaban un féretro o un cuerpo muerto. Con ello el evangelista quiere hacer una crítica a la situación del judaísmo y dar realce a la fuerza liberadora de Jesús. En ese momento demuestra su gran compasión con el milagro maravilloso de la resurrección.

Esta resurrección del joven fue una recuperación temporal de la vida. Años después tendría que morir definitivamente, como todos tenemos que morir. Dios sigue siendo el Dios de amor y misericordia. Por eso la muerte debemos verla como un paso a la “vida eterna”. Dios para todos ha dispuesto una resurrección a una vida no sometida ya a la muerte, sino totalmente nueva y feliz, si seguimos sus mensajes. Así lo proclamamos cuando decimos: “Creo en la resurrección de los muertos y la vida perdurable”.

Hoy se dan también milagros reales, hasta resurrecciones. Lo leemos en la vida de muchos santos. Pero son muchas más las resurrecciones del alma. El sacramento de la Reconciliación, cuando hay pecados graves, es una verdadera resurrección, y la Eucaristía es garantía de resurrección, como Jesús lo prometió: “El que me coma vivirá por mi”. Hay muchas personas, y entre ellos muchos jóvenes, que están muertos por el pecado. Podrían resucitar si Jesús viera a padres y madres que lloran por esa muerte.

La gente, llena de temor, glorificaba a Dios, porque había aparecido un gran profeta. Quizá recordaban al profeta Elías cuando resucitó al hijo de la viuda de Sarepta. Quizá sería sólo un momento de exaltación, porque para ellos tener un profeta era señal de que Dios no les olvidaba y les libraría del poder de los romanos. Pero la verdad es que Dios sí nos visita, está entre nosotros, pero no para oprimir a nadie, sino para enjuagar las lágrimas de los que lloran, dar esperanza a los abatidos y consuelo a los tristes. Dios sale al encuentro del ser humano mostrándole su misericordia.

Esa misericordia del Señor quiere mostrarla a través de nosotros. Si somos discípulos suyos, no podemos ser portadores de muerte sino de vida. Vida que es amor, verdad, paz, bondad y misericordia. Por eso acudamos a Jesús. El está especialmente en la Eucaristía lleno de misericordia. Acudamos sobre todo en los momentos tristes de nuestra vida para recibir sus gracias, y también acudamos para que nuestro corazón pueda llenarse de su gran misericordia.