24ª semana del tiempo ordinario. Miércoles: Lc 7, 31-35

       Habían venido algunos discípulos de Juan Bautista a preguntar a Jesús, y cuando se marcharon, Jesús hizo unos grandes elogios del Bautista. El evangelio constata que muchos publicanos, que eran tenidos por pecadores, habían recibido bien la palabra del Bautista, se habían arrepentido y se habían hecho bautizar. Sin embargo, los maestros de la ley, los llamados entendidos o sabios, no supieron comprender la llamada de Dios, a través de las palabras del Bautista, y no quisieron bautizarse. Con estos antecedentes les da hoy Jesús, de una manera especial a aquellos maestros de la ley, y también a nosotros, una especie de reprimenda, porque oyendo la palabra de Dios de una o de otra forma, ponemos excusas y no nos decidimos a seguirla.

Y nos pone el ejemplo de lo que muchas veces pasa cuando los niños se disponen a jugar en la plaza. Unos quieren jugar a un juego y otros a otro; pero, al no ponerse de acuerdo en elegir un juego a gusto de todos, terminan por no jugar a nada. Así les pasaba a algunos con respecto a la predicación del Bautista y de Jesús. En vez de fijarse en el mensaje divino, examinan demasiado al mensajero y, criticándolo y descalificándolo por cualquier cosa externa, se quedan sin acoger el mensaje.

Resulta que Juan el Bautista tenía una manera de predicar muy austera y su vida y manera de vestir estaba a tono con su manera de hablar. Sin embargo Jesús, a pesar de predicar un evangelio muy radical, que llegaba hasta la raíz del ser humano, en su apariencia externa vivía alegre, predicaba la alegría del banquete mesiánico y no despreciaba las invitaciones para banquetes, pues aprovechaba esas comidas para hablar con los pecadores y buscar la conversión. Luego la verdad es que mostraría la austeridad en las muchas horas de oración y en la entrega total al servicio de los demás, hasta no tener ni tiempo para comer. El caso es que los fariseos se fijaban en lo exterior y, viendo la manera de actuar austera del Bautista, decían que eso no podía ser inspirado por Dios, y por lo tanto estaba endemoniado. Pero al ver cómo Jesús aceptaba las invitaciones para algunos banquetes, le llamaban borracho y comilón.  El caso es poner excusas para no seguir la llamada de Dios. Lo que les pasaba a aquellos maestros de la ley, como nos puede pasar a nosotros, es que vivían muy cómodos con sus prácticas religiosas, y las palabras de Juan Bautista y las de Jesús les decían que tenían que cambiar de vida, en la fe y caridad, que es lo que no querían.

Hay mucha gente indecisa en el cristianismo con respecto a su fe. Quizá se fijan demasiado en las cosas externas, cuando nuestra fe va a la raíz del ser, a la entrega de la persona hacia Dios y hacia los demás. Y, como están fluctuantes, cualquier secta, que propone soluciones rápidas y superficiales en los asuntos de la vida, les encandila y les lleva a sus filas. Hay gente que sólo busca en la religión lo sentimental y lo espectacular; pero todo eso pasa muy rápidamente. Dios es mucho más profundo y grandioso, aunque parezca que está en el silencio. Para aceptar a ese nuestro Dios y Padre, hace falta tener mucha fe y ser sencillo de corazón.

Termina hoy el evangelio diciendo: “La Sabiduría de Dios ha quedado justificada por todos sus discípulos”. Es lo mismo que Jesús dijo cuando se dirigió a su Padre en una oración. “Te doy gracias, Padre,... porque has revelado estas cosas a los pequeños”. Los de sencillo corazón o los limpios de corazón ven a Dios en las palabras y en los acontecimientos de cada día y se deciden a seguir a Jesús. Pero los hinchados de corazón y egoístas, como los fariseos, quieren seguir sus propios gustos y ponen mil excusas a las llamadas de Dios. Hay gente que dice que no cree en la Iglesia, pero sí cree en Jesucristo. Son excusas para seguir su gusto. Hay sectas o grupos religiosos que de las palabras del evangelio sacan conclusiones totalmente diversas, porque sólo atienden a sus propios gustos o al provecho material. Nuestra religión, la religión de Jesucristo, es sobre todo amor a Dios y amor al prójimo.